Ser policía se ha tornado más difícil. Siempre al filo de la navaja en cuanto a su trabajo, con superiores abusivos y los altos jefes preocupados en los “negocios” y no por las condiciones de la tropa.

Así las cosas, con los elementos en contra, a los policías de a pie o en patrulla solo les queda renunciar, soportar su situación adversa o tomar el camino de quedarse y unirse a quienes, al amparo de estar en una institución oficial de seguridad, cometen ilícitos o ceden a las atentas invitaciones de los grupos criminales.

Precisamente lo que ha complicado el trabajo de los policías es que cada vez es mayor la penetración de la delincuencia organizada en los cuerpos de seguridad. En la realidad, en muchas corporaciones por todo el país, no mandan los jefes policiacos sino los llamados jefes de plaza.

Entonces se ha llegado a que por un lado la sociedad los critica, sus jefes los explotan y los mafiosos los utilizan o los matan.

Agréguele lo de los bajos salarios y condiciones laborales en su contra, como eso de turnos de 48 horas continuas, sin permiso de dormir, por 24 de descanso.

Raramente protestan, pues están sometidos a una disciplina férrea que tiene su base en haces esto o te arrestamos o te corremos, sin embargo, de vez en cuando, ante tanto abuso, lo hacen.

Ahora lo vemos en Campeche, en donde llevan varios días sin trabajar y manifestándose en las calles, tras haber sido enviados a un operativo al reclusorio, en el que resultaron vapuleados por los presos que estaban avisados que los iban a trasladar a otro penal.

Aseguran los policías que los mandaron sin el equipo antimotines, de ahí la golpiza recibida por los reclusos. Ahora demandan, entre otros puntos, la renuncia de la secretaria de Seguridad Pública de ese estado.

Así es la vida de un policía común y corriente, sujeta a que le toque un buen jefe o uno solo preocupado en su beneficio o, de unos años para acá, aliado o subordinado a las bandas criminales.

Hay otros, un buen número de los que están arriba, que ponen todos sus sentidos en hacer negocios y obtener dinero mandando a sus subalternos a asaltar o a ponerse a las órdenes de las mafias.

Quedarse con el dinero destinado a la compra de uniformes, de ahí que sean los propios policías los que tienen que adquirir sus botas, pantalones, camisas o blusas; quedarse con el dinero para la carga de gasolina de las patrullas y decirle a sus elementos que eso debe salir de los ciudadanos; quedarse con el dinero de las reparaciones de las camionetas y automóviles; comprar vehículos más caros para obtener mochadas y exigir “cuotas” son prácticas comunes en muchas corporaciones policiacas del país. ¿En Veracruz eso no se hace?

El policía da la cara a la sociedad y a los delincuentes (claro, lo adverso de su situación no los exime de sus responsabilidades), en tanto sus jefes se protegen atrás de ellos. Complejo panorama que explica, en parte, por qué la inseguridad está como está.