Afínales de septiembre de 1991, dos excursionistas alemanes tropezaron con el torso de un hombre que sobresalía del hielo en una hondonada del paso de Tisenjoch, cerca de la frontera entre Italia y Austria. Habían descubierto a Ötzi, una de las momias glaciares más antiguas y mejor conservadas del mundo. Y 31 años después de su hallazgo, el «hombre de los hielos» sigue siendo objeto de debate en la comunidad científica. El reciente análisis de un equipo integrado por investigadores noruegos, austríacos y suizos pone en entredicho la teoría inicial de que Ötzi permaneció casi intacto durante 5300 años. Por tanto, cabe la posibilidad de que haya que reescribir la historia oficial de la momia.

En su momento, el investigador principal que estudió la momia, el arqueólogo austriaco Konrad Spindler, supuso que Ötzi había huido por el puerto en otoño, con su equipamiento dañado, y había muerto congelado en el desfiladero donde se encontraron sus restos. El experto sostenía que tanto el cuerpo como los artefactos se habrían cubierto de nieve y hielo al llegar el invierno y habrían quedado sellados bajo un glaciar en movimiento, como preservados en una cápsula del tiempo, hasta su descubrimiento en 1991.

Sin embargo, un equipo dirigido por Andrea Fischer, glacióloga del Instituto de Investigación Interdisciplinaria de Montaña de la Academia de Ciencias de Austria, ha llegado a una conclusión distinta. A la vista de los datos de radiocarbono obtenidos en la hondonada y de un reciente balance de masas calculado por los glaciólogos, puede que Ötzi no permaneciera bajo el hielo de forma ininterrumpida desde su fallecimiento. En cambio, el yacimiento habría experimentado reiterados episodios de deshielo durante los primeros 1500 años. Así lo explica el equipo en la revista especializada The Holocene. De acuerdo con su estudio, Ötzi habría muerto sobre la nieve en primavera o a comienzos del verano (no en otoño) y la nieve se habría fundido después. Además, es probable que los daños que presentan los objetos encontrados ocurrieran en el propio yacimiento, como resultado de procesos naturales, y no durante un conflicto anterior a la huida de Ötzi por el valle, como se pensaba anteriormente.

«Ahora comprendemos mejor cómo influyen las masas de hielo situadas a gran altura en los yacimientos y hallazgos arqueológicos», señaló Fischer en un comunicado de la Academia de Ciencias de Austria. Ya en 1992, los excavadores del yacimiento consideraron la posibilidad de que tanto la momia como los artefactos se hubieran deteriorado levemente por acción del viento y como resultado de repetidos episodios de congelación y descongelación. Y esta sería también la causa de las finas grietas que se aprecian en el cráneo de Ötzi. «Según nuestros hallazgos, el hielo y la nieve no dejaron sellado el desfiladero de forma definitiva hasta hace unos 3800 años», concluyó Fischer.

Si bien los hallazgos arqueológicos bajo el hielo se cuentan ya por miles, Ötzi sigue siendo el de mayor relevancia. «Las probabilidades de encontrar otro cuerpo humano prehistórico en un entorno topográfico similar al de Tisenjoch podrían ser mayores de lo que se pensaba, ya que no se requieren una serie de circunstancias especiales para que se conserven este tipo de restos», escriben los autores en su artículo. Como consecuencia del cambio climático, las áreas donde se localizan también se ven ahora afectadas por la escorrentía asociada a los procesos de deshielo. Y cada vez son menos raros los veranos excepcionalmente cálidos, como el de 1991.

investigaciónyciencia.es

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