El instrumento musical más antiguo que se conoce es una flauta que fue construida, hace 42 000 o 43 000 años, con huesos de ave y marfil de mamut. El luthier fue algún Homo Sapiens que rondaba las cuevas del sur de la actual Alemania. Imagino —pero solo imagino— que nuestros parientes más antiguos, o sus primos Neandertales, seducidos por la libertad de las aves, anhelaron convertirse en pájaros, y que tras múltiples intentos de vuelo fallidos y trágicos, optaron por fabricar un pico para poder, al menos, trinar. Y que una vez inventado el instrumento, descubrieron que su canto era tan liberador —eso sí está comprobado científicamente— como el más alto de los vuelos.
Horacio Franco pasó por un proceso similar, la primera vez que escuchó sonar un piano cerca de él, descubrió que la música es una suerte de animal alado y decidió que su destino sería convertirse en pájaro y pasar la vida volando. Con otras palabras, pero eso fue lo que me platicó cuando vino a participar en la 29a Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil.

El pájaro cautivo

Yo fui un niño muy chiqueado, nací a los 40 años de mi mamá, fui la última calentura de mis papás, siempre lo he dicho; fui el séptimo hijo y todos mis hermanos eran muy mayores que yo, entonces me consintieron de una manera incalculable y me convirtieron en un niño verdaderamente echado a perder.
Mi padre se quedó sin trabajo a mis siete años y ese hecho hizo que mi madre también tuviera que ayudar en el sustento, tuvieron que trabajar los dos y crecí muy solo, de niño mimado pasé a ser un niño muy introspectivo y solo, y crecí conmigo. Y crecí con la cultura, porque en vez de jugar con mis compañeritos, me puse a leer y a leer y a leer la enciclopedia de Espasa-Calpe, mi papá era cantinero y un día le vendieron esa enciclopedia, la habían ocupado mis hermanos y ahí estaba, después la ocupé yo.

Pequeña serenata

A los 11 años entré a la secundaria y ahí fue mi contacto más directo con la música con la flauta soprano de pico, que fue el instrumento que nos tocó en la escuela —sigue siendo un instrumento que se ocupa en muchas escuelas para enseñar música— y ahí me di cuenta de una cosa fundamental: que era yo muy rápido, muy talentoso, que tenía una facilidad enorme, sacaba las melodías muy rápido y era como muy natural para mí. Unos días después, al final de la clase el maestro nos llamó para que fuéramos a oír a una compañerita a la que habían puesto a estudiar el piano desde los cinco años —su papá era violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional— y tocaba muy bonito.
Yo nunca había oído tocar tan cerca, y menos a Mozart, yo no sabía ni qué era nada de eso, mis papás crecieron, por fortuna, con buena música: Los Panchos, Los Tres Diamantes, la música de los cincuenta; mi papá era un admirador de las bandas de Glenn Miller, pero nunca hubo música clásica en mi casa en realidad. Al oír la música clásica por primera vez, tuve una epifanía, una revelación, me entró a la cabeza algo que no te puedo decir —que es un no sé qué que yo sí sé—.

Mi plumaje es de esos

Fue tan total y absolutamente revelador el hecho de que me haya entrado la música de esa manera, que dije yo quiero hacer esto cuésteme lo que me cueste. Ya no quise ser otra cosa en la vida y fue ahí cuando tuve que enfrentarme, obviamente, a la idiosincrasia de mis papás, que era gente que no pudo terminar la primaria, gente de clase trabajadora, y para ellos, una profesión digna para sus hijos era el ser médico, el ser abogado, el ser ingeniero, el ser maestro, incluso, pero no ser músico, porque eso formaba parte de la bohemia, de la artisteada, de sexo drogas y rock and roll, entonces, obviamente mis papás estaban totalmente en contra, me les tuve que revelar y tomar en ese momento una decisión de vida para hacer lo que yo quería, y realmente, todos estos esfuerzos de hacer conciertos como los que estoy haciendo aquí, en la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil del Instituto Veracruzano de la Cultura, precisamente son como un pretexto para decirle a los niños, y a los papás, que descubran su vocación lo más pronto posible, porque yo tuve suerte, fue como si hubiera comprado un boleto de lotería y me la hubiera ganado, pero qué tal si no me la gano, qué tal si le hago caso a mi papá o a mi mamá y primero estudio una carrera «decente» para ellos, como la ingeniería, el derecho o la medicina y a la vuelta de la esquina, a los 21 años, me encuentro con que soy un músico frustrado; me hubiera echado la culpa a mí y le hubiera echado la culpa a ellos también.

Oigo, ergo, vuelo

Tengo oído absoluto, es una facultad que me permite saber qué nota está sonando, saber que un la es un la, saber que un do es un do y oír todas las relaciones; mi mente codifica los sonidos de una manera rapidísima. Un músico bien entrenado auditivamente, entiende todas las relaciones armónicas y melódicas que hay y sabe qué acordes están usando, entiende cómo va la música pero no sabe qué notas son, puede ser do, puede ser fa, en cambio yo sí sé, tengo todos las notas en la cabeza.

El vuelo truncado

Entré a una escuela gratuita del Seguro Social para estudiar piano pero no tenía el instrumento y me hice un tecladito de cartón. El maestro —que es un gran amigo mío ahora, se llama Gonzalo Ruiz Esparza— daba clases en el Conservatorio [Nacional de Música], en la [Escuela] Nacional de Música y también en esa escuela del Seguro Social, ahí le daba clases a señoras, pero las señoras sí tenían piano, yo tenía mi tecladito de cartón y no podía practicar. Mi experiencia con el piano fue muy desoladora porque si no tienes un instrumento para estudiar, no puedes hacer una carrera, es como querer ser cantante y ser mudo, no se puede.

El niño pájaro

Mi compañerita que tocaba el piano me había dicho que en el conservatorio se estudiaba música y había otros chavitos de la secundaria que también iban, entonces, a los 13 años me metí al Conservatorio Nacional de Música a escondidas de mis papás. Hice un examen de admisión, me admitieron, entré y ya nunca más he vuelto a salir de ahí, sigo siendo maestro de tiempo completo después de 41 años de haber entrado, ya tiene una infinidad de años. Esa escuela fue la que me me definió como músico, la que me definió como ser humano; ahí estudié toda mi carrera hasta que me fui a Holanda. Entré a los 13 y estuve ahí nada más cuatro años porque yo me quería comer el Conservatorio e hice mi carrera muy rápido.
En el Conservatorio no había maestro de flauta de pico, entonces tuve que estudiar otra cosa, que fue el violín, pero no me gustaba mucho. Tuve que comprar un violín con mis ahorros, pero el maestro de violín se dio cuenta de que yo era principiante, que tocaba bastante mal. Él era el director de la Orquesta del Conservatorio, yo era un freak de la música clásica, era muy apasionado —sigo siendo un señor muy apasionado, pero antes era mucho más, me quería comer al mundo con la flauta—, tenía muy buen oído y era muy rápido, entonces sacaba de oído los conciertos de Vivaldi y lo que oyera. Le hice una audición para tocar un concierto de Vivaldi y me la dio de solista en el concierto que iba a dar la Orquesta del Conservatorio en Bellas Artes el 12 de abril del 78, esa fue mi primera oportunidad grande de tocar un concierto de solista y ahí fue donde demostré a mis papás que sí podía, la única cuestión es que todavía no lo creían, todavía no lo tomaban en serio; muchos padres creen que evitar que un hijo haga la vida como ellos no lo planearon, les va a dar a los hijos la felicidad y la seguridad que ellos quieren que tengan, pero no es cierto.

El ave migratoria

Desde que empecé a estudiar y a apasionarme por la música, me di cuenta de que los holandeses eran los mejores flautistas del mundo y de que en Holanda estaba la mejor escuela del mundo y yo quería lo mejor; desde los 13 años quería irme a Holanda para estudiar en una escuela que valiera la pena. A los 17, mandé un casete para que me aceptaran, me aceptaron y me fui. Se dice muy fácil pero no fue así, tuve que hacer muchas cosas.
El director del Conservatorio en este momento era el Maestro Armando Montiel Olvera, aparte de ser un gran visionario, escuchaba a la comunidad y sabía las necesidades del Conservatorio. Un día me mandó a llamar y me dijo: mira, tú que dominas ese instrumento, presenta un examen a título de suficiencia y haz un proyecto de plan de estudios, y te doy la oportunidad de que empieces a dar clases en el Conservatorio porque, aunque eres muy joven, tú eres el que más sabe de eso y hay mucha gente que también quiere estudiar flauta dulce y no hay. Estuve dando clases un año en la Superior y en el Conservatorio, como no me pagaban por los trámites burocráticos de la SEP y de Bellas Artes, ahorré dinero. Luego escribí un artículo para un concurso de la Enciclopedia Británica, gané el concurso y me dieron dos mil dólares, que en 1981 era un dineral, y con ese dinero y lo que había ahorrado de las clases, me fui a Holanda a hacer mi carrera.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: Ave del paraíso
TERCERA PARTE: Flauta sana en cuerpo sano


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