Cuentan que literalmente se quitaba la camisa para dársela al necesitado. Sufrió destierro, predicó entre las balas y dicen que alcanzaba tan alto grado de meditación que lo llegaron a ver levitar.

Eso cuentan y más del quinto obispo de Veracruz, Rafael Guízar y Valencia, y algo o mucho debe haber de eso porque a 85 años de su fallecimiento en un gran número de casas de Veracruz aún se le venera, es objeto de peregrinaciones y se pide su intercesión en casos difíciles.

Viene a cuento esto por dos motivos. Uno, porque el pasado martes se cumplieron 85 años de su fallecimiento. Dos, porque cada vez hay menos hombres y mujeres que verdaderamente ayuden al necesitado.

En la misma Iglesia Católica es notoria la disminución de la caridad y la entrega en el servicio a los pobres y pecadores, entre los curas hasta los cardenales.

Tal vez influya en eso que en un mundo en el que domina el materialismo y el consumismo la Iglesia haya descuidado cobijar a sus sacerdotes cuando ya son ancianos.

Ejemplos de esos hay muchos. Uno de ellos, para no ir lejos, el del sacerdote José Garfias, párroco de la Divina Providencia en la zona norte de la ciudad de Veracruz. Trabajó pastoralmente varios lustros ahí, hizo grande y concurrida esa parroquia y terminó sus días en una pequeña habitación.

Mientras tanto, en funciones sacerdotales recibió visitas como la del obispo José Guadalupe Padilla Lozano, quien llegaba en un automóvil de lujo y para saludar a los feligreses ni siquiera se bajaba del auto, solo estiraba su brazo para que le besaran el anillo obispal.

En la política ya ni se diga la falta de solidaridad que existe con los necesitados, que en un país como México son inmensa mayoría.

No es obligación esa solidaridad, pero ¿conoce usted a algún político o funcionario que en verdad se entregue por la causa de los pobres? Porque se puede hablar mucho en ese sentido, pero… por sus frutos los conoceréis.