Con tantos bloqueos y manifestaciones, el paisaje urbano de Xalapa ha cambiado… y parece que la nueva conformación de la ciudad llegó para quedarse, como la música de la 6.20, aquella estación de am que hacía las delicias de los melómanos en el Distrito Federal hace 40 años.

Se ha quedado tanto esa nueva imagen de nuestra ciudad, que ya los guías de turistas están pensando en cambiar su oferta de atracciones: en lugar de un recorrido por el inigualable Paseo de los Lagos en donde nacen mujeres hermosas, un acompañamiento a pie de una manifestación de Antorcha Campesina; en vez de una visita al majestuoso Estadio Heriberto Jara, una hora de contemplación y escucha de oradores tan formidables como Orfilio García o Toño Luna, y por no ir a un espectáculo picante en algún centro nocturno, mejor un lugar en primera fila para contemplar la vanguardia de los 400 Pueblos, con sus muchachonas hechas de carne de campo.

Y junto con este nuevo panorama de la capital de todos, todos, todos los veracruzanos (saludos Mario Lozano Carbonell, que te mejores), también han cambiado los sonidos, el ruido ambiente que le daba una personalidad a esta culta ciudad. Lo digo porque antes quien caminaba por el centro podía oír a buenos intérpretes populares tocar la marimba y el güiro, el arpa y la jarana; la guitarra eléctrica, y también a músicos de carrera, muchachos que llevaban su saxofón o su viola a la calle Enríquez para hallar unos centavos extras. Igualmente, se podían escuchar conversaciones tan peculiares como ésta:

—Hola, Alfredo, ando buscando a Efrén. ¿No lo has visto de casualidad? —el que pregunta es un resabio del hipismo sesentero: pantalones de mezclilla, una chamarra de cuero negra que viene desde aquellas épocas, pelo largo y agarrado en una cola de caballo grisácea; sobresale en el bolsillo de su camisa una cajetilla de Delicados y en la mano izquierda sostiene un libro de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.

—Estaba aquí hace un rato, pero se fue a su casa con Julio —responde Juan José con su vozarrón de locutor de la W de mediados del siglo XX.

—¿Con Julio? —Se pregunta en voz alta Alfredo—. No conozco a ningún Julio entre sus amigos. ¿Quién es ese?

—¿Julio? Pues no hay otro: Julio Cortázar. Se fue a su casa a terminar de leer Rayuela, en la segunda modalidad propuesta por su autor.

Ahora ya no se pueden escuchar esas conversaciones tan culteranas en Xalapa. Y no porque ya no las haya, sino porque el ruido que hace la rabia de los que gritan en la calle no deja escuchar nada. O sí: se escuchan sus consignas, sus exigencias, sus comentarios:

– “El pueblo unido jamás será vencido”.

– “No que no, sí que sí. Ya volvimos a salir”.

– “No somos uno ni somos cien. Prensa vendida, cuéntanos bien”.

– “Yo vine a reclamar aquí porque no me han pagado mi quincena…” (o una vasta variedad de pagos extraordinarios: …mi bono de productividad …de puntualidad …mi bono por el Día del Maestro …mi compactable …mi ayuda para despensa …mi apoyo para lentes …para libros y material didáctico …mi segunda parte del aguinaldo …mi quinquenio…)

– “Yo la verdad no reclamo nada, porque a mí sí me han pagado mi quincena, así que asisto solamente para acompañar aquí a los compañeros”.

– “Yo estoy aquí porque me invitaron mis vecinos, y prácticamente toda la cuadra se dejó llegar”.

     “Yo ni sé por qué estoy aquí, pero da coraje ver cómo nos robaron todo esos pillos, así que vine a mentarles la madre”.

“Cuando menos me desquito gritando…”

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