Cada vez que las palmas de Francisco Wilka se posan sobre el cuero de un tambor, brotan sonoridades con resonancias de batucadas carnestolendas, de son jarocho, de percusiones clásicas, de los cantos sacros de Osha, de los ritos ancestrales de Guinea-Conakry, de la espiritualidad de John Coltrane, de la música tradicional de nuestro país, tales son los caminos que ha transitado el percusionista para que de él emane una música capaz de transformar al otro, capaz de «producir algo en los demás a través de los sonidos».
Sea él quien nos dé cuenta de los pormenores de su aventura por la música y por la vida.
Con la luna de plata…
Yo nací en el Puerto de Veracruz. Mis papás son melómanos, les gusta mucho la música, principalmente a mi papá, él tuvo una experiencia en la juventud de ser baterista de rock influenciado por el rock de los 60 que pegó mucho a nivel mundial, y en buena parte, fue algo de lo que yo escuchaba en casa y me gustaba: los Doors, los Rolling Stones, los Beatles, Janis Joplin.
También se escuchaba en mi casa la música de concierto, música clásica, barroca, un poco del periodo romántico. Recuerdo bastante la música clásica y hasta la fecha guardo una especial gratitud a haberla escuchado porque creo que se va perdiendo bastante la escucha de esa música, hay mucha gente que creció con ella pero no la replica con sus hijos.
Mis papás estudiaron parte de la carrera de antropología y después estudiaron sociología; al ser del área de humanidades, han desarrollado trabajo comunitario en medios rurales y tienen gusto e interés por la cultura y el trabajo de la gente de campo, entonces, también tienen mucho gusto por la música tradicional o folclórica. En los 70, estaba muy de moda el folclor latinoamericano en una versión un tanto estilizada hacia lo escénico y lo artístico, y en mayor o menor medida desarraigada del contexto original en el que se realizaba cada una de estas músicas pero, a final de cuentas, si no hubiera sido de ese modo, esa música no se hubiera conocido.
En una ocasión, mis papás viajaron a Perú y en casa, hasta la fecha, ya deshaciéndose pero hay unas zampoñas de un tamaño que no he vuelto a ver, y quenas e instrumentos de este tipo. Por ese viaje me pusieron un nombre que es originalmente un apellido en quechua, Wilka.
Habían tenido contacto con el son jarocho pero en la línea más comercial y en su lugar anterior de estancia, que fue El Mante, Tamaulipas (donde nació mi hermana), conocieron al grupo Mono Blanco que andaba en un gira cultural junto con una de las cabezas del movimiento jaranero, el señor Arcadio Hidalgo, un sonero de la zona de Minatitlán. Eso también los marcó y les dio a conocer un tipo de son jarocho que no ubicaban, entonces, otro de los referentes musicales de mi infancia fue el son jarocho que interpretaba el grupo Mono Blanco.
Rumbero y jarocho
Vivíamos en Boca del Río, en la calle Reyes Heroles, a dos cuadras del mar y a media cuadra de donde empezaban y terminaban los desfiles del carnaval que en esos años, 90-91, eran muy diferentes de lo que son ahora y algo que se me grabó fueron las batucadas, me llamaban mucho la atención. Un grupo de gentes tocando tambores me transmitían una energía y una sensación única, que yo no había sentido, y además eran como magnéticas, me jalaban y me causaba curiosidad lo que todo ese movimiento producía en mí, decía ¿de dónde sale?, ¿cómo es que se origina tanta fuerza que yo siento a partir de un grupo de gentes que están bailando? También recuerdo mucho los pasos de baile que marcaban los músicos. No sentía gran inquietud por querer hacerlo, me atraía, más que nada, la vivencia. Eso también me marcó muchísimo.
Trovador de veras
En ese entonces ya estaba el IVEC en Veracruz y mi papá y yo asistíamos al taller de son jarocho y de laudería de Gilberto Gutiérrez, me acuerdo que para los demás era una gracia y para mí un gusto dejarme crecer las uñas porque iba a tocar jarana y mis papás lo defendían, les decían:
-¿Cómo es que no le has cortado las uñas a tu hijo?
-Es que él dice que va a tocar jarana
Efectivamente, yo jalaba un mosquito, no sé qué haría yo con él pero me acuerdo que sí le rascaba, tendría yo tres o cuatro años.
Recuerdo, desde ese entonces, nítidamente el sonido del son jarocho, es uno de los que preservo hasta la actualidad y uno de mis referentes a lo largo de toda la vida, independientemente de que me haya dedicado a la música, está muy presente para mí.
Mis papás siempre procuraron, para mi hermana y para mí, además de la educación formal de la primaria, buscar talleres, cursos de cosas que nos alimentaran, nos formaran y a la vez nos fueran haciendo conocer qué tipo de cosas nos interesaban y nos fuéramos formando una idea de qué querríamos hacer a futuro.
Además de la natación, que le tengo gusto, y de las clases de gimnasia que le dieron a mi hermana y a mí no, a mí me hubiera gustado realmente meterme a la gimnasia pero nunca me metieron a esas clases (risas), también recuerdo que fui a un taller de música en el IVEC, eran dinámicas para niños, sobre todo, de canto, es lo primero que recuerdo.
Noche que huele a jazmín
Después nos mudamos a Xalapa, fue por cuestiones laborales pero también porque mis papás tenían la idea deliberada de encontrar un entorno con una cultura como la que puede ofrecer Xalapa, a diferencia de la del puerto, obviamente, ambas ciudades tienen culturas muy ricas pero la de Xalapa está más cargada hacia el lado de la academia, a la línea de la cultura clásica europea.
Cuando tenía seis años, mis papás tuvieron la inquietud de llevarme al CIMI, al principio yo no tenía mucho interés y ellos lo respetaban pero al cabo de dos años volvieron a decirme ya están las inscripciones, ¿no te interesa ir? Decidí asistir y entré a los ocho años, yo quería estudiar piano, no estoy tan seguro que realmente quisiera tocar ese instrumento pero sí era de las cosas que yo conocía, recordaba mucho haber escuchado piezas de Mozart en piano y se me hacía música muy bonita, pero nos dijeron que tenía que tener un piano y en ese entonces la única idea que teníamos en la familia de tener un piano era comprarse un piano acústico, hubiera estado muy bonito pero no nos alcanzaba. Me dijeron:
-No, pues piano no se va poder pero mira, escoge la guitarra -no recuerdo qué otra opción me dieron- o escoge la percusión
-¿Qué cosa es eso de la percusión?, yo no sé qué es
-Son los tambores
-Ah, pues eso está bien
Se me hizo curioso, en general, siempre he sido así, si dentro de las opciones que tengo para hacer cualquier cosa hay algo que no he hecho antes, me gusta conocerlo, supongo que ese criterio tuve en ese momento y entré a percusiones. Estuve con uno de los grandes maestros que tenido, el maestro Fernando Morales Matus (que en paz descanse) y fue una pauta muy importante la que me dio.
Al principio, y yo creo que hasta la fecha (risas), no terminaba de entender para qué servirían las cosas teóricas que me explicaban, mis clases de solfeo y todo esto, pero auditivamente sí, todo lo que se me decía en lo práctico me era muy familiar y me gustaba imitarlo y lograr que las cosas sonaran. El maestro Matus, que era de Belice pero vivió buena parte de su carrera en Guatemala como marimbista, nos ponía repertorio clásico y popular adaptado marimbitas de dos octavas o de octava y media, diatónicas, a las cuales les cambiábamos una tecla para tocar en otra tonalidad, y todo era de memoria, tiempo después supe que eso me causaría un rezago en la lectura y entonces tuve que ponerme al tiro con la lectura pero, a la vez, me desarrolló mucho la memoria, una cosa por otra, y estoy muy agradecido porque puede haber un músico que no lee pero no un músico sin memoria. Eso también me marcó y, desde mi punto de vista, fue muy afortunado.
Tocaba la marimba y percusión menor básica, la tarola, a veces alguna clave o alguna maraca. Estuve con él tres años y medio, y el último año cambié de profesor, estuve en con el maestro Francisco (no recuerdo su apellido) un maestro de Durango y tocamos un arreglo de un tema de jazz, fue la primera vez que toqué jazz sin que yo tuviera mayor conciencia de qué era eso.
A voz en cuello
A la par del CIMI, hice tres años en La pequeña cantoría de la maestra Ana María Elgarte Rico, que era maestra de coro dentro del CIMI pero también tenía un grupo independiente de niños cantores. Para mí era muy divertido escuchar cómo una voz se ensamblaba con otra, era fascinante. Ahí tuve amigos, viajamos y nos dimos cuenta de que otros coros se acompañaban con piano y para nosotros lo cotidiano era cantar a capela y que eso implicaba un trabajo mucho más fuerte, que requería mayor nivel de ejecución y trabajar la afinación solo con el criterio del oído de cada integrante del coro. También fue muy buena práctica, nunca me he dedicado profesionalmente al canto pero sí he llevado la práctica del canto junto con la percusión tradicional de manera muy activa y me gusta mucho.
Facultades y habilidades
Terminando los cuatro años del CIMI, entré a la Facultad de Música, mi generación fue la primera o de las primeras a las que le hicieron examen para entrar porque antes los que iban del CIMI entraban en automático. A nosotros nos hicieron examen era algo sencillo por lo que estábamos acostumbrados a trabajar. Entramos un grupo del CIMI y varios de mis compañeros nos mantuvimos juntos toda la carrera.
No sé bien cómo o porqué pero entre los 25 lugares que había disponibles, a mí me tocó recibir la mejor puntuación en el examen de ingreso. Había otros compañeros que hasta la fecha considero que tocan mejor que yo, no sé qué habrá pasado en ese momento, tal vez influyó que yo era más joven y eso les causó alguna impresión a los sinodales o tal vez fue que yo también tocaba teclado y otros nada más tocaban percusión no temperada, de vaqueta o de mano, tal vez pudo ser eso.
Recuerdo que en el examen de ingreso me dieron un instrumento, que después me enteré que era un djembé, y me dijeron:
-Mira, aquí el maestro (era el maestro Jesús Reyes) va a tocar una base y tú tienes que tocar encima lo que quieras, improvisa
-¿Pero qué toco?
-Lo que tú quieras.
Generalmente me atengo a lo que me indica alguien más (no cualquiera pero a quien yo decido que está bien seguir o atender), tomo en cuenta sus indicaciones antes que seguir mi iniciativa, hasta la fecha me pasa y no esperaba que me dijeran en esta parte del examen vas hacer lo que tú quieras, no te vamos a pedir nada, y fue muy interesante porque recuerdo que me sentí muy cómodo, se me hizo como un juego muy divertido, pero el resultado no al fue azar sino que yo sentía que tenía muchas cosas que decir musicalmente y nunca había experimentado esa forma de plantearlas, y recuerdo también que hasta cierto punto entré como en un estado de solo dejar fluir las ideas que tenía en el momento, lo que para muchos es auténticamente la improvisación, independientemente de las técnicas de improvisación, y también fue una sorpresa para mí mismo, y recuerdo que había un gesto de gusto en esa parte de del examen por parte de los maestros. Eso es lo que más conservo del examen de ingreso, fue una vivencia nueva para mí.
Yo tenía 12 años y hacía la carrera a la par de la secundaria pero no tenía la onda de un músico profesional sino era como un gusto y los maestros también consideraban que era un niño y no se podían pasar de exigentes. Se me hacía interesante y entretenido, más que nada.
Los primeros golpes
Entré a la Facultad de Música en el 98 y en el 99 o 2000 me topé en la calle con un grupo de chicos que estaban tocando percusión africana y unas chicas que bailaban, me acuerdo que iba con muchísima hambre (iba con un amigo) y lo que quería era llegar a La Sopa y me los encontré justo antes de cruzar la calle, me llamó la atención y quedé como hechizado, atrapado, me producía el mismo efecto de las batucadas cuando era niño. Me quedé ahí y se me olvidó que tenía hambre, ya ni fui a comer, y yo decía ¿pero qué pasa?, ¿qué están haciendo?, ¿por qué esa música tiene esa fuerza?
Era el grupo Banderlux, venían de Cuernavaca, eran mitad argentinos, mitad mexicanos y en ese momento venían llegando de una estancia de estudio que hicieron en África, entonces estaban en un momento especialmente fuerte del grupo. Fue el primer grupo, hasta donde sé, que empezó a reproducir música africana en México de una manera más fidedigna, respecto a información específica y también respecto a la forma de interpretar la música, antes había músicos aislados pero no ensambles completos.
Eso me marcó muchísimo, empecé a buscar dentro de la escuela pero no me sabían decir bien, algunos compañeros tocaban algo pero eran de semestres más avanzados.
Por ese mismo tiempo pensé entrar a la banda de guerra de la secundaria, me llamaba la atención un instrumento que tiene tres tambores y tiene el entorchado, fui con el maestro:
-Yo quiero entrar y tocar ese instrumento, yo estudio música
-No, por jerarquía, todos tienen que empezar con el redoblante
-No, ese no me interesa
-Entonces no puedes entrar
-Pues no entro.
Los ensayos de la banda de guerra eran los sábados, a los ocho días, pasé por una tienda y vi que tenían un tamborcito en venta, era un djembé, pregunté cuánto costaba, me dieron la información y me dijo una chica que atendía que su novio daba talleres los sábados. Afortunadamente no entré a la banda de guerra porque tuve mis sábados disponibles para empezar a tomar, de manera independiente, clases de percusión africana, de djembé en especial, eso fue en el 2001.
(CONTINUARÁ)
SEGUNDA PARTE: ¡Está bueno!
TERCERA PARTE: La matria
CUARTA PARTE: Spiritual
VER TAMBIÉN: Conversación con Francisco Wilka │ Avance
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