Las campañas políticas suelen ser un ejercicio fundamental de la democracia. Es el periodo en que los ciudadanos pueden conocer y contrastar los perfiles, el conocimiento, la experiencia y la trayectoria de quienes aspiran a encabezar un gobierno o representarnos en las cámaras legislativas.

En la cultura política mexicana, los escándalos de corrupción y autoritarismo suelen conocerse al final de un gobierno y no durante la campaña electoral.

Sin embargo, en el caso de Veracruz, por primera vez en su historia, la campaña al gobierno del estado representó la exhibición pública de todo lo que representa Morena como partido en el poder. El escándalo nacional fue más contundente que cualquier propuesta.

Rocío Nahle, más allá de su origen, encarnó todos los vicios del viejo régimen: el autoritarismo presidencial de imponer a una candidata, la complicidad que justifica la corrupción y la incompetencia, el enriquecimiento insultante e injustificado, además de la ambición por mantener el poder a cualquier costo.

La candidata de Zacatecas no tuvo un día de tregua. Desde la derrota en un convulso proceso interno en el que se impuso el capricho del Presidente y el canibalismo de las tribus morenistas, hasta un inicio de campaña en medio de abucheos que se repitieron a lo largo de todo el estado, agravado por el vergonzante desconocimiento de la geografía veracruzana y su gente.

Pero fue la oportuna revelación del demencial patrimonio familiar lo que definió la campaña y el resultado de la elección.

En el imaginario colectivo de los veracruzanos está la majestuosa casa de El Dorado, las residencias en Veracruz, Tabasco y Nuevo León; las propiedades en el extranjero y la exhibición los jugosos negocios de su futuro yerno, para rematar con las inversiones en paraísos fiscales, algo de lo que conoceremos esta misma semana, en la víspera de la jornada electoral del próximo domingo.

De poco sirvieron los elogios presidenciales marcados por el cinismo y la complicidad; tampoco las visitas recurrentes de la candidata presidencial de Morena. En nada ayudó a la candidata de Zacatecas su autoflagelación sobre su origen, acusando discriminación, clasismo y violencia de género, la cual, por cierto, nunca denunció ante las autoridades electorales.

Tal vez el peor error de Rocío Nahle fue dar por descontado que la campaña y la elección eran un mero trámite para disponer de manera voraz de las arcas del patrimonio de los veracruzanos. Que la marca de Morena y el apoyo de un gobierno estatal que ya sufre el desprecio ciudadano serían suficientes para tomar por asalto el palacio de gobierno.

No contaba con un escenario también inédito en Veracruz: la alianza de las principales fuerzas políticas de oposición, de la que surgiría la figura de un candidato como Pepe Yunes, sin fantasmas del pasado ni cadáveres en el clóset de la administración pública, con una propuesta muy concreta: Morena se va, pero los programas sociales se quedan.

La campaña electoral de Rocío Nahle fue la tormenta perfecta. La derrota del próximo domingo en las urnas, será el corolario de la peor campaña hecha por la peor candidata en la historia de Veracruz.

La puntita

Se confirma que las autoridades de Estados Unidos investigan a dos personajes claves del agonizante gobierno de Cuitláhuac García: Eleazar Guerrero y Juan Javier Gómez Cazarín, acusados de lavado de dinero y vínculos con la delincuencia. Es el principio del fin.