En el prólogo a la edición española de 1994 de Una vida ejemplar. Memorias de Art Pepper, Gary Giddins afirma: «Pocos artistas han contado sus vidas de forma tan sincera y minuciosa: Una vida ejemplar resulta casi fanática en su propósito por contarlo todo y es por ello una de las mejores autobiografías que he leído… Cuando apareció el libro, Pepper fue comparado con Henry Miller, Jack Kerouac y Malcom X». Adelante refiere que Whitney Balliett sostiene que Pepper estaba «dotado del oído, la memoria y el lirismo interpretativo de un novelista de primer orden».

El relato del saxofonista californiano es uno de los testimonios de vida narrados en primera persona más íntimos, honestos y desgarradores de cuantos se han escrito en la historia del jazz. El libro se complementa con una serie de testimonios de familiares, amigos, músicos, gente que por diversas razones estuvo cerca del protagonista, testimonios que permiten al lector tener una visión integral del músico. El libro se debe en buena medida a la labor de la última de las mujeres de Art, Laurie, quien se dio a la tarea de grabar el testimonio directo, realizar las entrevistas contextuales, transcribir, revisar y dar la forma final.

Pese a la serie de penurias narradas, que arrancan en el útero -su madre hizo todo lo posible por abortarlo pero todos sus intentos fueron vanos porque, según afirma en la segunda página, «Al final vine al mundo: ella perdió la partida»-, y que siguen con la adicción al alcohol y las drogas, las perversiones sexuales y las diversas estancias en prisión; hay muchos momentos de reflexión sobre temas estrictamente musicales y posturas éticas en torno al hacer musical, como aquel pasaje en el que concluye:

«La persona egocéntrica o superficial puede ser un gran músico en el plano técnico, pero esa persona está tan encerrada en sí misma, tan obsesionada consigo misma, que su sonido carece de calidez, de intensidad, de belleza y no termina de llegarle al oyente en profundidad. Esa persona por sistema se adelanta a tocar el primer solo cada vez. Y si está acompañando a un cantante, toca lo que le sale de las narices o se dedica a practicar escalas. La persona que deja que sea el otro músico quien toque el primer solo, el que cuando toca acompañando a un solista nada más se propone respaldarlo para que suene mejor, esa persona es la que luego resulta que trata bien a su mujer y sus hijos y se muestra considerado con los demás en el día a día.

«Miles Davis es un persona fundamentalmente buena, y por eso su sonido es tan hermoso y puro. Es la forma en que lo veo, y cuando más viejo me hago, mas convencido estoy de lo que digo. Miles es un maestro de la sutileza, de la insinuación, y tiene una capacidad asombrosa para dar con la nota o el fraseo adecuado. Lo que pasa es Miles ha tratado de hacerse pasar por quien no es en realidad. De él se dice que un día rompió un televisor porque se puso furioso con algo que estaban diciendo en la pantalla, que se ha quedado sin amigos, que ha estado tratando fatal a las mujeres y que se ha destapado como un racista. Esos amigos seguramente no lo eran en absoluto y se merecían ser abandonados: eran unos mamones, unos perros, unos tipos dispuestos a apuñalarte por la espalda, a pasarte una postura chunga y cobrarte de más, a dar tu nombre de buenas a primeras si la bofia los detenía. La mayoría de las mujeres que se relacionan con los músicos de jazz son unas petardas. Y en lo referente al prejuicio racial, a que no quiere músicos blancos en sus bandas, Miles simplemente hace lo que le dicen que tiene que hacer. Se ha visto atrapado por la dinámica que hay en este país por la forma de ser de la gente, y él se dice que así todo es más fácil. En su momento fichó a Bill Evans para su banda, pero la gente se metió tanto con él y le causaron tantos problemas que -yo lo veo así- terminó por amargarse y por asumir esa postura de odio y racismo. Pero yo sigo pensando que es una buena persona; de lo contrario no podría tocar tan bien como hace.

«Billy Wilson toca tal y como él es. Cuando lo conocí por primera vez, cuando era joven, era una persona muy considerada, dulce, afectuosa. Y así es como toca. Pero si escuchas bien su tono, en realidad nunca tuvo mucha fuerza; es bonito, pero endeble en el fondo. Es débil. Y cuando Billy se vio en las puertas de la cárcel -porque lo detuvieron por consumo de drogas-, no fue capaz de soportarlo. No podía ni pensar en ir a la cárcel, porque tenía miedo, y cuando la bofia le ofreció quedar libre a cambio de delatar al otro, le faltó tiempo para decir que sí. Es una persona débil. Así es como toca. Así es como suena.

«Stan Getz es un gran músico en el plano técnico, pero para mí tiene un sonido frío. Cuando lo he escuchado, pocas veces me ha dicho algo. Nunca me ha llegado como Lester Young, Zoots Sims, Coltrane.

«John Coltrane era una persona estupenda, cálida, sin el menor prejuicio racial. Era un músico consumado, pero se vio enganchado en lo mismo que yo. Coltrane tocaba en una época en que el consumo de heroína estaba de moda, en que los grandes saxos como Bird le daban al caballo, y fue por entonces, en su época de alto solista en la banda de Dizzy Gillespie, cuando se convirtió en yonqui. Pero Coltrane se tomaba muy en serio su música, por lo que al final consiguió dejar la heroína y dedicar todo su tiempo a ensayar. Se convirtió en fanático y llegó a un punto en que técnicamente era una fiera, pero también era buena persona, por lo que tocaba de forma cálida y auténtica. Una vez estuve hablando con él, durante horas y horas, y me dijo: ‹¿Por qué no lo dejas de una vez? Tienes tanto que ofrecer… ¿Por qué no le das al mundo todo cuanto puedes darle›. Eso fue lo que él hizo. Pero se convirtió en prisionero de su propio éxito. Tuvo tanto éxito que todo el mundo esperaba de él que siguiera siempre yendo por delante de los demás. Es lo mismo que ahora le está pasando a Miles. A Miles le ha entrado el pánico. Y ha dejado de tocar. Le ha entrado el pánico a tener que ser siempre diferente, a tener que andar cambiando continuamente de estilo, a tener que ser siempre el más moderno y el más vanguardista. Coltrane siguió ese mismo camino hasta que ya no supo a dónde ir. Lo que de verdad había conseguido, lo que de verdad le gustaba y había construido, eso ya no podía seguir tocándolo, porque ya no tenía nada de nuevo. Se metió en un callejón de salida y acabó dándose de cabezazos contra la pared en el intento de sonar siempre distinto y cambiante. La cosa terminó por destruirlo. Era agotador, lo dejaba sin energía. Terminó por frustrarlo y deprimirlo. Y al poco empezó a pasarlo mal de verdad, a sentir dolores; le entró miedo. Le entraron unos dolores en la espalda, y él estaba aterrado. Tenía miedo. Le entraron unos dolores en la espalda, y él estaba aterrado. Tenía miedo a los médicos, miedo a los hospitales, miedo al público en directo, miedo a los escenarios. Se le cayeron los dientes. Tenía miedo de que su sonido ya no fuera lo bastante potente, miedo a que los jóvenes negros ya no pensaran de él como en lo mejorcito de lo mejorcito. Y los dolores fueron a peor y a peor; al final ya no podía soportarlos. Lo llevaron al hospital, pero fue demasiado tarde. Sufría cirrosis y murió esa misma noche. Lo que lo mató fue el miedo. Lo que lo mató fue su vida. Eso fue lo que lo mató.

«Por eso digo que para ser un gran músico uno tiene que ser una persona auténtica, una persona honesta, una buena persona. Uno tiene que estar contento consigo mismo y de que puede aportar, y no tiene que tratar de ser completamente distinto y de buscar el follón, no tiene que estar obsesionado porque todo suene completamente novedoso a cada ocasión. Uno tiene que formar parte de un conjunto y necesita tener la capacidad de querer y de tocar con amor. Harry Sweets así lo ha hecho; Zoot Sims también lo ha hecho así, por fin lo ha hecho así. Dizzy Gillespie lo ha hecho así en muy alto grado, Dizzy es una persona muy abierta, feliz, afectuosa, toca tal como vive; siempre lo hace lo mejor que puede. Muchos de los viejos músicos eran así -Jack Teagarden, Freddie Webster-, personas que eran felices tocando y que eran buena gente».

En las siguientes entregas volveré sobre las reflexiones de Pepper, por hoy quedémonos con una de sus más hermosas baladas, Diane.

(CONTINÚA)

SEGUNDA PARTE: El racismo
TERCERA PARTE: El inesperado encuentro con los músicos de Miles
VER TAMBIÉN: Art Pepper, el sublime maldito

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