En esta segunda parte de la conversación, Pibe Árcega narra sus primeras incursiones en el terreno de la música, el momento preciso en el que decidió dedicar su vida a ella, su paso por el blues, y el descubrimiento, formación y primeros pasos en el jazz.

Leadbelly

El estudio del blues me apasionó y empecé a meterme más y más y más en la armónica. En ese entonces no había registro de grupos de blues aquí, había un grupo instrumental de la Universidad de Colima que tocaba Take Five, El hombre del brazo de oro, pero no era lo que yo buscaba, lo que yo buscaba era el blues puro. Empezamos a formar la banda, después, Arturo Castañeda se unió a un grupo de rock y empecé en la búsqueda del talento de la banda de blues, Arturo me recomendó a un amigo, Raúl Arias, que estaba también muy interesado en el rock, era de esas personas muy clavadas, muy aplicadas, un niño como de trece años que se llama Christian Sevilla, era bajista y con él empezamos a tocar blues.
Al principio, el grupo se llamaba Alebrije, después lo cambiamos a Leadbelly —el nombre de este bluesista que salió de la cárcel tocando dos veces sus canciones—, después se unió un baterista llamado Saúl Cobián, tremendo baterista —todos son tremendos músicos ahora—, y un cantante, que ahora es actor de teatro, llamado Francisco Salinas. Con ellos armé Leadbelly, la primera banda de blues de Colima. Estamos hablando de finales de los noventa, el blues tenía muchísimo tiempo pero en Colima apenas había una banda de blues con gente muy joven y muy interesada.
También nos motivó mucho el sonido de Stevie Ray Vaughan, en ese tiempo ya tenía algunos años de haber muerto pero dejó muy marcada su influencia en el mundo del blues, sobre todo en los jóvenes de nuestra generación, porque también Kenny Wayne, Shepherd Jonny Lang eran adolescentes de nuestra edad —nacidos en el 78, 79, 80— y estaban muy interesados tocando blues.
Empezamos a tocar con esta banda y prácticamente fue la apertura; todos decidimos ser músicos, solamente Paco siguió siendo actor de teatro pero está en el arte. El guitarrista, Raúl Arias, es maestro normalista, sus papás le dejaron la plaza y se dedicó a eso pero sigue tocando; aunque no se dedica cien por ciento a la música, trata de hacerlo lo más posible. Saúl Cobián, el baterista, se fue a estudiar a LAMAS [Los Angeles Music and Art School] a Los Ángeles. Christian Sevilla siguió por el camino del estudio, se fue al Conservatorio de las Rosas, a Michoacán, a estudiar contrabajo; terminó su carrera y es un contrabajista muy requerido aquí en Colima, y fundó una escuela de música. Leadbelly fue mi laboratorio porque yo era el que menos tocaba, yo era el más malo de todos. Tuve la fortuna de tocar con muchos músicos muy aplicados, músicos que le echaban muchas ganas y que estudiaban muchísimo, eso ha sido buenísimo para mi carrera porque me ha ayudado a empujarme y empujarme y empujarme más.

Ya probé la libertad y me gustó

Un poco antes de formar la banda, me salí de la preparatoria; le dije a mis papás:
—¿Saben qué?, no los quiero engañar, la escuela no me gusta, no es para mí
—Ah, bueno, muy bien; no te gusta la escuela, pues te pones a trabajar
Obviamente, mi mamá lloró e hizo el drama de que su hijo ya no quería estudiar, pero me apoyaron. Empecé a trabajar en una cadena de tiendas de autoservicio que se llamaba Tiendas Ley, trabajé en panadería, en seguridad, pero me di cuenta de que no era lo mío.
En ese tiempo empecé a tocar con un músico de rock de aquí de Colima que se llamaba —falleció recientemente— Rudy Meraz, y empecé la vida nocturna: íbamos a tocar a restaurantes en la noche, de ahí íbamos a las zonas de tolerancia; cosas que para mí, que todavía ni cumplía la mayoría de edad —tenía diecisiete años—, fueron muy importantes y me enseñaron qué es la vida de músico y que es una vida en la que se tienen muchas carencias, pero que es muy divertida, y que no me la iba a dar la escuela, entonces preferí la vida; como decía una tía —también ya fallecida—, probé mundo y me gustó; entonces empecé en estas andanzas de la música.

The Feeling of Jazz

En ese tiempo, Bindu Gross —un saxofonista afroamericano— y Beatriz Torres, su esposa —ya fallecida—, hicieron un taller de música en un estudio que tenían en una calle céntrica de la ciudad de Colima. Bindu tocaba en un restaurante, una vez lo vio Raúl, el guitarrista de Leadbelly, se le acercó y le dijo oye, nosotros tenemos una banda de blues, estamos tocando a Muddy Waters, y se emocionó mucho. Eso nos motivó a inscribirnos en su taller de música; era un taller que más bien impartía su esposa, la maestra Beatriz Torres.
Saúl Cobián, Raúl Arias y yo nos metimos al curso de introducción a la música, fue buenísimo porque lo primero que nos puso a escuchar fue The Feeling of Jazz, de Duke Ellington y John Coltrane; nosotros no teníamos ni idea de quiénes eran y fue como esos pescadores que lanzan su caña y nosotros caímos como seditas al sonido y al feeling del jazz de John Coltrane y Duke Ellington.
En esas clases empezamos a estudiar Goodbye Pork Pie Hat, de Charles Mingus, nos dio la partitura y nos pusimos a estudiarla. La maestra nos motivaba a que desarrolláramos nuestras ideas musicales en los solos —eran solos de pedal, de una sola nota—. Y así empezó nuestro estudio, a la par de que conocíamos el jazz, conocíamos los rudimentos de la música: la lectura, el pentagrama, todo eso. También nos presentó a Charlie Parker y a John Coltrane, y cuando los escuché, se me voló la mente por segunda vez y dije yo quiero estudiar esto.

El momento preciso

Cuando estaba con el grupo Leadbelly, en una presentación tuve un momento de infinita felicidad tocando en el escenario y en ese momento me dije soy tan feliz que esto es lo que quiero hacer toda mi vida; desde ese momento decidí que iba a ser músico.
Cuando empecé a estudiar con Bindu Gross y con la maestra Beatriz Torres, me empezó el interés por el jazz; Leadbelly empezaba a ser muy conocido y a tener alrededor esta onda social que tienen todos los grupos, había gente en los ensayos y cosas así; eso no me gustaba y decidí empezar a estudiar jazz y dedicarme a eso. En ese tiempo también conocí a Diana Selene Peña —conocida como Diana Zul en Facebook— y empezó una relación que creció con este amor por el estudio del jazz; ella quería música, yo le empecé a compartir, nos enamoramos y empezamos este caminar juntos dentro del jazz.
Hay un contrabajista aquí en Colima, Miguel Ángel de la Mora, que tocó en los años ochenta y parte de los noventa en el Distrito Federal, fue parte del trío de Olivia Revueltas. Fueron a hacer una gira por San Francisco y él se quedó a vivir por allá. Él llegó a palomear con Dexter Gordon en el famoso Casino de la Selva que estaba en Cuernavaca y con Stan Getz en La Casa del Chato, una de las casas muy populares en aquel entonces. Justo en esa época que conocí a Diana y que estaba pensando en dedicarme al jazz, un día que iba caminando por la calle me lo topé —porque también pinta casas, es pintor de brocha gorda— y le dije yo toco la armónica y estoy muy interesado en aprender jazz; me dijo que fuera a su casa y le tomé la palabra, fui a su casa y me empezó a dar una introducción al mundo práctico del jazz, digo práctico porque el mismo Miguel Ángel acepta que no es un músico que sabe leer, que sabe de estructura, pero estaba en la práctica; tocó con Olivia Revueltas y con estos grandes, más que nada, porque tenía el oficio de jazzista. Me dijo que tienes que saber muchísimas melodías de las formas básicas —AABA— y saber cómo se improvisa, cómo hacer espacios. No me decía toca esta frase sobre este arpegio, no me lo decía de esa manera pero me lo dijo de la manera más práctica, y tal vez la mejor, en la que un músico tiene que empezar, que es aprenderse muchas melodías, escuchar mucha música, escuchar muchos músicos, transcribirlos y aprenderse sus solos; me dio toda esa introducción.
Después desapareció la alineación que teníamos de Leadbelly porque Cristian Sevilla se fue a Morelia a estudiar contrabajo en el Conservatorio de las Rosas. Saúl y Raúl todavía estaban aquí, y así como los empecé a jalar al blues, los empecé a jalar al jazz y empezamos estudiar todo el repertorio, las formas; después, eso motivó que Saúl se fuera a estudiar batería a LAMAS a Los Ángeles.

La perla tapatía

También en ese tiempo, Diana y yo empezamos a producir el programa Azul Blues Mandarina Jazz en la radio de la Universidad de Colima, y empezamos a seguir la actividad que se llevaba en Guadalajara con Sara Valenzuela y Solo Jazz. Sara organizaba un ciclo de jazz alternativo, nos emocionamos, nos animamos y fuimos; en el primer concierto que fuimos, abrió Troker y después siguió Medeski, Martin and WooD. Fue una revelación haber ido a ese concierto juntos y haber caminado por la ciudad, yo no conocía Guadalajara.
Después fuimos a otro concierto de ese ciclo de jazz alternativo, se presentó Sex Mob. Al final del concierto me encontré con Gil Cervantes y resultó que era el que dirigía Tónica, nos dio un folleto del primer seminario organizaba Tónica, se llamaba Qué estudiar y cómo estudiar, iban a llevar a Don Byron y a varios maestros de Berklee, entre los cuales estaban Rafael Alcalá y Fernando Huergo. Incluso iba a estar Javier Flores Mávil porque era un enlace con el JazzFest de Xalapa. Diana me apoyó no solo moralmente sino también económicamente y me lancé, yo tenía el sueño de estudiar con Don Byron, que en ese entonces era considerado el mejor clarinetista del jazz.
Ese seminario fue muy importante para mí porque estaba prácticamente toda la escena del jazz de Guadalajara, y sobre todo del rock, porque Sara Valenzuela y Gil Cervantes fueron miembros de La Dosis, un grupo de rock muy popular en los ochenta y, obviamente, con su convocatoria fueron muchos músicos.
Rafael Alcalá me hizo la audición, toqué In A Sentimental Mood y me dijo ah, ¿así tocas?, ¿sabes qué?, te voy a poner en la clase de más avanzados porque siempre es bueno tocar con gente mejor que tú —yo supe eso desde el principio porque Miguel Ángel de la Mora me dijo tienes que tocar con músicos mejores que tú—. Entonces, mi sueño y por lo que yo me había metido se me iba a realizar: iba estudiar con Don Byron.
El traductor de Don Byron en el seminario fue Tom Kessler, un guitarrista del que yo sabía, por la radio, que era un joven de Guadalajara que tocaba como si tuviera cuarenta años tocando jazz, y a pesar de que era muy joven, ya estudiaba en la Universidad de North Texas. Estuve con varios miembros de Troker en esa clase, Don Byron se decepcionó un poco porque creyó que tocábamos más y vio que estábamos muy verdes, pero a final de cuentas se adaptó y fue muy bonita experiencia.

La fachada de piedra

En ese tiempo, en Guadalajara había un lugar que se llamaba Barba Negra, era un un bar en donde tocaba un grupo de rock llamado La fachada de piedra, el único grupo de Guadalajara que tocó en Avándaro; yo ya había escuchado que ese lugar era de blues y de rock, y quería ir. Las personas con las que me quedé en el departamento me llevaron, en el escenario estaba la cantante Carmen Ochoa, estaba Miguel Ochoa y dos miembros de los Spiders —que también fue un grupo de rock muy popular en Guadalajara y en algunas partes de México; obviamente, ya eran veteranos—. En un momento me levanté, pedí un palomazo —ahora me cae regordo que músicos que no conozco pidan palomazos— y Carmen me paró en seco —como tiene que ser—, me dijo no, chiquito, ahorita hay otro armoniquero —me choca que me digan armoniquero pero en aquel entonces lo acepté—. Me quedé sentado, Carmen Ochoa se sentó junto a mí en el break y me puse a platicar con ella, le mencioné grupos como Allman Brothers o gente del blues que yo conocía, y dijo ah, este sí sabe, este no es uno de esos que nada más tocan canciones del Tri o que se saben El blues de la cabaña, de Los Doors; entonces le dijo a Miguel, su esposo, que era el líder de la banda:
—Mira, él toca la armónica
—Ah, pues que se suba
Cuando me levanté a tocar, les emocionó mucho y me dijeron oye, nos gustó mucho cómo tocas, sabemos que vives en Colima, ¿te gustaría venir algunos fines de semana a tocar con nosotros? Obviamente, yo estaba encantado, entonces, al mismo tiempo que tenía ciertos huesos con Leadbelly aquí, iba ciertos fines de semana a Guadalajara a tocar con La fachada de piedra.
En la zona céntrica de Guadalajara, el área en la que están los bares es como la zona rosa de allá, yo llegaba temprano y me iba a un lugar que se llamaba el Haus derKunst, era de un alemán y ahí tocaba el Harlem Jazz Tapatrío, un grupo de Tom Kessler en el que estaban otros amigos: Christian Jiménez, pianista de Troker; Lalo Melgar; el Pichón Muñoz, hermano de Manolo Muñoz, también una de las figuras del jazz porque tocaba con Carlos de la Torre, pianista muy reconocido y uno de los pilares del jazz en Guadalajara; y tocaba el Burro, otro de los miembros veteranos del jazz en Guadalajara. Tocaban standards, yo ya tenía un conocimiento por Miguel Ángel de la Mora, me invitaron a tocar y les gustó; me escuchó Helmut —el dueño del lugar— y dijo denle de cenar a ese muchacho, denle cerveza. Me trataban muy bien; llegaba, palomeaba ahí y ya cenadito, ya prendido, me iba a tocar con La fachada de piedra de once de la noche a dos o dos y media de la mañana. Eran viajes geniales, siempre con el apoyo moral y económico de Diana Peña, debo reconocerlo.

Tanto tiempo, tantos mundos, tanto espacio y coincidir

En un momento perdí el hueso aquí y ya conocía las mieles de ir a Guadalajara a tocar con músicos mejores que yo. Lalo Melgar y Cristian Jiménez me decían vente a Guadalajara, ¿qué haces en Colima?, allá no hay nada. Me dijeron que Tom Kesler había regresado a Guadalajara y andaba buscando un roommate para su casa. Le dije a Diana yo me quiero ir a Guadalajara, y me dijo pues vete. Entonces todo se cuadró, contacté a Tom y Diana me prestó para el primer mes de renta.
Me lancé a Guadalajara y fue un momento mágico porque empezamos a coincidir gente increíble en esa casa Tom, ahí vivía Ernesto Mercado, el hermano de Paulina y Carolina, ahora son grandes exponentes del jazz y viven en Nueva York, pero en ese momento eran unas chiquillas «emo» que llegaban con sus saxofones. Llegaba mucha gente del jazz a esa casa, todos los lunes hacíamos un jam en la noche, llegaban músicos de Guadalajara, cuando iban músicos internacionales, hacíamos todo por llevarlos al jam en la noche, estuvo Eric Revis, que fue bajista de Branford Marsalis, y también empezó a llegar Vico Díaz que acababa de salir de sus estudios en Berklee y andaba buscando dónde jamear —él ya había estado en Colima, incluso fue el primer concierto de jazz que produjo Diana porque él nació acá y por un conocido teníamos el contacto—. Cuando regresó a Guadalajara llegó súper alzado, como todos los Berklee Boys, y le decíamos Divo Díaz. Yo lo odiaba, no lo quería ni ver pero, como se la pasaba en la casa, empezamos a hacer amistad y nos hicimos muy amigos.
Había un joven saxofonista, Diego Franco, de dieciséis años, era un chavito que tocaba en una banda de ska pero empezaba a interesarse en el jazz; también llegaba a esa casa y lo jalábamos, lo llevamos a tocar a los huesos, a los toquines en los bares, no lo dejaban entrar porque era menor de edad, pero como era miembro de la banda, lo llevábamos; ahora es reconocido como el mejor saxofonista de México.
Fue mágica esa casa de Guadalajara, coincidimos en tiempo y espacio tantos músicos que ahora son miembros importantes de la escena del jazz nacional. Después, Tom Kessler se fue a vivir al Distrito Federal, llegó a vivir Vico Díaz y después también se fue México.

 

(CONTINÚA)

 

 

PRIMERA PARTE: Viaje a la raíz
TERCERA PARTE: The Long and Winding Road

 

 

 

 

 

 

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