—Oye, tenemos algo para ti, no es mucho pero… —Manuel le extendió la mano con un discreto fajo de dinero.

Oswaldo se desorientó sin saber qué decir, estaba conmocionado incluso antes de aceptar el dinero a sabiendas del gran esfuerzo que les habría costado conseguirlo.

—¿Te prostituiste para juntar esto?

—Ya vas a empezar… me da gusto que te sientas mejor.

—No debían hacerlo, es inadmisible que se los permitiera. Creo que a veces me siento tan sumergido en mi porquería que pienso que ustedes siempre van a salvarme, pero soy yo quien tiene que protegerlos. ¿Qué clase de Peter Pan deja a los niños perdidos así?, bueno, sí, justo ese Peter Pan porque es lo que hace, el señor que se cree niño los manda a hacer trabajos difíciles para unos mocosos, pero, gracias.

—Ya mejor cállate.

—Ya me quiero ir, tengo frío y hambre.

Nadie recordaba que Valentina estuviera ahí hasta que habló con ese tono de mustia que a todos molestaba, haciéndolos recordar el frío y el hambre.

—En días así la extraño mucho. Va a ser su cumpleaños y hay cosas que no puedo olvidar. Era mi apoyo, mi amiga, y como amiga me regañaba cuando debía hacerlo. Estoy seguro que estaría encabronadísima conmigo en estos momentos por haberlos preocupado tanto y por el dinero que me dieron, así era ella. ¿Saben? Los adoraría —miró a Luna—… a todos, claro. Era un tornasol, la única mujer tornasol que he conocido, de hecho, me quedan muy pocas esperanzas de que exista otra mujer con esos colores, era la mezcla de la pasión con la dulzura de los pájaros en mayo, la fuerza de los tornados con el ritmo de las alas de las mariposas al bailar, ¡amaba bailar! Y yo tan torpe de los pies… pero ella así me quería, torpe de los pies, con los dedos de mis manos chuecos, con mi desafinada voz, y Teté era todo lo contrario, ella cantaba y su canto atraía a las sirenas haciéndole coro; ella tenía manos delicadas y suaves, hacía ese movimiento con los dedos al bailar, no, no sé cómo hacerlo, pero ¿sí lo recuerdas, Manuel?

Manuel asintió intentando imitarlo.

—Bueno, era más o menos así.

—A ver tus manos —le pidió Luna estirando el cuello—. ¡Ah!, sí, tienes manos de músico. Mantenlas lejos de Oswaldo antes de que se enamore de ti.

—Eres una pesada, pero sí, era más o menos así —y volvió a imitar el movimiento de la danza en los dedos—. Llegué a verla varias veces, no sé si lo sepas, Lunita, pero ella bailaba mientras que Oswaldo tocaba la guitarra, muy mal, por cierto.

—¿No escuchaste que tengo dedos chuecos? No tenía quien más la apoyara a bailar en la calle, y bailar sin música era insensato, por eso, cuando me dijo que quería hacer performances callejeros, no dudé en meterme a practicar guitarra.

—¿Y quién te enseñó? —preguntó Luna.

—Pues Manuel. Aunque Valeriano —y al voltear a verlo lo contempló dormido recargado sobe el hombro de su hermana—… bueno, Valeriano también me ayudó a aprender. Teté era feliz, nunca juzgó cómo desafinaba la guitarra ni a mis manos testarudas, ella simplemente disfrutaba de estar conmigo, eso era lo que la hizo diferente a todas.

—Yo también quiero a un hombre tornasol.

—¿Entonces por qué coño buscaste a un paralítico? —bromeó Oswaldo esbozando un vestigio de sonrisa.

—Eres un imbécil.

—Pero un imbécil con la boca llena de razón.

La madrugada comenzaba a caer con el frío calándoles los huesos y resecando la garganta, parecía que las horas pasaban lentas, lo mismo que la brisa. A Oswaldo se le habían llenado las pupilas de recuerdos, el cumpleaños de Teté estaba cerca, lo mismo que un año más de su trascendencia, allá, en donde las sirenas tenían la dicha de verla, pero a donde Oswaldo y cualquier hombre tenía prohibida la entrada, el mismo lugar en el que estaba la estrellita amarilla de Luna, la abuela de Laura, el padre de Manuel y donde, algún día, esperaban, también estarían.

—En cuanto amanezca nos vamos a los tacos de don Clemente, todos vamos a comer y a tomar café hirviendo, ¿les parece? Yo pago, o bueno, ustedes pagan con el dinero que me dieron. Mañana será un mejor día.

—¿Cómo nos llevaremos las cosas? Están empapadas… mira tu ropa. ¡Qué desastre!

—No te preocupes, Vale, creo que nada de esto sirve ya, lo único que podía tener valor para mí, está arruinado, mira —con un movimiento de cabeza señaló el boceto—. Solo nos iremos a comer y ya, nos olvidaremos de esta noche.

Luna y Laura se acurrucaron una en cada hombro de Manuel, el sueño pesaba en los párpados, menos en Oswaldo, quien los contemplaba dormir a la par que se imaginaba a Teté abrazándole porque mucha falta le hacía ese abrazo, escucharla decir que nada estaba bien, pero que lo estaría.

 

 

 

(CONTINUARÁ)

 

 

 

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