El jueves pasado se cumplieron 35 años de la muerte de Art Pepper, el 15 de junio de 1982, después de pasar una semana en estado de coma como consecuencia de una hemorragia cerebral, sucumbió a la última de sus batallas. En 56 años, hizo varios viajes redondos de su infierno natal al paraíso conquistado, eso le forjó un carácter férreo y frágil a la vez. Nació y sobrevivió por terquedad, porque tenía ganas de conocer el mundo, en su autobiografía (Una vida ejemplar, escrita al alimón con la última de sus mujeres, Laurie) narra:

«Mi madre empezó a relacionarse con Betty Ward, una chica que vivía la vida a tope. Betty tenía dos hijos, pero bebía y follaba con todo el mundo, y le explicó a mi madre lo que tenía que hacer para librarse del niño. Mi madre dejó de comer y tomó todo lo que había oído que podía provocarle un aborto, pero no le sirvió de nada. Al final vine al mundo: ella perdió la partida.

«Nací el uno de septiembre de 1925. Crecí raquítico y con ictericia por todo lo que ella me había hecho. Durante mis dos primeros años de vida, los médicos no creían que fuera salir delante, pero a los dos años me puse bien, lo que fue un milagro. Estaba como un roble»

Después vinieron otras versiones del infierno: la violencia familiar, el abandono, la guerra, las drogas, la cárcel, sin embargo, en 1979, en una entrevista confesó:

«En mi búsqueda de algo en la vida, ir a prisión fue una ayuda. Fue parte de mi evolución como ser humano y como músico. Siento que tengo sentimientos mucho más profundos ahora de los que hubiera tenido si simplemente hubiese sido un músico todo ese tiempo, lo que habría supuesto una vida bastante aburrida».

Muchas veces arribó al cielo gracias a su saxofón, una memorable es la que detalla en la conclusión de sus memorias:

«Nací con un don. Nací con un don, en muchos sentidos. Nací con el don de ser capaz de resistir según qué cosas, de aceptar según qué cosas, de aceptar el castigo por cosas que la sociedad considera intolerables. Y fui capaz de ir a la cárcel. Nunca he delatado a nadie. En lo referente a la música, todo lo he hecho por la cara. Nunca he estudiado ni ensayado de verdad. Soy una de esas personas con un don innato, y siempre lo he tenido claro. Todo cuanto tenía que hacer era explorar ese don.

«Recuerdo que una vez estaba tocando en el Blackhawk de San Francisco. No recuerdo la fecha precisa, pero sí que Sonny Stitt estaba en la ciudad, de gira con Jazz At The Philharmonic. Sonny vino a verme y quiso subir a tocar conmigo.

«-¿Me dejas subir? -preguntó.

«-Pues claro, hombre.

«Los dos tocamos el alto y eso es… De forma inevitable, la cosa se transforma en una competición. Pero Sonny es un músico de lo más especial. Tocar con él es una comunión. Es una batalla. Es una muestra de individualidades. Es un campo de experimentación. Y eso es lo más bonito de todo. Es como cuando dos magníficos jugadores de billar deciden enfrentarse, o dos equipos de fútbol o baloncesto; y la simple alegría de tocar con alguien que es excepcional, de estar a su lado… Me recuerda, en cierto modo, a lo que pasaba a James Joyce de joven. Joyce se relacionaba con los mejores escritores del momento y eso que no era más que un mocoso que calzaba zapatillas de tenis, y todos decían: ‹ ¿Qué hace aquí ese tipejo?›. Bueno, en aquellos tiempos usaban otras palabras. ‹ ¿Qué hace este chiflado?›, dirían. Pero Joyce les decía que él también era grande, se movía con ellos y disfrutaba de su compañía, y al final resultó que, efectivamente, Joyce era más grande. Sonny también se sentía así, desde siempre, y lo mismo me pasaba mí.

«-¿Qué canción quieres tocar? –pregunté.

«-Tengo una idea: Cherokee.

«Es una canción que los músicos de jazz solíamos tocar. El puente, o la parte del medio, tiene todo tipo de cambios de acordes. Es un tema muy difícil. Si uno no puede tocarlo… Si un chico se ponía pesado e insistía en tocar contigo, tú le sugerías tocar Cherokee y te librabas de él volando.

«-Vale. Empiezas tú -dije a Sonny.

«-Uno-dos, uno-dos… -dijo él.

«Arrancó a tocar a toda velocidad. Tocamos el principio, la melodía, y Sonny se embarcó en el primer solo. Y tocó por lo menos cuarenta chorus. Estuvo tocando quizá una hora seguida, hizo todo cuanto podía hacerse con el saxofón, todo cuanto podía tocar, tanto como Charlie Parker hubiera podido tocar de haber estado allí. Y de pronto se detuvo. Y me miró, como diciendo: ‹Para que aprendas, capullo. Ahora te toca a ti›. Y eso que era mi actuación; era mi bolo. Yo estaba hecho polvo. Enganchado al caballo. Estaba borracho. Tenía broncas con mi mujer, Diane, que había amenazado con suicidarse en la habitación del hotel donde estábamos viviendo al lado del club. Tenía marcas de pinchazos en los brazos; pensaba que había estupas en la sala. Pero me dije que era mi turno. Sonny había hecho todo aquello, y ahora me tocaba aguantarme o callarme, bajar del escenario y olvidarme del asunto, o matarme o a hacer lo que fuera…

«Me olvidé de todo, y todo vino rodado. Toqué como nunca en la vida. De forma completamente distinta a la suya. Rebusqué en mi mente y encontré mi forma personal, y lo que expresé le llegó al público. Tocaba tal como yo era, y me daba cuenta de que estaba haciéndolo como tenía que ser, que el público estaba fascinado y comprendía lo que estaba pasando. Toqué y toqué, y cuando finalmente acabé estaba temblando de pies a cabeza. Tenía el corazón desbocado. Estaba empapado en sudor, y la gente aplaudía y vitoreaba. Miré a Sonny; me contenté con hacerle un pequeño gesto con la cabeza.

«-¡Muy bueno! –dijo él.

«Y eso fue lo que pasó. Y es lo que importa en la vida».

El 9 de Agosto de 1975, tras una estancia de tres años en un centro de recuperación de drogadictos, volvió a los estudios de grabación y se convirtió en visitante VIP del paraíso. Antonio Martín, en su artículo ART PEPPER, un superviviente del jazz, sostiene:

«A partir de ahora concluidas sus cuentas pendientes con la justicia y mucho menos dependiente de las drogas, la música será la principal actividad de Art. Grabará un puñado de discos excelentes y participará en numerosas giras. La afición y crítica jazzística se rinde ante tan apabullante regreso, ya nadie lo pone en duda Art Pepper es uno de los grandes del jazz. Sus conciertos grabados en disco en el Village Vanguard son estremecedores».

Mas Pepper era oriundo del infierno, en ese momento ya padecía cirrosis y tenía lesiones cerebrales. Hace 35 junios volvió a patria para quedarse en ella, pero su gloria quedó marcada de manera indeleble en esta tierra que nos sostiene.



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Good hombres, good músicos | La vida ejemplar de Art Pepper / I
El racismo | La vida ejemplar de Art Pepper / II
El inesperado encuentro con los músicos de Miles | La vida ejemplar de Art Pepper / III

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