El 30 de enero de 2014, tras la muerte del poeta español Félix Grande, Javier Rodríguez Marcos publicó en El País:
«En los remotos días del pueblo Félix Grande había acumulado un variado curriculum como vendedor ambulante, vinatero, oficinista en un almacén, recitador de casino y cabrero como su abuelo, su padre y su hermano. Por eso solía decir que había sido ‹más pastor› que Miguel Hernández aunque ‹menos poeta› (…) en 1967, el torrencial Blanco spirituals llevó el nombre de Félix Grande a las historias de la literatura».
Blanco spirituals obtuvo el Premio Casa de las Américas 1967. Sobre ese poemario, Juan Cruz ha escrito:
«Es un libro vehemente e irreverente, y plural, el resultado entristecido y rabioso de un joven que desde el púlpito roto de la poesía lírica asiste ‹resistiendo› a ‹la precipitación de lo que nace›. Escribe, ‹y recuerdo imagino pienso› mientras alrededor y dentro de él se queman la guerra y la posguerra y sobre todo aquella guerra que marca de tristeza los rostros de los padres manchegos que vienen a ver a su nieta de meses.
«Es la crónica de un día en la vida de Félix Grande, o de cualquiera de nosotros; la poesía es muchas veces (como en Pavese, como en Hierro, como en Biedma, como en Ángel González), como decía Fernando Savater para otro propósito, como un manuscrito hallado en un campo de concentración. El mundo que se describe en Blanco Spirituals, Vietnam, el racismo, la gris vigilancia de la España franquista, las generaciones perdidas, es también una partitura escondida en la ceniza de una metralla que sonaba aún en 1966».
Un poema hondamente jazzero de ese libro es el protagonista de esta entrega.
Por los barrios del mundo viene sonando un lento saxofón
Félix Grande
Mientras que William Faulkner
halla los agrios del lenguaje,
cuida la construcción feroz
de una nueva novela y cuida
su innegable talento epilepsíaco;
mientras que William Faulkner
irrumpe en el conflicto negro
con un relincho ambiguo, ahíto
de tradición, desprecio al Norte,
discurso estéril e insensato orgullo,
los negros, muchos negros,
algunos negros, inflamados de
la horrible historia del Mississippi,
con la memoria chorreando
por el sudor del algodón
y varios siglos de negros abuelos
retumbando a sus pies bajo el tiempo y la tierra,
cantan, se ven impelidos
a seguir componiendo
música entre paréntesis:
negro spirituals.
Mucho de lo que vimos
es vida entre paréntesis.
Blancos segando arroz en Tarragona
con el agua a los muslos,
las sanguijuelas de los arrozales
alimentándose de ellos.
Periódicos occidentales
informando de blancos muertos
en el frente, o de hambre,
o bajo un viejo caserón derruido.
Blancos en paro. Blancos en exilio.
Blancos dando betún
sobre sus cartucheras.
Blancos bebiendo el vino
de la derrota disfrazada.
Blancos buscando
la propia estimación en los burdeles.
Blancos meditativos, ingresando,
amargura sobre amargura,
en el cinismo, esa
sublimación para los faltos de recursos.
Del Sena al Plata,
del Támesis al Rin,
un rumor blanco busca desperdicios
y hurga en la realidad hostil
y en su razón, dispersa e inarmónica
de parietal a parietal.
Siglos también de abuelos blancos
entre jornadas de trabajo tensas,
fruta difícil, carne retorcida,
el barro insomne de las botas
de los soldados, el capote
de campaña, la emisora que menciona
el Mississippi blanco,
el blanco linchamiento con bala,
la actividad enfebrecida
del ginecólogo oficiando
sobre el mantel que el tirón de la guerra
arrojará en el suelo
quebrando su momentáneo contenido;
los tugurios en donde
blancos desconcertados
se pliegan y se venden, borrachos
de vino y blancura injuriada,
siglos también de abuelos blancos
con sus ingenuos hospitales,
su herencia pavorosa, sus bolsillos
llenos de migas o sus sienes
llameantes de lucidez o de torsión,
hacen pensar en una música
con paréntesis, con incisos,
con bárbaros interrogantes,
con desconcierto, con corcheas de ojos,
mordentes de sarcasmo,
calderones de confusión,
acelerados de vasto gruñido:
blanco spirituals.
(Tú lo sabes, James Baldwin:
no es sólo tu color.
Esa es la lenta trampa
que quisieran hacer reinar.
Tú lo sabes, James Baldwin:
te necesitan negro para odiarte,
para sobrevivir bajo su miedo
mediante el odio. Pero,
tú lo sabes, James Baldwin:
también te necesitan
desclasado, desocupado, disponible
para usarte los brazos
a bajo precio. *Extiendes
tu mirada en los barrios de Europa,
oteas los indios sudamericanos,
te achicharras sobre la India,
te sumes en las periferias
de las ciudades industriales
y ves hermanos de otras razas
discriminados, repudiados
en la otra piel del hombre: el sueldo,
en la otra piel del hombre: la cultura,
en la otra piel del hombre:
la libertad.
Tienes hermanos de otras razas,
todo sudor es familiar,
toda miseria lleva
escupitajos en la piel.)
De Charlie Parker a Edith Piaf
un diluvio de negro spirituals
y de blanco spirituals llueve
sobre la civilización;
llueve piaf; llueve parker, llueven
Manolo Caracol, Louis Armstrong empapa,
John Coltrane, Billie Holliday.
Es un agua que se introduce
por las fisuras de los Parlamentos,
por las rendijas de los programas,
por los agujeros de la ONU,
empapa la estrategia, moja
a la inmortalidad y la encoge,
hincha las oscuras maderas
de los ataúdes y congela
todo el grandioso fuego de vivir.
Llueve toda la tarde, llueve
toda la noche: y tras la ventana
en que repiquetea la lluvia
ese diluvio es observado
por un blanco o un negro
mientras que suena un saxofón
y llueve.
*Entre 1915 y 1918 emigraron hacia las industrias del norte de los Estados
Unidos medio millón de negros del Sur de los Estados Unidos. Para evitar la
desbandada que tanto había jurado desear, el K.K.K. de los Estados Unidos
desencadenó una campaña de terror. Tan pintoresca fraternidad dio como
resultado setenta y siete negros linchados y catorce quemados en público
once de ellos, vivos. (Véase Martin Luther King: Los viajeros de la libertad,
pág.10. Edit. Fontanella, Barcelona, 1963).
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