Me soy por las tardes
sobre todo las tardes
un lobo (…)
Crecí en hocico para ocuparme de otra circunstancia
descifrar las intenciones del hijo de la mierda
del ilustre con sarna
¿Cuántos hijos de mierda tiene un hijo de mierda?
Como huelo doy
(Miguel Maldonado. Lobo de mí)

Sobre todo por las tardes, Miguel Maldonado es su propio lobo, pero siempre, en todos los momentos, como huele, da. Si a bestia huele, da un rinoceronte que «se sabe un Pegaso encadenado, un pichón que sufre encierro en pieles de alta seguridad» o un murciélago «que lleva de noche una vida licenciosa, que gusta de doncellas escotadas, que tiene poderes hipnóticos».
Si es a desdeñado o vergonzante oficio es el aroma que percibe, otorga voz «a quienes desazolvaron cañerías / llevan perros a la hoguera / limpian excreciones en estatuas / atienden de noche los negocios / hacen algo útil sin ser vistos».
Si es a rosa el aroma, entonces ala a la más amada de sus flores:
Un campo de rosas es un sembradío de pájaros,
un cultivo de aves con plumajes a piel de flor.
Su única vocación es la de ser aves de ornato.
Es su lobo pero también el mago que saca su peculio existencial de la chistera de lo cotidiano, de lo dicho con palabra llana, de la dicha con que allana el pesar de los malditos oficios que, por serlo, son propicios para que brote su poesía. Es su lobo pero también el jardinero que cultiva flores volantes y mariposas atadas al tallo de su tedio por el cielo.
Con el lenguaje de todos los días, el del mercado, el de la oficina, el que vestimos para transitar la vida y salir ilesos, Maldonado ha construido una poética en la que lo mundano y lo imaginario se encuentran y tomados de la mano avanzan hacia la destrucción, al menos temporal, del caos que nos contiene y nos sofoca.
Me lo encontré en una cueva nuestra, la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil, a la que llegó para presentar su libro más reciente, El vuelo de la rosa, por supuesto, no lo dejé salir hasta que lo confesó todo. Esto fue lo que me dijo:

Allá en mis años mozos

Allá en mis años mozos adiviné del Arte
la armonía y el ritmo, caros al musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
(Amado Nervo. Autobiografía)

La verdad es que uno no suele pensar cómo ha sido su desarrollo literario y cuando lo hace, se da cuenta de que siempre encuentra datos nuevos o reacomoda la historia, voy a tratar de hacer, de nuevo, esta semblanza: yo vengo de una familia de profesionistas que se hicieron profesionistas a partir del gran boom universitario que hubo en México en los años sesentas, setentas, cuando prácticamente cualquier ciudadano en México podía acceder a la educación pública y universitaria, hablo de ese gran fenómeno que fue la Universidad Nacional [Autónoma de México] que cobijó a miles y miles de estudiantes, y del Instituto Politécnico Nacional. Este gran boom en el que prácticamente quien hiciera sus estudios de corrido, podía desembocar en los estudios universitarios; desafortunadamente ya no es así, las clases más desfavorecidas no tienen acceso a las universidades como sí se tuvo en alguna época.
¿Por qué digo esto?, porque me tocó ser hijo de esta primera generación masiva de profesionistas que tenían como discurso de vida que la educación te salvaba, que la lectura te hacía mejor persona y que, por lo tanto, era importante tener el hábito de la lectura. En ese discurso me formé y en la casa siempre había estas enciclopedias de Salvat y todas las que toda una generación tuvo en su propio librero, y libros clásicos, por supuesto.
A mí me llamaba la atención —más que la novela, el cuento, la narrativa— algo que yo no sabía qué era; yo escribía cosas muy cortas que parecían pensamientos, ideas, pero no eran historias, ya después supe que eso se parecía mucho a lo que llamamos poemas. En ese mínimo librero que tenía mi papá, que era seguramente el que tenía la clase profesionista de esa época, había literatura mexicana y me gustaban en especial los poetas modernistas y entre ellos un poeta tutelar para mí lo fue Amado Nervo, digamos que esos años fueron de leer poesía modernista y en particular, a Amado Nervo.

Más vale título en mano que verso volando

Conforme avanzaron los años hice muchas cosas como todos, en mi caso, la vida fue deportiva y de estudio, pero la lectura siempre formó parte fundamental de mis hábitos de vida. Llegó un momento en que tenía que decidir qué iba a estudiar como carrera profesional y me pasó lo que le pasa a muchos escritores en ciernes que saben que la literatura, por sí misma, no les va a dejar una manera de ganarse la vida; es lo que se piensa y también es una realidad.
Lo más cercano a la lectura, a la cultura literaria, a la literatura, son las áreas sociales y una que de alguna manera te da una forma de ganarte la vida es el derecho, así que decidí estudiar derecho. Como te decía, eso no me pasó a mí, le pasa a muchos escritores, tengo muchos amigos que son abogados y, cuando menos, no nos pueden hacer nada malo (risas) porque conocemos la ley.

El llamado

El llamado es interior y puede ser instantáneo
o paulatino; apenas se manifiesta, deja de ser
una revelación, es decir, el descubrimiento de
una afición oculta, para convertirse en una
imperiosa invitación a hacer. La palabra central,
el corazón del llamado, no es el conocer sino el hacer.
(Octavio Paz. El llamado y el aprendizaje)

Estudié derecho en esta misma idea de que la literatura no me iba a dejar una manera de ganarme la vida, durante algunos años sentí que había frustrado mi carrera porque ni me gustaba el derecho como debería de apasionarme ni tampoco estaba metido de lleno en la literatura, pero con el tiempo me di cuenta de que valió la pena haber estudiado derecho porque me dio herramientas para ganarme la vida de distintos modos, los abogados cabemos un poco en todos lados: en el servicio público, en la iniciativa privada o como independientes, poniendo un despacho, además, el hecho de no estar solamente en el mundo de la literatura —universitariamente hablando— también te da la oportunidad de conocer distintos ámbitos sociales, distintas personas, enriquece tu experiencia de vida, así que a veces me lamentaba haber estudiado derecho y a veces lo agradecía (risas); hoy día, más bien lo agradezco porque me permitió tener trabajo en la burocracia, en la diplomacia o trabajos de amigos que llegaban y me decían oye, tengo tal problema.
Cuando terminé mi carrera descubrí que no quería ser litigante porque no me interesaba la litis como tal y entonces decidí estudiar un posgrado para prolongar todavía un poco más mi formación, así que estudié una Maestría en Ciencias Políticas, la cual me metió un poco más de lleno a la filosofía, eso también enriquece la manera de entender, de ver el mundo, de involucrarse en lo social.
Me fui a vivir a Montreal en esa época, me fui con mi familia y no ganábamos lo suficiente, entonces teníamos que trabajar los dos, tuve muchos trabajos, estuve de lavaplatos, de campesino, de distintos trabajos.
Dice Octavio Paz, en un ensayo que se llama El llamado y el aprendizaje, que todos tenemos un llamado de la vocación y que hay un momento en que asumimos ese llamado ya como una forma de vida, yo había tenido el llamado durante distintas épocas pero no lo había asumido, de hecho, tan no lo asumí que estudié una licenciatura en derecho y un posgrado en ciencias políticas, es decir, me resistía por los miedos que implica asumir ese oficio, da mucho temor sentir que no tienes el talento suficiente, que no tienes el rigor o la disciplina suficientes, por muchos aspectos tienes miedo de asumirlo, pero cuando terminé el posgrado dije bueno, ya voy a intentarlo.

El poema ya tiene que lo escriba

Decidí darle importancia a la literatura y al ímpetu que tenía de escribir, y fue entonces que empecé a publicar, vino Magia corriente en 2004, después, en 2006, gané el Premio Nacional de Poesía Joven Gutierre de Cetina con un libro que se llama Ciudadela, que escribí en Montreal, y en fin, ahí asumí meterme a escribir un poco más en serio y a publicar, porque uno no puede dedicarse a escribir toda la vida sin desear publicar, son dos cosas distintas, no recuerdo de dónde es la anécdota, creo que es de Gabriel García Márquez, un joven le dijo:
—Yo quiero escribir, ¿qué hago?
—Pues escriba (risas)
—Pero es que yo quiero publicar
—Ah, bueno, eso es otra cosa, es una dinámica distinta
Yo asumí las dos cosas, quería escribir pero también quería mostrar lo que había escrito. Publicar es otra dinámica, ahí sí tienes que ir con tu hatillo de puerta en puerta y mostrar lo que haces. Lo que ayuda un poco en las publicaciones son los premios, creo que una buena estrategia para un escritor es concursar porque tener un premio te facilita mucho la entrada con los editores, como es el caso de Ciudadela, que ganó el premio Gutierre de Cetina y después lo publicó Conaculta. El libro de los oficios tristes ganó el premio Xirau del Colegio de México y también se publicó.

Doctor que escribes con amor

Regresé del posgrado y me fui a trabajar a la Universidad de las Américas y allí Ignacio Padilla —cuentista que murió el año pasado— comentó la idea de crear un doctorado para todos los creadores que estaban impedidos a dar clases o a ser investigadores porque no existía un programa que reconociera la creación, entonces se creó el Doctorado en Creación y Teorías de la Cultura con la idea de que los creadores tuvieran un espacio donde fuesen certificados oficialmente, porque nadie le da a uno un título por ser creador. Ya existía un ejercicio similar pero en maestría, la Maestría en Creación de la Universidad de México.
Se creó este espacio, yo ya había pasado por el área social en Derecho y en Ciencias Políticas y decidí cursarlo con la idea de reivindicar la literatura y la creación, como una manera de ir a donde debí haber ido desde el principio. Estudié el doctorado en co-tutela con la Sorbona, hice unos seminarios en la Sorbona y llevé unos cursos en la Universidad de las Américas.

Nkosi Sikelel’ iAfrika

Terminando el doctorado decidí involucrarme un poco en el tema de las relaciones internacionales en la Universidad de las Américas, yo estaba muy metido en esa área porque en esta universidad llegan muchos estudiantes extranjeros y el trámite pasa por la Cancillería mexicana, y entendí la dinámica de la movilidad estudiantil. Esto me permitió hacer algunos conocidos en Relaciones Exteriores, en particular un poeta que se llama Jorge Valdés Díaz-Vélez, es un poeta del Servicio Exterior. Ya casi no existen escritores en el Servicio Exterior que sean diplomáticos de carrera, yo creo que los últimos fueron Sergio Pitol y Jorge Valdés Díaz-Vélez, un poeta que ya se jubiló, por cierto, y ahora vive en España; hemos pasado varios pero no somos de carrera.
Como te digo, ya había hecho ciertas relaciones ahí y les comenté mi interés por estar en la diplomacia, entonces me ofrecieron ser agregado cultural Kenia, en África, y me fui con la familia. No estuve mucho tiempo, estuve como dos años y medio, más o menos, allá nació mi segunda hija, se llama Nairobi, igual que la capital de Kenia, y al nacer decidimos volver a México.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Los pétalos del lobo
TERCERA PARTE: De magia, bestias, oficios y rosas

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