El tiempo tomó su ritmo que parecía cauteloso, aunque avanzaba tan igual a otros días, pero era el hueco en el alma, el agujero en el pecho, el sentimiento de vacío inexplicable lo que hacían que ella, Luna, lo sintiera lento en sus noches y en sus días pensando con toda su intención en jamás querer volver a sentir eso. Ahora podía entender un poco a la mirada triste de Oswaldo y a lo que parecía una terquedad hacia Teté, que era más como una resignación a no poder cambiar las emociones, y es que podía semejarse ese vacío a todos los desaires en la vida; dolía, dolía en el cuerpo y en los dientes y en los pensamientos, pero la vida continuaba.

Cada día, desde que Marco se había ido, ella se ponía en pie con la misma pregunta: “¿volverá?”, y amanecía ojerosa porque sus noches pálidas pertenecían a la ausencia de un hombre efímero recordándole, al fin con sentido, al poema de Neruda y, pese al sentido que tenía no lograba hallarle explicación a la importancia de una persona que apenas y había rozado la médula de la constancia, el velo de su intimidad. Aun así, Luna se levantaba esperando verlo de nuevo. Al principio había sido tan pesado como traer atados yunques a los pies, luego de unas semanas de canciones rotas, de Don McLean, de llorar inexplicablemente por el monólogo de Kate Winslet, el llanto se había apaciguado, siendo que ya no podía brotar más, no era como no querer llorar, era, más bien, querer llorar  sin poder hacerlo, como si su lágrima se hubiera quedado atorada en el lagrimal con un nudo de garganta dolorido, gritando por salir sin lograrlo. Entonces, en vez de llorar se molestaba odiando a la naturalidad de un corazón roto, repudiando la idea del romance, enojada por mirar a las parejas en la calle y pensando únicamente “ojalá te lastimen”. De ese modo había pasado semanas enteras en tanto preparaba junto con los demás la presentación del performance, y ellos preocupados la miraban parecerse cada día más a Oswaldo.

Manuela había subido en varias ocasiones a Andrómeda y de vuelta a la luna buscando hablar con las sirenas, les había contado la situación pidiendo que le dijeran dónde poder encontrar a Marco, siendo inútil porque ellas decían, en su melódico Rhümé, que el buscar era una pérdida de tiempo cuando algo está o no predestinado a ser.

—Si es, será. Si no es, no será. ¿Para qué buscarlo?

—Es que ustedes no lo entienden, Luna se está decolorando.

—¡No!, son ustedes los que no lo entienden. —Decían al unísono cada vez que Manuel las buscaba.

Oswaldo solo la observaba sin hacer nada, pues pensaba que eso era algo como la muerte, el dolor que a todos les llegaba tarde o temprano y que no iba a evitar el ritmo en la vida de Luna por mucho que la adorara, por más que hubiera querido evitarle ese sentimiento de tonos tristes, de violín desafinado. Por lo menos María ya no estaba  y en el café no los habían corrido, él había logrado llegar a un acuerdo con el dueño del hotel para vivir ahí un tiempo más y pagarle después.

Así pues, Luna al fin se había inscrito en la universidad olvidándose un poco de su idea, que ya le parecía tonta, de un amor que fuera como el amor debe ser pensando a veces en Teté, en María y en Oswaldo, recordando a Valeriano y a Manuel diciéndole que debía vivir más, disfrutar antes de enamorarse. Valentina enamorada de Manuel, Manuel de Valeria y Valeria de Valentina; Laura sola, Valeriano tras Laura, pero ninguno dando ningún paso, y qué bueno, según pensaba Luna, qué bueno que nadie caminara en la cuerda floja porque sería el final de su amistad, el inicio de una catástrofe de corazones rotos, heridos y humillados. Todo era un secreto a voces que nadie quería develar.

Las tardes habían dejado de ser tan frías y húmedas, el sol poco a poco tomaba su lugar a finales de febrero y las calles volvían a ser concurridas luego del finiquito vacacional, justo lo que estaba esperando Oswaldo.

—El parque está más lleno —miró desde la puerta a las calles concurridas con sus manos en las caderas en señal de aprobación—, vamos a hacer carteles y los repartiremos. Se llenará el café, habrá mucha gente y cobraremos veinticinco pesos por persona. Laura, tú eres la más lista en matemáticas, vas a cobrar y no pude irse ninguno sin haber pagado, ¿entendido?

Laura asintió con indiferencia.

—Bien, y tú Manuel, ¿podrás tocar en el intermedio?

—Sabes que sí, pero también me gustaría tomar fotos.

—Aquí todos son músicos, poetas y fotógrafos, da igual.

—Valeria quiere traer sus pinturas.

Los ojos de Oswaldo se exasperaron al escuchar a Valeriano.

—¡No!, aquí sus pinturas no. ¿Cómo decírselo sin que se hiera? Es tan frágil como un jodido gnomo de jardín…

—Se lo diré yo.

—No, Luna, tú sólo andas viendo con quién desquitarte y te has vuelto más grosera. Vale es parte también de nosotros, no se te olvide eso.

Y era verdad, Luna ya no sólo era cínica, ahora también grosera, sin pelos en la lengua y con un temperamento de mierda. Si antes Oswaldo no soportaba a Marco, en esos días quería matarlo arrojándolo del cerro con todo y su silla de ruedas, no obstante, tampoco lo había visto en el parque o en otro lugar, simplemente no existía. Eso le daba cierta calma pensando que Luna, en algún punto, lo superaría. Tenía tanto por hacer que podría distraerse entre las tarimas y el público, entre la universidad y sus nuevos compañeros, entre la literatura y el cine o el vino o el ron, qué más daba, siempre y cuando Luna volviera a ser Luna sin contar con la nueva clase, con la nueva maestra y con sus nuevos compañeros de aula, en especial, con Carlos.