La aproximación a las músicas africana y afrocubana y la formación del grupo ¡Bakán! son los temas de esta segunda parte de la conversación con el percusionista Francisco Wilka

Marco práctico de referencia

El maestro de djembé era Marco Cornejo Bergman, hasta la fecha buen amigo, maestro y compañero, es de Hermosillo, llegó a Xalapa a estudiar, si no me equivoco, antropología. Él tocaba batería, era rockero pero no sé en qué punto empezó a tomar clases de percusión, cuando yo lo conocí, ya había tomado clases con Javier Cabrera que es uno de los patriarcas de la percusión aquí en Xalapa; no sé si también había tomado clases o compartido con Cándido Rojo y con algunos maestros de música africana que habían venido y maestros de la percusión afrocubana como Mario Jáuregui, de la familia de los Aspirina de Guanabacoa, Cuba.
Hice un año de clases con este maestro, conseguí comprarme un djembé africano y empecé a aprender a montarlo. Yo tengo la idea de ser lo más autónomo posible respecto a todo lo que se pueda, yo, en mis sueños guajiros, si pudiera me haría mi ropa, mi calzado, mi casa y produciría mis alimentos (risas), entonces, para mí no solo era aprender a tocar el tambor sino que al tambor se le rompe el cuero y no es como una batería que cuando se le rompe un parche vas a la tienda, lo compras, con una llavecita lo aflojas, pones el nuevo y lo vuelves a apretar.
Con Marco Cornejo viví el aprendizaje no académico de la música por primera vez en mi vida, me gustaba mucho llegar a casa de alguien, tomar algo y relajadamente dedicarle tiempo las cosas que nos interesaban a los dos, no me voy a quejar de mis maestros de la escuela ni era algo chocante para mí pero después de muchos años es difícil que un maestro no se meta en la dinámica de los horarios y las cosas administrativas que te pueden meter ruido.
Esto fue durante un año pero yo tomaba clases solamente los sábados y a veces no podía ir porque tenía exámenes en la escuela o cosas así, entonces, avanzaba rápido en el sentido de que entendía fácilmente cosas de esta música popular africana por mi estudio del solfeo, principalmente, y porque entendía de medidas, de compases y de todo esto pero no avanzaba en la práctica porque esa sí requiere más tiempo, el dominio de los sonidos del tambor, el volumen ni se diga y tocar con la interpretación adecuada, los fraseos, las acentuaciones, todo ese tipo de cosas que hacen que realmente suene a lo que tiene que sonar la música. Avancé en varias cosas y eso a Marco le gustaba mucho, decía este chavo agarra la onda de volada.

R-ave de paso

Por esos tiempos Beto Rosaldo, un compañero de la Facultad que actualmente está acompañando clases en la Facultad de Danza, me dijo ah, estás aprendiendo a tocar djembé, mira, me salió un hueso, tengo un amigo que es DJ y voy a tocar en un rave, jálate, hay 100 pesos. Yo no sabía ni a qué iba ni qué hacer, él me dijo en el momento mira tú toca así, haz esto, lo hice pero la sensación que me quedó es que no tenía chiste, no desprecio el trabajo de un DJ, puede haber cosas muy creativas, muy interesantes pero no había un trabajo comunitario de ensamble de músicos. Esa fue mi primera chamba con el djembé, no tiene nada que ver con el resto del trabajo que he hecho en la música pero afortunadamente lo probé en ese momento y supe que no quería hacer ese tipo de cosas, que no me llamaba la atención.

¡Está bueno!

En el verano de 2002, otro de mis principales maestros, Alejandro Vázquez (le apodan la Cachorra en el medio), abrió unas clases en verano, dejé de ir con Marco, entré al taller de Alejandro quien tenía un cúmulo de información y una habilidad de cómo tocar más avanzada que el resto de los compañeros de mi generación, también había estado en contacto con el grupo Banderlux y fue para nosotros una guía.
En ese taller surgió otra situación muy importante en mi carrera, coincidimos un grupo de cinco chicos aproximadamente (casualmente todos eran de Irapuato menos yo) y se hizo una sinergia muy importante que dio como resultado la formación de un grupo al que nombramos ¡Bakán!, el nombre lo tomamos de una palabra que usan en algunos países de Sudamérica como Colombia donde dicen bakano o bakán para referirse a algo que está bueno, que está sabroso, que tiene calidad, que da gusto.
En el grupo había algunas chicas haciendo la parte de la danza, ese es otro aspecto muy importante, a partir de ahí tomé la idea de que la danza y la música no tienen por qué ir aparte, puede haber danza sin música, es un poco extraño pero puede haber, y puede haber música sin danza, es más común, pero idealmente van juntas y eso siempre me chocaba un poco con la cuestión de que en la Facultad de Música no existiera la danza, por otro lado veía que los de danzas hacían sus coreografías, les ponían cuentas a todo y luego escogían la música, entonces decía eso está muy raro, obviamente no tiene concordancia ni coherencia.
Al poco tiempo de formado el grupo se integró el maestro Marco Cornejo y otros compañeros de la generación de Alejandro Vázquez. Los primeros tres o cuatro años nos tomamos muy en serio la cuestión de la formación, la música que pretendíamos recrear era la de Guinea-Conakry, un país que logró su independencia en el 58 y tuvo un primer presidente socialista, como eran los años de la Guerra Fría, el país se alineo con la URSS, los soviéticos, como sabemos, tienen la tradición de los ballets, entonces, los guineanos retomaron su folclor para meterlo en la escena del ballet. Hicieron un concurso nacional, llamaron a la gente de todo el país, incluso de varios países que antes de la colonia estaban juntos en un imperio y compartían los mismos valores culturales, y crearon un ballet nacional pero, por ser un sistema socialista, el ballet era del ejército, entonces tenían un rigor tan fuerte que si no ibas a ensayar, te metían a la cárcel y si no estabas, metían a tu papá y cosas de esas. Por el rigor marcial, esa música a veces es más fuerte que la de los pueblos.
Nosotros nos dedicamos a recrear esa música, a veces ensayábamos entre cuatro y ocho horas diarias, obviamente eso genera muy buenos resultados, incluso hay una anécdota, una vez rentamos una casa al lado de la del maestro Javier Cabrera y estuvimos ensayando todo el día, cuando llegaron las ocho de la noche, salió el maestro y nos dijo hermanitos, por favor, llevan ocho horas, ya déjenme descansar (risas). Dijimos, si cansamos a Javier Cabrera es porque ya de plano es mucho, nos dio pena y ya nos callamos.
¡Bakán! se formó en el 2002 y existió hasta el 2008, y hasta la fecha es un referente nacional del estudio de la percusión africana en México, no quiero decir que por la calidad sino porque realmente sonaba auténtico, afortunadamente nos tocó escuchar a músicos africanos que decían realmente me siento como en mi tierra, realmente los escucho como a los muchachos se allá, y ese era nuestro máximo.
Continuamente nos organizábamos para traer maestros africanos, ya fuera de África o de los que ya estaban en Estados Unidos o en Europa, eso era más fácil por cuestiones legales. Los traíamos, organizábamos un taller de percusión y a veces uno de danza, abiertos al público, y al final de la semana una presentación. Medio día estábamos tocando con los maestros en el taller de música y acompañando la clase de danza, el otro medio día estaba el grupo con el maestro realizando trabajo intensivo. Eso lo hacíamos por lo menos una vez al año, tratábamos de hacer aprovechar esa semana para hacer una foto idéntica y trabajar el resto del año sobre la información que nos había dado el maestro.
Hay varios maestros muy importantes pero el principal y el que fue patriarca de este grupo es M’Bemba Bangoura, un percusionista que vive en Nueva York desde hace como 30 años, es el que más veces trajimos y se generó una relación de cariño y de aprecio, incluso nos apoyaba dándonos un precio sensible a que no era la misma situación económica que cuando estaba en Estados Unidos o en otra parte del mundo, eso generó un lazo más fuerte.
En lo musical, la de Bakán fue una etapa muy provechosa de mi vida y además fue de las que me cimentaron.

Maderas que cantan…

En la facultad, después de cumplir con el ciclo de iniciación y los preparatorios en los que hay que cumplir con un tronco común, viene la parte profesional en la que uno elige un perfil para especializarse, yo tomé la percusión africana, la afrocubana y la marimba.
Hice siete semestres con un profesor pero de manera no muy satisfactoria y yo tenía la idea de que si me cambiaba con otro profesor, me iba a exigir más y que, como estaba estudiando la secundaria a la par, no iba a dar el ancho entonces dije mejor me la llevo más leve y hago lo mejor que puedo. Obviamente estaba equivocado, siempre hay que hacer lo mejor posible y estar al lado de la gente que más le puede aportar a uno, pero en ese entonces yo no tenía esa claridad. Cuando me cambié de profesor, me acerqué al que, dentro de la academia, yo creo que ha sido MI profesor, al que me ha abierto el camino en la música, sobre todo en el aspecto de la interpretación que es el lado fuerte en la música clásica, como lo es la improvisación en el jazz. Lo importante en la música clásica es cómo logras llevar a su máximo nivel expresivo algo que ya está hecho previamente, sin cambiar la esencia de la composición. Él es el maestro Juan Martínez.
Estuve con él un año y cambié mi forma de pensar, dije bueno, ya estuve siete semestres en la sombrita, voy a aprovechar este con todo y decidí ponerme un reto que fue entrar al Concurso Nacional de Marimba que se hace en Chiapas desde el 2000, esa era la tercera edición de este concurso. Me puse a estudiar muchísimo un mes y medio con la marimba y también fue una experiencia muy importante, hasta ahora considero que la marimba ha sido el instrumento más difícil de todos para mí, a la par del balafón, que es un xilófono africano. Fui al concurso y me dieron un tercer lugar, yo lo considero bastante bueno porque también fue a concursar mi maestro y él quedó en segundo, entonces dije bueno, estuvo no estuvo mal (risas). También me dieron una mención por interpretación que también me dio mucho gusto porque era justo lo que había estado trabajando con mi maestro y para él era muy importante.
Regresé con un muy buen sabor de boca pero también tomé una decisión fundamental en mi vida, dije estuvo muy padre lo que conseguí a nivel de ejecución musical pero fue mucho el tiempo que le estuve dedicando a la preparación del concurso, me organicé, pedí permiso en la escuela, tenía todo organizado casi quirúrgicamente, con una precisión altísima, para poder estudiar ocho horas diarias efectivas de marimba y tener organizado a qué hora comer y cuánto comer para que me diera sueño o no, realmente funcionó muy bien pero después del concurso dije yo no quiero eso para mi vida, no me interesa dedicar mi existencia a lograr eso porque quiero hacer otras cosas, tanto en el plano musical como en general.

Ifá

Como al año de estar formado Bakán, me dijeron también tocamos música afrocubana, yo no sabía nada de eso, además, no era como el ballet africano que era algo puramente artístico, lo afrocubano estaba ligado a muchas cosas religiosas. Me invitaron a tocar batá y me sentaron en el okónkolo, el más pequeño de los tambores, y yo dije qué cosa es esto, me produce una sensación súper extraña, algo raro, como cuando se te duerme una extremidad y la tocas y no la sientes. Yo estaba tocando un ritmo muy sencillo y los demás tocaban otras cosas, por habilidad musical podía mantenerme ahí pero lo que escuchaba me decía muchísimas cosas y no entendía qué relación tenían con lo que yo tocaba. Era algo completamente nuevo y también me hechizó y me atrapó.
Esto fue como en el 2003 o 2004, pasó un año en el cual yo solamente aplaudía la clave y cantaba los coros; veía lo que tocaban los compañeros y lo iba memorizando todo, me gustó mucho porque fue un proceso bastante apegado al de la tradición en la cual un niño, desde chiquito, ve, escucha y cuando se entera ya está tocando sin haber ido a ninguna escuela.
Después me dediqué otro año completo a decir bueno, ya tengo visualizado todo, ahora sí. Pedí clases extra con otro personaje también bien importante que es Laurentino «Tino» Galán, percusionista llegado de La Habana por ahí del 2000 con el que tomaron clases Marco Cornejo y Alejandro Vázquez. Tino replanteó la escena de la percusión en Xalapa (y después en México) porque, con la formación que nos dio, nos introdujo en el mundo del batá pero en su contexto original que son los toques de fundamento. En la religión de la Regla de Osha o santería hay muchísimas ceremonias, una de las más importantes es aquella en la que se dedica un toque de tambor a deidades.
Hubo un auge muy fuerte, que hasta la fecha va en aumento, de la santería en la Ciudad de México, Tino nos introdujo en ese contexto, yo en ese entonces tenía 17 años, iba allá cada semana y para mí era un ejercicio muy fuerte.
En el DF no había tanto desarrollo y tradición del batá como el que se había dado acá, entonces llegamos a aportar algo que allá no se tenía, quizá había una persona u otra que medio conocía pero Tino y los que íbamos de Xalapa tocábamos el tambor más apegados a la ceremonia como se hace en Cuba. Muchas veces me ponían a tocar el tambor mayor, que es la guía musical en la ceremonia, y lo tocaba porque sabía y porque tenía las habilidades de ritmo, pulso y todo esto pero pensaba yo no debería estar haciendo eso, que debería estar haciendo cosas más básicas con alguien que supiera más que yo, pero las circunstancias me pusieron en ese lugar. Lo sabía hacer pero para mí fue mucha exigencia y también mucho aprendizaje. Fue mi primer trabajo en la música, estuve ahí del 2004 o 2005 al 2009, ahora solo voy ocasionalmente cuando puedo.

(CONTINUARÁ)


PRIMERA PARTE: Los primeros golpes
TERCERA PARTE: La matria
CUARTA PARTE: Spiritual
VER TAMBIÉN: Conversación con Francisco Wilka │ Avance

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