En esta segunda parte de la conversación, Horacio Franco hace una serie de reflexiones sobre nuestra idiosincrasia, habla de su regreso a México y explica por qué a la música europea debe llamársele clásica.

Ave del paraíso

El mundo nunca ha estado bien al cien por ciento, siempre ha habido supremacismo blanco, discriminación racial, pero en ese entonces, en Holanda era de muy mal gusto mostrar cualquier rasgo mínimo de discriminación hacia otra persona, porque en verdad era una sociedad —sigue siendo, pero después del 2001 ya cambió mucho el mundo contra los árabes y ahora contra los latinos— muy civilizada, discriminar era de veras de muy mala educación y políticamente muy incorrecto. Una vez iba en un camión, se frenó bruscamente, le pegué a una señora y me dijo: «estos extranjeros, siempre causando problemas», y todo el camión se volcó contra ella, casi que le dieron pamba, esa fue la única vez que me sentí discriminado.

Pájaros carpinteros

El pájaro carpintero,
para trabajar se agacha
(El gavilán.
Juan Rulfo, Marcial Alejandro)

No había nada por lo cual me pudiera sentir discriminado, en realidad, eran más fuertes los traumas que tenía yo aquí en México, porque aquí siempre nos hacían sentir que éramos menos que los ricos o menos que los europeos con su gran cultura; ¿te acuerdas de ese comercial de la Superior que decía: «la rubia que todos quieren»?, es de esas cosas subliminales que hacen que te sometas. En la película de Pedro Infante con Wolf Ruvinskis hay una escena donde Wolf Ruvinskis le dice «mexicano prieto» o algo así —no me acuerdo bien— y Pedro Infante pierde la pelea, ¿por qué?, porque finalmente estábamos condicionados a que los gringos o los güeritos eran más. Ese culto al «güerismo» sigue existiendo en México muy subrepticiamente, muy tácitamente, pero ya menos, los mexicanos ya hemos superado muchos traumas, ya no le creemos a la televisión comercial con sus modelos y estereotipos de «güerito», «güerita», ya podemos compararlos con un indígena y ver que son igual de bellos. Obviamente, todavía hay mucha gente a la que no le conviene que seamos una sociedad despierta, con integridad, crítica, pero creo que se está acabando. Los mexicanos tenemos mucho qué dar, así como los europeos tienen mucho que darnos a nosotros.
Ahí fue donde me di cuenta de una cosa muy importante que sigo diciendo tanto como puedo: la gran diferencia entre los europeos del norte y los latinos es que nosotros, siempre, primero realizamos las cosas y luego las pensamos, y los europeos primero las piensan y luego las hacen. Aquí, por ejemplo, primero construyen una unidad habitacional y luego dicen ah, es que no hay camino; ah, es que no hay agua, ábranle un boquete a la calle —que ya está terminada— para traer agua.

Gavilanes del monte

Soy un gavilán del monte,
con las alas coloradas,
a mí no me asusta el sueño,
ni me hacen las desveladas
(El gavilán.
Juan Rulfo, Marcial Alejandro)

La falta de reflexión, la falta de análisis a veces es porque somos muy impulsivos, tenemos la sangre más caliente que los europeos. A ellos, por ejemplo, les sucede que hay un imprevisto fuerte o una fatalidad y no saben cómo reaccionar, en cambio, nosotros nos sacamos las soluciones de la manga: se cayó esto, pues ponle un hilito; y sacas el hilito de quién sabe dónde y lo pegas y ya queda perfecto. Si en una función de teatro o de ópera hay cosas que faltan, un europeo se pone loco cuando ve que no está nada listo al cinco para las doce, y al final todo sale bien por la capacidad de inventiva tan rápida que tenemos, eso lo demostramos mucho también en el lenguaje, somos un pueblo con una capacidad maravillosa de transformar el lenguaje; la cultura del albur, del doble sentido, de la tergiversación de palabras o de frases es impresionante, no la tienen los europeos del norte.

Flauta que no has de ejercer, déjala volver

Estuve casi cuatro años en Holanda, terminé mi maestría y me regresé a México. Me encantó vivir allá, tenía una pareja que es holandés, pero no había nada que buscar en Holanda, el instrumento estaba saturadísimo, levantabas una piedra y en lugar de salir una araña, salía un flautista sin trabajo, entonces, conseguir trabajo con este instrumento estaba en chino y aquí tenía todo por construir. Hubiera tenido que se paciente, esperar cinco, seis, siete años hasta que me tocara mi lugar, pero hubiera perdido toda la experiencia que te da el tocar siete años, comisionar obras, trabajar como maestro del Conservatorio. Todo lo que me dio México, no me lo iba a encontrar en ningún lado.
Si hubiera sido cantante tenor de ópera, estaría trabajando en Europa desde hace 30 años o más, trabajaría en las compañías de ópera o lo que sea, pero con este instrumento no puedes trabajar casi en ningún lado allá; no tiene repertorio, es un instrumento muy limitado como fuente de empleo, entonces tuve que regresar a México para construir algo con el instrumento.

Classicus

La música es el lenguaje más universal que tenemos, somos música desde que estamos en el vientre materno porque oímos el ritmo de la frecuencia cardíaca; el corazón de nuestra madre, el nuestro mismo ya es una inducción al ritmo, la parte más fundamental de la música, y cuando nacemos oímos melodías, oímos los sonidos de la naturaleza y los codificamos, nos transmiten cosas emocionales que hacen que la música sea la más primigenia de todas las bellas artes.
Todas las culturas humanas han tenido música, desde el Neolítico hasta el Paleolítico, hasta el Neardental, hasta los mesopotámicos, hasta Sumeria, hasta Egipto, hasta Grecia, pero por muy fregonas que hayan sido esas civilizaciones —los egipcios hicieron sus pirámides, los griegos tuvieron grandes filósofos y todo lo que tú quieras—, ninguna tuvo la brillante idea de inventarle un lenguaje escrito a la música, fueron muy idiotas. Yo te puedo decir que los mesopotámicos usaban unas flautas y los griegos usaban otras flautas y arpas, y los egipcios también, pero ¿cómo sonaba esa música?, nadie tiene la respuesta porque fueron tan zoquetes de no haberle inventado un código a esa música.
Hasta el año 1000 fue que los europeos le inventaron un código escrito a la música y por ese código se perpetuó la música; empezó a perdurar por 10, 20, 30, 50, 100 años por el hecho de que hayan dispuesto un pentagrama y nombre a las alturas de las notas: do, re, mi, fa, sol. Esos nombres vienen del himno a San Juan que dice: Ut queant laxis —ut es do en francés, los franceses le dicen ud al do—; Resonare fibris, Mira gestorum, Famuli tuorum, Solve polluti, Labii reatum, Sancte Ioannes. Era un sistema de seis notas nada más, no eran siete.
Los europeos inventaron los nombres y la duración de las notas, y con ello inventaron el hilo negro, le perpetuaron a la música su sino y su existencia por más de mil años, por eso se llama música clásica, porque porque no hay otra que realmente haya dicho: aquí papelito habla, señores, y este es do y este es re, y aquí hay una distancia que se respeta, y este es un tiempo, y este son dos, y este es medio tiempo o tiempo y medio, y no hay vuelta de hoja; no es de que tú quieres tocar dos tiempos cuando está escrito tiempo y medio, no señor, aquí hay una partitura que te dice cómo y qué hacer.
Este sistema de códigos, esta escritura, fue el detonador para que a la música europea la denominen clásica, aunque también hay música clásica hindú y música clásica árabe, porque lo clásico es digno de mención, digno de imitación, digno de culto y, obviamente, la música hindú y la música prehispánica también podrían ser ser muy dignas, pero no las conocemos y la música europea sí, por eso se llama clásica.
Algunos le llaman música académica pero también la música árabe puede ser muy académica y la música hindú puede ser muy académica, pero no se escriben, todo se hace a partir de la reacción auditiva.
Otros le llaman música culta, pero toda la música es culta, hasta el reguetón y los narcocorridos, porque son parte de nuestra cultura del siglo XXI, una cultura muy minúscula y muy destructiva, si quieres, con textos alabatorios a la muerte y al narco, pero ahí están y son parte de una cultura.

(CONTINÚA)

PRIMERA PARTE: El niño pájaro
TERCERA PARTE: Flauta sana en cuerpo sano


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