“La justicia tiene que ver con la creación de armonía social; la venganza sirve únicamente para satisfacer al ego”, le reclama Rachel Dawes a Bruce Wayne, durante una de las escenas de Batman Inicia (2005). La línea entre estos dos conceptos es muy delgada. Muchas de las mayores atrocidades de la historia se han cometido en nombre de la justicia. Se han creado leyes para venganzas personales, disfrazándose así de justicia. ¿Cuál es el lado correcto de la historia? Depende de quién cuente la historia. Varía de acuerdo con el grupo social al que se pertenezca. Sin embargo, sin importar la historia ni el grupo, el principal protagonista de los horrores históricos de la sociedad ha sido siempre el totalitarismo.

Hemos escuchado mucho sobre regímenes autoritarios durante los últimos tiempos. Estos destacan por los castigos y la mano dura a la que recurren. Para silenciar a los disidentes, censuran. Para aplacar a los críticos, los eliminan (literal). Menos se ha hablado sobre el totalitarismo. Para Tom Nichols, distinguido intelectual y académico estadounidense, “los totalitarios ya están aquí y no solo quieren gobernar, sino también adoctrinar y convertir”.

Los totalitarios buscan imponer su ideología argumentando que es porque tienen una visión clara sobre el futuro y lo que necesitamos como sociedad; dicen servir a otros, pero claro, solo a otros que piensan como ellos y que son dignos de su empatía. Buscan, a través de todos los medios, imponer sus creencias y ‘convertir’ a otros. Perseguirán a cualquier individuo, grupo e institución que no se acople a su sistema de valores. Su influencia no es a través de la persuasión, sino de la imposición. Recurren a cacerías de brujas y al escándalo. No solo quieren arrepentimiento por parte de los disidentes, sino que estos sean avergonzados y castigados como corresponde. Es una especie de nueva Inquisición. 

Crear cultos y caer en totalitarismo se ha convertido en el pan de cada día: ya sea el ejercicio, la alimentación, el bienestar, la política, por mencionar algunos. La intolerancia y el fanatismo han ido ganando terreno. Por supuesto que estos siempre han existido; son inherentes al ser humano. El problema en la actualidad es que herramientas como ‘Social Media’ han sido un catalizador para dar rienda suelta a nuestros instintos más tribales y castigar a quienes tachamos de injustos, ignorantes, privilegiados, etc.

Por otro lado, la inmensa desconexión social que experimentamos actualmente también ha creado la necesidad de aferrarnos a alguna creencia para darle sentido a nuestra existencia. Sí, la religión está en decadencia, pero el vacío espiritual derivado de ello tiene que llenarse con alguna otra cuestión. Y ahí es donde algunos expertos argumentan que la religión se ha trasladado hacia las ideologías. No es necesario recurrir a una deidad para intimidar, perseguir y castigar. Basta con la superioridad moral que se experimenta al pertenecer a Los Guerreros de la Justicia Social.

No estoy diciendo que no creamos en algo y lo defendamos a capa y espada. Tampoco que no busquemos la espiritualidad a través de actividades comunitarias. Debemos cuidarnos del totalitarismo de dos formas, de manera general. Primero, no debemos someternos ante presiones externas que nos impongan condiciones y que pintan el mundo de blanco y negro. Si nos piden conversión y sumisión, huyamos. En segundo lugar, cuando seamos nosotros quienes defendemos una causa, no recurramos a las tácticas comunes de hoy en día. Demos espacio para el debate y la diversidad de pensamiento. No pongamos condiciones para brindar apoyo y ser solidarios. Entendamos que lo que para nosotros parece justo, puede que sea injusto para los demás. Busquemos puntos de acuerdo. 

Muchas veces pasamos por alto que como sociedad estamos de acuerdo en muchas más cosas de las que estamos en desacuerdo. El progreso que hemos logrado ha sido fenomenal. Y ha sido, precisamente, gracias a la disidencia, a la inclusión, al debate y a la colaboración entre agentes de diversos grupos. Luchar por objetivos en común no significa tener que estar de acuerdo en todo.

El totalitarismo da pie al fanatismo. Y cuando nos volvemos fanáticos, no solo nuestra percepción se distorsiona, sino que también somos más propensos a cometer actos atroces e inhumanos. Dice el dicho que “el mayor nivel de ignorancia se da cuando rechazamos en automático algo sobre lo cual no sabemos nada”. En ese sentido, el fanatismo también es el enemigo número uno del progreso y de la innovación, porque hace que rechacemos cualquier cosa que no se ajuste a nuestra visión del mundo.

Los totalitarios no dejarán de existir. Como sociedad, necesitamos mecanismos e instituciones que les pongan freno. El totalitarismo tiene muchas causas y para combatirlas será necesario identificar con claridad cada una de ellas. Es un trabajo tanto individual como colectivo. Como ciudadanos, necesitamos reforzar nuestro compromiso cívico. Como colectivo, nos corresponde instaurar sistemas de gobernanza que no permitan la acumulación de poder en unos cuantos. Solo así estaremos a salvo de regímenes autoritarios y totalitarios.