En las calles de Katmandú es cada vez más común ver gente que ruega por un tratamiento renal.

No hay diferencia entre la capital de Nepal y otras partes del mundo en las que la población envejece, está mal alimentada y no hay sistemas de seguros de gastos médicos, por lo que aumentan las enfermedades orgánicas.

El tráfico de órganos es una actividad ilegal, pero está en auge en todo el mundo.

En Katmandú una pareja rogaba en la calle por ayuda para el tratamiento renal de su hijo.

Jeet Bahadur Magar y su esposa gastaron todos sus ahorros para tratar la enfermedad renal que su hijo padece. Se les terminaron el dinero y las opciones y ahora están en la calle con la esperanza de reunir los fondos suficientes para pagar las cuentas médicas.

«Pido a Dios que nadie tenga que pasar por problemas de insuficiencia renal», dijo Jeet Bahadur.

Pero muchos nepaleses los padecen.

Volverá a crecer

Nawaraj Pariyar es una de las muchas víctimas de los traficantes de riñones.

Al igual que muchas de las personas en Kavre, Pariyar se gana la vida vendiendo leche y haciendo trabajos de temporada en las granjas cercanas. Es pobre y analfabeta y todo lo que tiene son dos vacas, una casa y una pequeña parcela.

Pariyar solía ir a Katmandú a buscar empleo en las construcciones. Estaba en una construcción en el año 2000 cuando el capataz se le acercó con una oferta sospechosa: si permitía que los médicos le cortaran «un pedazo de carne», le darían 30 lakhs, unos 390,000 pesos.

No le dijeron que ese trozo de carne era su riñón.

«El capataz me dijo que la carne volvería a crecer», dijo Pariyar.

Luego pensé: ‘Si la carne vuelve a crecer y me van a dar tanto dinero, ¿por qué no?'».

«¿Qué pasa si muero?», le preguntó Pariyar al capataz.

El capataz le aseguró que nada pasaría. Le dieron alimento y ropa e incluso lo llevaron a ver una película.

Luego lo escoltaron a un hospital en Chennai, un estado en el sur de India.

Los traficantes le asignaron a Pariyar un nombre falso y declararon en el hospital que era familiar del receptor. Pariyar dice que los traficantes tenían listos los documentos para probar su identidad falsa.

«En el hospital, el médico me preguntó si la receptora era mi hermana. Los traficantes me habían dicho que respondiera que sí, así que lo hice», recuerda Pariyar.

«Escuché que repetían la palabra riñón, pero yo no tenía idea de lo que significaba riñón. Solo conocía la palabra mirgaula (que significa riñón en nepalés)».

«Como no conocía el idioma local, no pude entender ninguna de las conversaciones que sostuvo el traficante con el personal del hospital».

Dieron de alta a Pariyar y lo enviaron a casa con unas 20,000 rupias nepalesas —menos del uno por ciento de la cantidad acordada— y la promesa de que le entregarían pronto el resto.

Nunca recibió más dinero ni encontró al traficante.

«Cuando regresé a Nepal tenía dudas, así que fui al médico. Fue cuando descubrí que me falta un riñón», dijo Pariyar.

Pariyar ahora está enfermo y empeora cada día. Tiene un problema urinario y un dolor de espalda intenso y constante. Sin embargo, no puede costear el viaje para consultar al médico y teme que morirá.

«Si muero, solo puedo esperar que el gobierno se haga cargo de mis dos hijos. No sé si moriré hoy o mañana. Solo estoy contando mis días», dijo Pariyar.

La experiencia de Pariyar es una de las muchas historias similares que escuchamos en Kavre.

El entender la situación económica de este distrito es la clave para entender por qué tantas personas son presas fáciles para los traficantes de riñones.

Apenas hay oportunidades económicas además de la agricultura de subsistencia y la crianza de ganado. Una cosecha mala o un fuerte gasto médico pueden arruinar a una familia.

«La razón principal es la pobreza y la falta de información. Para los traficantes es muy fácil lavarles el cerebro a los aldeanos. Además, las aldeas de Kavre están cerca de la capital y es fácil llegar a ellas», explicó Ghimire.

 

M°1

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