«Estoy aquí desde hace 20 años, llegué en el 99, la audición fue el 17 de mayo y ya me quedé, entonces, la verdad ya ni sé qué soy (risas), ya digo que soy un gringo checoslovaco con alma de pirata, porque ya estoy asimilado a la cultura de aquí, me gusta mucho, tengo una esposa mexicana y un hijo xalapeño», me dijo Jakub Dedina —el Kubo, como se le conoce en el mundo del jazz o Jacobo Medina, según su propia traducción—, un trombonista que sigilosamente, sin alardes ni alharaca ha estado presente en la escena del jazz xalapeño en las dos últimas décadas. El jazz está en su ADN pues su padre es músico de dixieland y fue él quien desde la infancia le puso un trombón en las manos y le impuso la condición de que nunca se dedicara al «hueso». De esas y muchas otras cosas platicamos hace unos días.

El chico del trombón

Me llamo Jakub Dedina, aquí sería como Jacobo Medina, es el nombre que doy cuando viajo por el ADO. Soy de Checoslovaquia, un país que realmente ya no existe, se dividió. Mi papá es músico, toca tuba en dixieland, entonces yo, la música, y especialmente ese tipo de música, la tenía desde muy joven.
Además de la tuba, también toca el bajo y el contrabajo, y a veces tiene «huesos» en los que tiene que tiene que llevar los tres instrumentos y el carro va lleno de triques.
Yo siempre bromeo —pero algo de eso hay— que cuando yo tenía como 10 años me dijo sería bueno que estudiaras música, ¿por qué no estudias trombón? Me compró un trombón y pregunté:
—¿Por qué me elegiste trombón?
—Yo soy más grande y toco la tuba, tú eres más chico, entonces toca trombón, pero no vivas los «huesos»
—¿Por qué?
—Porque es muy difícil que estés esperando a ver qué cae, es muy complicado, tienes que ser músico de frac, de música clásica, de una sinfónica
Y ya ves, se le cumplió el sueño, sin embargo estoy del otro lado del mundo (risas), y eso también tiene su razón: desgraciadamente, es muy complicado conseguir un trabajo, desde allá busqué por todo el mundo y gracias a Dios terminé en la sinfónica de aquí.
Hice mis estudios en el Conservatorio de Praga, luego fui a estudiar a Estados Unidos, estuve en un curso de verano de la escuela Juilliard —que tiene mucho prestigio— en Aspen, fue maravilloso, me abrió los ojos porque yo estaba en un ambiente comunista allá en la República Checa y de repente vi al mundo enorme, gente de todas las nacionalidades, tantos idiomas, algo multicultural que yo desconocía.
Luego hice una maestría en la Universidad de Nuevo México donde también estudió John Stringer, que ahora es mi colega, pero allá no nos conocíamos, yo entré cuando él terminó su maestría. Cuando terminé la escuela le pregunté a mi maestro si sabía de algún lugar de América Latina en el que hubiera trabajo —porque pensaba irme a la aventura— y me dijo voy a preguntarle a un alumno que está en México. En eso se abrió una audición para una plaza aquí, en la Sinfónica de Xalapa, me vine y realmente estoy muy agradecido y muy feliz, es uno de los mejores trabajos del mundo. Para un músico de música clásica es complicado, entonces, cualquier trabajo que pueda conseguir es bueno.

Gringo checo jarocho, trovador de veras

Estoy aquí desde hace 20 años, llegué en el 99, la audición fue el 17 de mayo y ya me quedé, entonces, la verdad ya ni sé qué soy (risas), ya digo que soy un gringo checoslovaco con alma de pirata, porque ya estoy asimilado a la cultura de aquí, me gusta mucho, tengo una esposa mexicana y un hijo xalapeño.
Tengo muchas historias, por ejemplo, una de mis primeras palabras es la palabra «tope»: en Estados Unidos tenía una camioneta bien vieja y me vine manejando desde Nuevo México con todas mis cosas, me hice como cuatro o cinco días. Venía toda la velocidad, que era como 80 kilómetros por hora, porque la camioneta no iba a más risas (iba). Venía por la carretera 180, que era como una autopista, y todo iba bien hasta que entré al estado de Veracruz y de repente parecía que me había perdido, la carretera estaba toda mal, parecía que había desaparecido. En un pueblo había un señalamiento muy grande escrito a mano que decía «tope», dije ¿tope?, y ¡zaz!, que brinco y me doy un golpe en la cabeza, creo que hice un hoyo en el techo (risas), y así aprendí, a golpes, la palabra tope, ya no se me olvida qué es.
Bueno, sigue el show cultural, me sigo sorprendiendo. Los primeros años todo era impresionante, solamente comía torta de jamón, sin frijoles porque me hacían daño todo, cuando iba a mi país no llevaba nada y regresaba con mucho pan y cosas de allá, y conforme pasaron los años fue al revés, ahora llevo comida y no traigo mucho porque la comida de aquí es muy rica y sobre todo hay variedad, porque allá, la verdad solo se come papa y queso, parece broma pero es muy limitado lo que hay de frutas, solo manzanas y, con suerte, peras —bueno, ahora ya es diferente, ya hay muchas cosas, pero en mis tiempos, no—. La primera vez que vino mi mamá estuvimos en Chedraui, en la parte de las frutas y las verduras, como una hora y quería que mi esposa le explicara todo: ¿qué es esto?, ¿qué es esto?, pero en algunas frutas mi esposa dijo pues no sé, y mi mamá respondió ¿cómo que no sabes?, ¿de dónde eres? Son tantas que ves unas bolas negras y dices pues quién sabe qué es (risas), es impresionante.

Ritmo fascinante

La música de jazz es parte de lo que yo recuerdo de niño, entonces siempre tuvo un lugar muy especial, de hecho, de joven tuve que decidir si quería estudiar clásico o jazz, decidí estudiar clásico y creo que hice buena decisión porque es mucho más complicado para los jazzistas, pero siempre me gustó, cuando llego de la Sinfónica, pocas veces me pongo escuchar música clásica, ya la tengo toda la mañana y me encanta, pero a menos que tenga que preparar algo o que haya una obra que me emocione, en la tarde escuchó la música de jazz.
Cuando llegué aquí empecé a tocar en los lugares que había, toqué en La Sopa, en La Tasca, en otros lugares que ahora ya no existen. Toqué con los músicos de aquí, con Lucio [Sánchez], con Aleph [Castañeda], con un compañero mío de la Sinfónica, Rodrigo Álvarez, es hijo de Adolfo [Álvarez], con el que creo que también toqué alguna vez.
Cuando llegué, toqué una vez con Édgar [Dorantes], me gustó, le dije qué maravilla, ¿cuándo tocamos otra vez? Y me dijo no, es que me voy a estudiar a Estados Unidos (risas). Se fue a hacer su maestría y demoró allá porque se quedó a trabajar un tiempo.
Como siempre estuvo reducido el presupuesto, muchas veces toqué a dueto con Emiliano Marentes, un guitarrista que ahora está en el DF, también toqué con Stefan Oser, un guitarrista austriaco que vivía aquí, y con otros guitarristas, es un dueto que me gusta mucho, J. J. Johnson tiene un disco muy antiguo, que no es muy famoso, en que toca con Joe Pass y me encanta.
Así hasta que nació mi hijo y ya no aguanté porque el chamaco se despertaba a las seis de la mañana y tenía que atenderlo. También toqué un tiempo con el Combo Ninguno, me encanta la salsa, es una buena música porque tienes público que disfruta, pero es muy difícil por el volumen, se toca muy fuerte, y por el horario, me acuerdo que a las tres de la mañana estaba esperando que me pagaran y sabía que a las seis mi hijo me iba a estar despertando.
Ahora, el niño ya tiene 13 años y retomé el jazz, la verdad, creo que con más seriedad.

JazzUV

Di clases en Veracruz, en la EMBA —la Escuela Municipal de Bellas Artes—, estuve cinco años yendo a Veracruz, ahora estoy dando clases en JazzUV y eso también me empuja a mejorar, la verdad me esfuerzo bastante, llego de la Sinfónica y en la tarde me pongo a estudiar el jazz, tengo un trombón para jazz que es más chiquito y ahí estoy viendo, estudiando, aprendiendo cosas nuevas.
Escribí un método para mis alumnos porque no encontré uno bueno, aunque el jazz está avanzando, cuando yo era joven todo estaba como todo envuelto en secreto, era como la divina inspiración, mientras ahora hay métodos y se habla que en la progresión armónica tal que se usa en la escala tal, además, los alumnos de JazzUV tienen muy buenos maestros y saben en qué enfocarse, de ahí retoman algo que les gusta, por ejemplo el arreglo musical, y tienen cosas que eran impensables en mi época como un método de Berklee para saber cómo hacer arreglos, antes era puro oído.
JazzUV va para arriba, es impresionante ver el avance que tiene la escuela, y no es por la calidad de los maestros porque siempre ha tenido muy buenos maestros, creo que lo que la encarriló fue el sistema educativo de la Universidad, hay unas reglas claras que los alumnos tienen que seguir y se ven los resultados y solo tiene 10 años, apenas salieron las primeras generaciones y ahora hay unos jóvenes de 15 años que tocan muy bien, yo a esa edad tocaba la puerta, el jazz me parece muy difícil de comprender porque son muchas cosas que tiene que hacer uno. Me han tocado varios directores y ahora me siento muy bien con el maestro Rafa [Rafael Alcalá, recientemente nombrado director de Difusión Cultural de la UV pero que en el momento de la conversación era el coordinador general de JazzUV], creo que lleva la cosa muy bien, él entiende muy bien la función de la escuela y la importancia de que sea parte de la Universidad Veracruzana, entonces todo se soluciona a base de reglas universitarias y eso es muy importante porque formamos parte de una institución.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: En la escena del manantial de arena
TERCERA PARTE: Trombón que pitas con amor

 


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