Mateo despertó súbitamente en medio de la madrugada llena de silencio, por un instante no supo dónde estaba ni quién era hasta mirar a la mujer del sombrero durmiendo desnuda sobre su pecho. Tenerla ahí, segura en sus brazos, era para él la forma en la que deseaba despertar siempre, sin miedo a su locura ni a sus sueños. Pese a no entender por qué tenía aquel sueño recurrente, una parte suya se angustiaba cada vez que lo recordaba, apenas y regresaba a su mente, su corazón se aceleraba como si una parte de su alma se le fuera cada vez que soñaba.
No había sido su intención despertarla al momento de quitar con cuidado la cabeza sobre su pecho.
—¿No te acomodas? —le preguntó soñolienta.
—No, no es eso, es que tuve un sueño raro.
La mujer se enderezó bostezando.
—¿Quieres contármelo?
Mateo dudó tallando su cabeza.
—No sé, es que —le costaba trabajo sacar las palabras, agarrando valor al tomarle de la mano—, yo estoy mal de mi cabeza, es ésa la verdad, y desde que todo se puso peor he tenido unos sueños muy extraños, siempre que despierto me sigue una sensación como de angustia, aquí, en mi pecho. Primero soñaba con mi mamá y ahora con esto, me da mucho miedo dormir.
—Tranquilo, es solo un sueño, ¿de qué trata?
Mateo rascaba su cabeza como si eso le ayudara a recordar.
—De nosotros.
—¿Sí?, ¿me has soñado?
—Sí, bueno, creo que es de nosotros, pero no, no sé, no sé…
—¿Quieres agua?
—No, quiero aire, por favor.
—Sí, claro. Ven —le extendió la mano—, vamos un rato al balcón.
Se pusieron de pie yendo hacia la ventana. Por fuera, el aire fresco le hacía sentir a Mateo más seguro de su aquí y su ahora, envueltos en una sábana y mirando al cielo estrellado un sentimiento reconfortante lo invadió.
—¿Qué es lo que haces cuando tienes insomnio?, con esta vista cualquiera podría desvelarse a gusto.
—Pinto, ya sabes, casi siempre tengo insomnio, así que me salgo aquí, al balcón, pongo el casete que me regalaste y pinto hasta que comienza a amanecer. Es una mala idea pintar sin luz natural, pero —se alzó de hombros—, cuando estoy en ese momento entre dormida y despierta…
—Duermevela —interrumpió él.
—Sí, duermevela. Así pinto mejor, como que mi cabeza deja de bloquearse y no me regaña por imaginar cosas que no son reales.
La música continuaba sonando, el casete había vuelto a empezar repitiéndose varias veces.
—Qué estúpida la mente, ¿no?, nos juega muy bajo, y es tan grande, tan inmensa que logra confundirnos, casi siempre para nuestro mal.
—¿Lo dices por ti?
—No, sí. Bueno, lo digo por lo de tu duermevela.
—Sí, y también digo pendejadas. ¿Ya te sientes mejor?
La voz de la mujer era suave, algo serena, por lo que a él le causaba paz.
—Sí, ya estoy mejor, menos agitado. Es que te juro, no sé qué me pasa, pero ese sueño me trae loco, más loco y trasnochado. Es como una bomba de imágenes —dijo exasperado hasta calmarse un poco haciendo una breve pausa para proseguir—. Oye, ¿tú crees en eso de las vidas pasadas?
Ella se quedó pensándolo un poco.
—Sí, creo que sí. ¿Por qué?, ¿por tu sueño?
Él asintió mirando a la ciudad dormida.
—¿Y crees en eso de las almas gemelas?
—¡Claro!, antes no, pero —sonreía con ojos brillosos—, cómo no creer, Mateo. Cómo carajo no creer en eso. No creer es demasiada mediocridad.
Él no evitaba sentirse sonrojado cuando ella decía ese tipo de cosas, con esa manera tan suya.
—¿Y te gustaría?, me refiero a que, si encontraras a tu alma gemela ¿te gustaría reencarnar para estar juntos?
—Depende, si se trata de ti, sí, te buscaría vida tras vida, aunque, ¿sabes?, he pensado que, si existiera eso de reencarnar para encontrarte con tu alma gemela, no siempre sería para estar juntos, algunas veces quizá sería solo para encontrarse, reconocerse y despedirse.
Mateo, al oír eso, había quedado paralizado con un escalofrío recorriéndole toda la carne hasta la nuca, logrando hablar entre tartamudeos.
—¿Cómo?
—Sí, pienso que, si dejaste en tu vida pasada algo inconcluso con una persona, si se reencuentran en otra vida a lo mejor es para despedirse y dejarse ir, no necesariamente para reintentarlo. Eso debe ser muy desgastante.
—Es muy parecido a lo que soñé. ¿Hablé dormido?
—No, no. No entiendo a qué te refieres, ¿soñaste con esto?
—No, no con esto, pero, ¡ah!, esto es muy raro.
El problema con Mateo y el onirismo era no saber diferenciar cuando algo era real o parte de su locura, cada vez era más difícil distinguir la realidad. Desde lo de sus perros, él había generado un miedo inmenso de estar creyéndose cuerdo y en verdad estar en su demencia, por tanto, queriendo dejar el tema del sueño a un lado, se perdió mirando entre las nubes y las estrellas.
—De allá eres, ¿eh?
—¿De allá soy?
—Sí —miraba sonriendo al cielo—, allá te vas a veces, y es tan difícil bajarte, pero créeme, verte nadando entre las estrellas es el acto más hermosísimo para los que estamos postrados acá abajo, con la fuerza de gravedad aprisionándonos a la Tierra.
—¿Por qué? —preguntó extrañado y con asombro—, ¿por qué me miras de esa forma?, ¿qué te hace verme así?, no lo entiendo, estoy demente, cada vez menos cuerdo, soy alcohólico y lleno de traumas, con intentos de suicidio incoherentes, fracasado hasta para eso. Solo me queda ser Rinaldi, ahí sí, Rinaldi es un gran escritor y no mamadas.
—Y Rinaldi resulta que eres tú, Mateo. En realidad, ni yo misma sé por qué te veo como te veo, solo sé que estás constante en mis pensamientos, estás en la literatura, en mis películas, en mis pinturas, en las canciones que escucho, prácticamente estás en todo lo que amo, y en un mundo tan mierda, haberte conocido fue un regalo —decía recargada en el barandal—. Eres un ser tan único, tan caótico, y ese caos se convirtió en uno de mis lugares favoritos, y la verdad no entiendo por qué. Coincidir es un gran acierto.
Mateo la rodeó con sus brazos besándole la frente, sus palabras lo habían conmovido tanto como el cine, como la poesía, como el invierno. Aún seguía siendo difícil creer que esa mujer pensara eso de él.
—Cuéntame más, por favor. Quiero seguirte escuchando, dices cosas muy bonitas sobre mí.
—¿Más?, a ver, mmm… ¡Ah! Eres una ironía. ¿Sabes lo que significa tu nombre?, ¡no!, bueno, tu nombre quiere decir «regalo de Dios». Tu vida ha sido dura, casi miserable para ti y lo entiendo, has sufrido tanto como para no creer en ningún dios, pero haberte conocido fue mi regalo, y a mí no importa que seas alcohólico ni que tu cabeza no esté del todo cuerda, mientras que no me hundas por quererte amar, yo seguiré contigo. Soy tu Alicia y tú mi sombrerero, podemos funcionar, yo sé que podemos, solo no me lastimes, es lo único que te pido. No me dañes.
Mateo se sintió un tanto conflictuado y vulnerable, sabía que en su vida había lastimado a muchas personas entre su soberbia y el alcohol, deseando con todas sus fuerzas no lastimarla a ella… de nuevo.
—Mejor dime algo, algo que te guste mucho.
—¿De ti?
—No —respondió riendo—, de ti. No sé, dime, ¿cuál es la película que más te gusta?, ¿ya viste todas las películas que te mandé?
—Es imposible, ¡son demasiadas!, pero me gusta el cine francés, aunque tú me gustas un poquito más.
El semblante de Mateo se desfasó tratando de disimular la impresión al recordar las palabras de la mujer del vestido de lentejuelas en su sueño.
—En serio, te siento tan como alguien a quien ya conocía… —respondió él desconcertado.
—Eso me gusta de nosotros, Mateo —sonreía con las mejillas rojas.
—A ver, entonces, ¿algún poema favorito?
De fondo se escuchaba la canción suave de ritmos dispersos.
—No soy buena con esto de la literatura, pero la poesía de Cummings me recuerda bastante a ti, tiene la misma melancolía que tú y, además, es tierna, pero con palabras llenas de fuerza.
—Qué cosas dices —yacía apenado—, yo no merezco a alguien que piense en mí cuando lee poesía, eso es demasiado hermoso.
—Te subestimas mucho, Mateo. Eres un mar —dijo pensativa—, bueno, eres más como Saturno, por fuera pareces apacible, pero más de cerca eres todo un caos, tan, tan lejos de mí, allá —señaló al cielo—, donde duermen los dioses, donde sueña Dios.
—Dios… él es mi personaje favorito —respondió con algo de recelo.
—Y tú, su creación favorita. No sabes, Mateo, tú no sabes el porqué de las cosas, a veces nos estamos salvando cuando sentimos que nos estamos hundiendo.
—¿Sí?, dame un ejemplo —se cruzó de brazos.
—Tú. Eres escritor, ese fue tu refugio contra el mundo tan mierda en el que vivías, así que, mientras pensabas estarte hundiendo, te estabas creando.
—Entonces, ¿tú sentiste que te hundías cuando…
—Sí. Cuando mi mamá se largó, cuando mi primo me tocaba y cuando perdí a mi bebé.
—No es la mejor referencia, pero, Frida Kahlo…
—Sí, ya sé, pintaba fetos. Odio sus pinturas.
Mateo se sonrió viéndola enternecido.
—¿Vamos adentro?, ya está enfriando —la tomó de la cintura para entrar dándole un último vistazo al cielo.
—¿Quieres volver a dormir?
—No, la verdad no. Quiero pasar mi tiempo contigo.
—¿Tiempo, tiempo o algo más? —preguntó con una sonrisa pícara logrando, una vez más, sonrojarlo.
—Tiempo y «tiempo», pero, quiero que me enseñes más de ti, ¿puedo ver tus pinturas?
—¡Sí!
Ese departamento era amplio para vivir en él una sola persona, tan colorido y rodeado por objetos peculiares, como atrapasueños, colgantes con ojos de pescado y de venado, macetas por casi cualquier rincón e incienso que, para él, hacían de ese departamento un lugar de ensoñación sacado de sus historias, era acogedor y tenía cierto toque de misticismo combinado con la voz de Nina Simone cantando «I Put A Spell On You». Miró en el piso los libros amontonados y entre ellos reconoció una de sus ediciones.
—¿Por qué lo escondes? —preguntó con rareza.
Ella volteó asombrada sintiendo vergüenza, ya que no había esperado que él llegara y viera su libro tirado con algunos periódicos encima.
—Yo… ah… yo había decidido no volver a leerte como Rinaldi, no quería hacerme una idea basada en el Rinaldi que yo me imaginaba, pero estar sin saber de ti me hizo volver a sacar tus libros. Leerte era una de las maneras para poder sentirte cerca.
—¿Una? —cuestionó enternecido y curioso.
—Sí. La música y el cine eran las otras. Qué difícil era escuchar las canciones que tú también escuchas y que escuchábamos a la distancia, era como si de repente todo lo que me pertenecía te lo hubieras llevado.
—¡Oh!, no era mi intención —dijo apenado.
—No, no. Yo sé que no fue intencional todo lo que pasó. Sé que tienes tus propias batallas con tu mente y, bueno, estás aquí. Yo no necesito palabras, Mateo. Tú siempre me has regalado hechos. Yo, mírame, ¡Dios!, yo tampoco tengo muy bien mi cabeza, soy un cúmulo explosivo de emociones.
Él recogió su libro echándole una ojeada.
—Y si supieras cuánto me gustas —seguía mirando su libro—… qué raro es esto, nunca había estado frente a alguien que me leyera y que tirara mis libros —dijo en burla. Ella se cubrió la cara sonrojada con las manos—. No, no pasa nada —siguió sonriendo—, ¿te gustó?
—Pues, hasta que supe que Alondra es tu Alondra, sí, me había gustado.
—¿Qué tanto?, a ver, dime, cuéntame tu opinión —y se sentó en el piso prestándole atención a ella, toda nerviosa.
—¡Ay! No, Mateo, no me pidas esto.
—¡Vamos!, solo quiero saber qué piensas.
Una persona con el trastorno de Mateo transfiguraba las palabras y, a veces, todo lo tomaba a mal, pero la mujer no pensó en eso ni recordó que el psicólogo le dijo «dislexia mental».
—Ah… pues… —titubeaba—, eres bueno.
—¿Bueno?, ¿solo bueno?, Ooo.K…
—No sé, Mateo. Creo que no es buena idea hablar de esto. Yo no soy buena dando críticas.
—Mmmmta… pues si no me vas a decir qué te pareció creo que me voy.
Al principio la mujer creía que estaba jugando hasta que lo miró con el semblante serio poniéndose de pie y caminando hacia la puerta.
—¡Mateo, espérate!, no puedes tener ese tipo de arrebatos.
—¿Ahora me vas a decir qué hacer?
—¡Sí!, ¿viniste hasta acá para esto?, ¿para pelear?, de ser así pudimos haber peleado a distancia. Eres bueno, eres realmente bueno, si no, no serías mi escritor favorito. Yo te admiro demasiado, pero me emputa que le hayas hecho una novela a esa… esa… —seguía buscando la palabra—, como se llame, Alondra o como se llame en verdad. ¡Estoy celosa!
Él entonces se detuvo quitando la mano de la puerta, manteniendo sus ojos fijos en ella, quien yacía parada con una expresión entre angustia y miedo.
—¿Celosa?, ¿cómo puedes, tú, sentirse celosa? ¿Acaso no te miras, mujer?
Era inevitable sentirse aturdida sin saber qué hacer o cuáles palabras usar, y esa pequeña reacción en él era apenas la punta del iceberg con la cual, pensó, podría no ser tan valiente como se lo había prometido a él. Mateo era un vértigo de emociones sin saberse nunca en dónde frenaría esa ruleta emocional.
—¿Podemos platicar antes de que te marches?
Él hizo un gesto, ese gesto demostró que él no estaba consciente de su arrebato y que verse parado en la puerta le desconcertaba haciéndolo volver hacia la mujer del sombrero.
—Perdón, en serio, perdóname —miraba sus manos—, no quise hablarte mal. Mira, antes de que lo arruine de nuevo prefiero irme —entonces volteó hacia la ventana llenándose de extrañez—. Bueno, ¿qué no va a amanecer?
En efecto, sentía que la noche había sido eterna mirando el reloj con las horas lentas, casi congeladas. Ella se notaba incómoda y temerosa.
—Aquí no amanece, Mateo. Será mejor que te vayas de una vez.
Él temía estarse comportando como un loco, por lo que decidió despedirse lleno de incertidumbre abrazándola lo más fuerte que pudo y regalándole un beso en la frente. Ella permaneció en la puerta viéndolo partir sin evitar el llanto mientras que lo perdía al doblar las escaleras.
(CONTINUARÁ)
PRIMERA ENTREGA DÉCIMA PRIMERA ENTREGA
SEGUNDA ENTREGA DÉCIMA SEGUNDA ENTREGA
TERCERA ENTREGA DÉCIMA TERCERA ENTREGA
CUARTA ENTREGA DÉCIMA CUARTA ENTREGA
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OCTAVA ENTREGA DÉCIMA OCTAVA ENTREGA
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