Todos sabemos la relevancia de la participación ciudadana en la construcción y fortalecimiento de la democracia. Una legión de teóricos, especialistas en la ciencia política y el derecho público nos han dejado a lo largo de los siglos diversas interpretaciones sobre este concepto, que podemos resumir en que, dado que la democracia es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la sociedad, las decisiones y acciones que toman los gobernados marcan, para bien o para mal, el rumbo de la cosa pública en una sociedad.

Promover la participación fomenta un tipo de ciudadanía que tiene un mayor interés por estar al tanto del rumbo de los asuntos de interés colectivo, cooperar con las demás personas, ser más respetuosos con quienes son diferentes, y cimentar valores de la democracia como la honestidad, la solidaridad, el pluralismo, la libertad, la justicia social, la tolerancia y la igualdad que son consustanciales a las sociedades modernas.

Para ello es vital contar con una comunidad más y mejor informada porque la democracia exige reflexión, espíritu crítico, juicio, y sobre todo que la ciudadanía cuente con los saberes necesarios para participar en el debate público.

Como sabemos, el debate público tiene una indiscutible utilidad a los fines de la confrontación de los intereses opuestos y para forjar una ciudadanía activa en los procesos de deliberación. Por eso donde no hay libertad de expresión ni derecho a la información no hay democracia. Donde se pretende imponer visiones únicas, el debate público es muy pobre o inexistente, afectando con ello el desarrollo y consolidación de la democracia. Así de simple.

Un poder más y mejor vigilado, un ciudadano atento y al día, que racionalice el cúmulo de información que recibe, deben ser y son ayudas potentísimas para la democratización de la sociedad y de su instrumento, el Estado, porque no puede haber transparencia ni cabal rendición de cuentas sin una ciudadanía demandante, crítica e informada.

De ahí que hoy en día, uno de los términos que con mayor frecuencia invocan los políticos al pronunciar sus discursos, es el de participación ciudadana; hablan de su importancia y de su necesidad para la profundización de la democracia en nuestro país.

Lo políticamente correcto dicta hablar de transparencia, de rendición de cuentas y de acceso a la información pública, esto es, del escrutinio y participación de la sociedad en los asuntos públicos.

Estar a la moda y mostrar talante democrático como político es soltar estos conceptos a la primera declaración y ubicarlos como característica del gobierno y compromiso ineludible del candidato o candidata o gobernante de cualquier color, credo o filiación política.

Sin embargo, para que el pueblo ejerza verdaderamente este poder que se le ha otorgado, es necesario que los ciudadanos tomen parte en las cuestiones públicas o que son del interés de todos, y en ese propósito, lo sabemos, las autoridades necesitan crear canales institucionales y leyes que regulen la participación ciudadana, así como proyectos y acciones que posibiliten que los integrantes de los órganos de gobierno y de las instituciones que impulsan la cultura democrática, incluyan a diversas expresiones sociales en las acciones que realizan.

Los ciudadanos serán juiciosos, responsables y solidarios, únicamente si se les da la oportunidad de serlo mediante su implicación en diversos foros políticos de deliberación y decisión. Y cuantos más ciudadanos estén implicados en ese proceso, mayor será la fortaleza de la democracia, mejor funcionará el sistema, mayor será su legitimidad, e, igualmente, mayor será su capacidad para controlar al gobierno e impedir sus abusos. La participación creará mejores ciudadanos y quizá simplemente mejores individuos.

Con el fomento a la participación se produce un acercamiento permanente entre gobernantes y gobernados, entre las autoridades electas y la población votante, y ésta va más allá de los comicios, porque ello lleva a compartir responsabilidades al tomar decisiones, a un mayor escrutinio ciudadano sobre la gestión gubernamental y por ende a un escenario propicio para una mayor rendición de cuentas.

Es fundamental que trascendamos la teoría y vivamos la experiencia democrática y este año de elecciones en México es oportunidad para que los ciudadanos reconozcamos la importancia de concretizarla, de tomar la decisión en función de lo que creamos, para definir quién y cómo ejercerá las funciones de gobierno, y en qué medida el resto de la ciudadanía participará de ellas.

De esta forma, la participación ciudadana deja de ser un asunto de ocasión política, de solo concurrir a ejercer nuestro derecho al voto, y se vuelve un asunto cotidiano de ejercicio de la libertad y de nuestros derechos políticos.

La participación activa e informada nos llevará a crear una sociedad civil con fuertes y arraigados lazos comunitarios creadores de identidad colectiva, generadores de una forma de vida específica construida alrededor de categorías y valores consustanciales a la democracia.

Ahí radica la importancia de qué participemos y lo hagamos de manera informada.

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