La tradición de poner velas en el frente de las casas cada 7 de diciembre para celebrar el Día del Niño Perdido se retomó éste año, en la calle Paulino Martínez de la zona conocida como El Dique, y aunque las organizadoras Rosa Elena Ortega Zaleta, María Sofía Sandoval Tecalco y María Sofía Garcés Martínez quisieron extenderla al Paseo de Los Lagos, cancelaron los planes a fin de evitar aglomeraciones de menores edad.

Rosa Elena refirió que la tradición del Niño Perdido es originaria de la región norte del estado de Veracruz, y desde el municipio de Tuxpan, Álamo Temapache, Poza Rica, Tihuatlán, Papantla, Gutiérrez Zamora, Tecolutla, San Rafael así como Nautla en la noche del 7 de diciembre se aprecian las velas encendidas en el frente de las casas.

Rosa Elena inició el encendido de velas en Xalapa en 1993 con el objetivo de enseñar a los menores de edad, pero a los vecinos y vecinas les gustó y poco a poco se sumaron más hasta que lograron iluminar los parques Benito Juárez, Los Berros, El Bicentenario, María Enriqueta y el Paseo de Los Lagos.

María Sandoval Tecalco y María Sofía Garcés afirmaron que año con año los niños, niñas, adolescentes y adultos se concentraban principalmente en Los Lagos para organizarse y poner las velas, pero la pandemia paró la participación en público, así que en el año 2020, cada quién lo hizo desde casa.

Las mujeres señalaron que el viento de la temporada invernal y el chipi chipi impiden mantener el encendido de las velas, sin embargo cada quien se hace responsable de que su luz no se apague.

“Las velas nos dan luz, nos recuerda que todos los seres humanos tenemos luz interior y debemos practicar los buenos dones que nos da Dios, y el año pasado y éste año damos luz para que se pare la pandemia, que ya se acabe, que estemos todos bien de salud”, expusieron.

En cuanto al significado de la tradición, Rosa Elena recordó que el profesor Arturo Mendoza Rangel rescató la leyenda huasteca la cual refiere que en la época prehispánica había peleas entre los pueblos por quedarse con los ríos acaudalados pues necesitaban el agua para sus habitantes, y los dioses se molestaron al verlos en disputa todo el tiempo, así que les quitaron la luz y les enviaron la oscuridad.

La leyenda continúa “Los jefes se reunieron para buscar remedio a su castigo, y acudieron a implorar a los dioses que les regresaran la luz, y recibieron respuesta en voz del Dios Trueno ´Tajín´ que les impuso la tarea de construir un escudo con oro, plata y piedras preciosas y que su pulido fuera capaz de reflejar el sol hacia la zona que se encontraba a oscuras”.

Agregó que “ese escudo sería sostenido por el más noble y valeroso guerrero, tan valiente y osado, que fuera capaz de remontar el espacio y colocarse frente al sol para iluminar con su reflejo, la tierra castigada por los dioses”.

El relato de huasteco refiere que “Aquél audaz guerrero, solo disfrutaría los amores y trato de su esposa durante los tres meses que durara la elaboración del escudo. Cuando la esposa se da cuenta de su embarazo y a sabiendas que el guerrero ya no volverá a pisar la tierra, sale en su persecución para enterarlo de su concepción, travesía que al ser demasiado accidentada y penosa para ella, le provoca la muerte y fallece dando a luz en el firmamento”.

Desde entonces, “los dioses avisaron al pueblo de la huasteca que la madre había muerto y el padre también, así que debía encender miles de hogueras para guiar el regreso del recién nacido, instituyéndose así la tradición del Día del Niño Perdido”, explicaron las mujeres con velas en el frente de sus casas.

AVC/Verónica Huerta

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