En medio de este nuevo mundo, en medio de esta nueva realidad que se pretende normalizar o que se va convirtiendo lentamente en una nueva realidad normalizada por cambios en nuestras formas de relacionarnos y de vivir lo cotidiano, en medio de toda esta angustia por saber si podremos seguir respirando, está, como un ancla que nos protege del naufragio, la actividad cultural, las artes, la música, el teatro, la danza, la plástica, la literatura. Y, sin embargo, paradójicamente, son todos estas artes y actividades artísticas y culturales, las más dramáticamente afectadas y dañadas por esta nueva realidad arribada a nuestras vidas, quitándonos, despojándonos de un alimento vital para todos y todas, y dejando en inanición a miles de creadores y artistas.

Pienso en la imagen de la pequeña orquesta que tocaba hasta el final durante el hundimiento del Titanic. Así también pienso en todos y todas aquellas cantantes, músicos, bailarines y bailarinas, actores y actrices, librerías, que siguen tocando o expresándose, en medio de todo, desde sus casas o desde sus espacios de creación personal.

Pienso en la Orquesta Sinfónica de Xalapa que está en receso, pero que nos regala el Bolero de Ravel, con una grabación sincrónica desde la casa de cada músico. Veo a Ramón Gutiérrez, uno de los mejores músicos de son jarocho que ha tenido Veracruz, tocando el requinto como quien nos obsequia un poema o una frase en medio de nuestra nueva cotidianidad y de repente recordamos que lo extrañamos, que extrañamos estar frente a él y admirar su destreza y su sentimiento al escuchar su guitarra de son llorar nuestra ausencia, y nos descubre llorando también porque nos damos cuenta del silencio que había y que se llenó con el recuerdo, con el recuerdo de todos y todas ellas, nuestras y nuestros artistas y creadores de cultura.

En las redes sociales, inesperadamente encuentro, una tras otra, presentaciones en vivo o grabadas, transmisiones en directo o reproducidas, de nuestros artistas, como las que ha venido haciendo CAUZ -gracias por eso- de músicos que están, pero no están, de talentos y presencias a las que les falta su público, y que nos buscan a través de nuestras pantallas de esta nueva normalidad. Me encuentro a Jatziri Gallegos “Jazziri” con un nuevo disco que nos invita a adquirir también en línea, y que nos deja con su sonrisa y emocionada voz atravesada en nuestros ojos y sonrisas. O las clases de son jarocho y de zapateado transmitidas desde “Casa de Nadie”, por medio de la destreza de Sael Bernal, y desde donde también nos van regalando alguno que otro son y fandango el violín de Camil Meseguer, haciendo volar el sentimiento y las ganas de estar ahí y de bailar. O la cocina de Emilio Bozzano, que mientras prepara platillos, toca su jarana, y nos invita desde lejos a comer, viajar y cantar.

Desde luego admiro emocionado el concierto en vivo de Mauricio Díaz el “Hueso”, que nos hace vibrar desde su personal sentimiento y diversión que, como un rayo o un relámpago, se iluminan y mueven dentro y fuera de nosotros mismos. También la voz y calidez de Jenny Beaujan, inigualable y perfecta como siempre, y que te deja paralizado como si en verdad estuvieras ahí frente a ella.

También asisto, impactado y sorprendido, al gran esfuerzo y desarrollo de unos cursos y clases de canto que, casi diariamente, Paty Ivison imparte de manera virtual, lo cual requiere no solamente su gran talento, sino mucha concentración y esfuerzo. O participo de una recepción profesional de Juan Carlos Márquez “MaFlo”, con un concierto de jazz como examen profesional que tiene que grabar en video para ser calificado por sus profesores de la Escuela de Jazz “JazzUV” de la Universidad Veracruzana. O soy testigo del proyecto de Ricardo Braojos, que hace cine, que hace festivales de cine, que hace diplomados y forma a cineastas, y me sorprendo gratamente de todo ese gran trabajo y experiencia de tanta gente, que ahora les ha tocado hacerlo a la distancia.

Increíble también la experiencia de entrar a un encuentro de danza de cuatro grupos de diferentes universidades del país, al que me invitó Gabriela Jiménez, y que se transmitió por video en el festival virtual Graduad@s2020 organizado por Moving Borders.

Y en otros ámbitos, la Editora de Gobierno del Estado o el Instituto Veracruzano de la Cultura y el Ágora de la Ciudad, transmitiendo diariamente en redes sociales cuentos, obras, literatura, conversatorios, cine, encuentros, etc. La misma Secretaría de Gobierno del Estado promoviendo el cine desde las azoteas de las casas en proyecciones gigantes en paredes y edificios, o el excelente trabajo de difusión de Orgullo Veracruzano en video clips musicales de las diferentes regiones y ciudades del estado, o a través de los conciertos de la Banda Sinfónica del Gobierno del Estado y los videos de extraordinaria calidad que coordina Zabdiel Ceballos, gran trabajo visual y artístico a pesar del poco tiempo para su realización,

Igualmente, las transmisiones de librearías como Los Argonautas donde van mostrando al público ediciones y tesoros bibliográficos, para su compra desde la comodidad de tu casa. O los y las ceramistas de la región,  como Valentina Zandoval, quienes han tenido que adaptarse también a mostrar su trabajo en redes sociales y desde ahí intentar vender un poco de su producción artística.

Particularmente emotivo y sorprendente es ver durante cinco meses continuos una niña que se ha dedicado a pintar en sus libretas extraordinarios dibujos y collages, de la mejor calidad.

Todo lo anterior me dice que la producción cultural y artística no para nunca, incluso en los momentos, guerras o tragedias más destructivas. Pueden parar los gobiernos, la administración pública, la justicia, el turismo, la producción, pero no la creación artística y cultural. Ella nunca para, porque la imaginación, el arte, la necesidad de expresión humana a través del arte, no tienen límite, y a veces, por el contrario, se atizan con el fuego y el calor de la catástrofe. La cultura nos sostiene como humanos.

Así ha sido también con la literatura. Thorton Wilder en “Los idus de marzo” con Julio César, o Marguerite Yuurcenar con las “Memoria de Adriano”, en el Imperio Romano. Cervantes con su añoranza por los caballeros andantes, pero provocado por la guerra de Lepanto. Shakespeare con las guerras de los cien años y de las Dos Rosas, y por Ricardo III. Camus con “La Peste”. Gabriel García Márquez con las guerras entre liberales y conservadores en Colombia. Isabel Allende con la dictadura chilena. Fernando del Paso en “Noticias del Imperio” con la invasión francesa y la imposición de Maximiliano y Carlota. Así, ¿cuántos autores, novelas, cuentos, poemas, se podrán estar incubando con este tiempo de pandemia y crisis mundial?

En este contexto, suena inaudito y desproporcionado cerrar los parques y los espacios abiertos. Hay que abrirlos para que se expresen los artistas, para que expongan las y los pintores, las bailarinas y los bailarines, los músicos, los actores, las artes visuales y las artes plásticas. Se pueden encontrar y descubrir nuevas formas de expresión y exposición en el distanciamiento social físico, exterior, urbano o rural.

Un parque, una plaza, un anfiteatro al aire libre pueden significar un espacio para el descubrimiento de nuevas formas de expresión y de manifestación cultural, donde obras de teatro, danza, música, pintura, etc., se expresen en el contexto de la nueva normalidad. Debemos, urge, revalorar los espacios abiertos, adaptarnos, sobrevivir.

Las autoridades de los niveles de gobierno, así como las autoridades culturales y universitarias deben impulsar esto, dejar la imaginación a los creadores para encontrar el espacio social para expresarse y mostrar su arte, su necesidad vital de manifestarse, su urgencia de actuar, bailar, cantar, pintar, crear, con un público enfrente de ellos.

Estas autoridades también pueden aprovechar a los artistas y creadores que sí reciben un sueldo, los que son asalariados, y que pueden estar en las calles, en los espacios abiertos, en los parques, trabajando con ideas nuevas de difusión y exhibición cultural.

Pienso en Grecia y Roma antiguas, en sus anfiteatros, en sus ágoras, en sus obras clásicas donde se demostraban nuevas formas histriónicas y musicales. Pienso en las máscaras de los carnavales, esas máscaras y antifaces que quizá son una reminiscencia de una antigua y olvidada pandemia, y que pudieron proteger a los artistas y a su público.

Urge abrir los parques, los espacios abiertos y públicos. De no ser así moriremos, no de falta de respiración por un virus, moriremos de falta de respiración de aire puro, de arte, de cultura, y morirán las artes, los creadores, los artistas por inanición, por tristeza, por asfixia.