A lo largo del 2021, medios de todo el mundo publicaron incontables noticias sobre una película tan perturbadora que iba desatando el pánico en cuanto país estrenaba. Tanto, que algunos cines asiáticos optaron por abrir funciones con las luces encendidas. Ha llegado el turno de ver si el fenómeno se repite en México, cuyas audiencias disfrutan del terror, lo que para nada indica que estén listas para una cinta La médium.

El pavor despertado puede atribuirse a muchas razones. La primera y quizá la más lógica de todas sea la calidad de su equipo creativo que incluye la dirección del tailandés Banjong Pisanthanakun y una historia a cargo del coreano Na Hong-jin. El primero es responsable de Shutter (2004) mientras que el segundo concibió The Wailing (2016). Dos títulos que figuran entre lo más escalofriante del cine asiático, algo que para nada debe tomarse a la ligera al tratarse de industrias que han dominado el género por poco más de dos décadas con filmes como Ringu (1998), Los poseídos (2003), Estación zombie: Tren a busán (2016) y Los huérfanos (2017).

A esto sumemos el ser un falso documental. Se trata de una técnica narrativa que explora sucesos ficticios desde el formato documental y que ha resultado sumamente atractiva para el cine por la confusión que puede generar en las audiencias. Y es que los hay fáciles de detectar como Zelig (1983) y Borat (2006), pero otros no tanto como Opération lune (2002) que convenció a más de uno de que Stanley Kubrick había filmado la llegada del hombre a la luna o I’m Still Here (2010) con el que Joaquin Phoenix nos hizo creer que abandonaba la interpretación para dedicarse al rap.

En el caso de La médium, la cinta nos traslada a un pueblo tailandés cuya diosa local, Bayan, ha tomado posesión de todas las mujeres de una misma familia por generaciones. Una tradición que, sin embargo, está a punto de romperse cuando la siguiente en la línea se niega a ser médium y se convierte al cristianismo. Un rompimiento tan abrupto como extremo que no es bien recibido por la entidad en cuestión.

Cine y terror: una unión inquebrantable

El cine nació acompañado por el miedo. Su historia temprana está plagada de anécdotas relacionadas con audiencias aterrorizadas por lo visto en pantalla. Sucedió con L’arrivée d’un train à La Ciotat (1896), que dirigido por los Lumière, desató el pavor de los asistentes que escapaban de las primeras proyecciones para evitar ser arrollados por el tren del mítico cortometraje. La historia se repitió con The Great Train Robbery (1905) que rompió la cuarta pared con un delincuente apuntando y disparando directamente a la cámara, lo que aterrorizó al público que temía la herida de bala. Ni qué decir de El fantasma de la ópera (1925), cuya escena en la que Christine Daae retira la máscara al personaje titular provocó gritos y desmayos.

Anécdotas tan increíbles y añejas que han pasado a ser tachadas de meras leyendas. Después de todo, parece inverosímil que las barreras entre realidad y ficción puedan resquebrajarse de tales modos. No sólo es posible, sino que hoy día sigue sucediendo y de un modo más recurrente de lo que se podría pensar.

Los cinéfilos empedernidos aseguran que El exorcista (1973) fue el gran fenómeno final del cine de terror, pero la premisa sólo aplica si consideramos que fue la última cinta en combinar alta calidad narrativa con la histeria colectiva del público. Una respuesta que en buena parte se vio favorecida por el contexto en que estrenó, pero que es fundamental para entender las razones por las que el terror abandona la pantalla.

El clásico dirigido por William Friedkin llegó tras una década de los 60 desalentadora por la Guerra Fría, Vietnam, las diferencias raciales y la creciente ola de violencia al interior de los Estados Unidos, lo que invariablemente atentó contra el sistema de creencias del país. Fue en esta época cuando la Iglesia Satánica comandada por Anton LaVey tuvo su máximo ascenso, cuando surgieron numerosas sectas como la familia de Charles Manson y cuando los demonólogos Ed y Lorraine Warren tuvieron un pico en sus casos. La Iglesia católica reaccionó con un discurso (1972) con el que el Papa Pablo VI externaba su preocupación ordenaba un estudio formal sobre la pérdida de la fe convencido de la influencia del diablo en la sociedad. Y como toque final la película de una niña cuya pureza es usurpada por el demonio y sobre un sacerdote cuyas dudas sobre su propia fe le debilitan ante el maligno.

Es precisamente así, cuando el cine hace dudar a las audiencias sobre sus propias creencias, cuando le miedo se dispara. Así lo asegura el director Banjong tras explicar que “Na y yo acordamos hacer una película que no sólo asustara a la gente sino que les hiciera reconsiderar en lo que creen”. No sólo sobre la veracidad de lo visto en pantalla, sino toda la veracidad en torno a los médiums, los chamanes, el espiritismo y las posesiones. Situaciones que en un siglo XXI altamente tecnológico siguen suscitando dudas entre las personas.

Esta misma tendencia, no está de más recordarlo, pudo apreciarse en otros fenómenos recientes. Tal fue el caso de La bruja de Blair (1999) que desafió la idea de una unión americana explorada en su totalidad y como tal carente de misterios sobrenaturales. Todo esto además, apoyado por una brillante campaña publicitaria que hizo creer a más de uno que tres jóvenes habían desaparecido en sus investigaciones en torno a la bruja titular. Incluso hoy día, cuando todo ha sido esclarecido, hay quienes piensan que lo visto en pantalla es real.

Ni qué decir de El conjuro (2013) cuya primera entrega generó tal pavor que algunos cines estadounidenses recurrieron al apoyo de sacerdotes al exterior de sus salas para que tranquilizaran a los más afectados. La película fue equiparada hasta el cansancio con El exorcista, pero poco se habló sobre las similitudes del contexto, en este caso potenciadas por un siglo XXI altamente traumático que nació marcado por el terrorismo y su posterior guerra contra el terror, que a ojos de algunos analistas políticos y culturales bien podía describirse como una nueva guerra santa. Y si el occidente representa el bien, el medio oriente no podría ser sino el mal…

El cine de terror nace en la pantalla, pero difícilmente permanece ahí. Hablamos de un género que es capaz de provocar sudor frío, risas nerviosas, gritos, pesadillas y toda clase de respuestas inconscientes. Algunos de estos horrores se difuminan con el tiempo, pero otros nos marcan para toda la vida. El tiempo dirá si La médium pertenece a esta última categoría.

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APUNTES | ¿Y los ultrajes a la sociedad?