En el capítulo del libro «El jazz» dedicado al canto, Joachim Berendt escribe: «Billie [Holiday] es el primer músico de jazz —no solamente la primera cantante— en cuya música se manifiesta la influencia del saxofón como instrumento creador de estilo y de tono; sólo es paradójico en apariencia el hecho de que Billie interpretara sus canciones así antes de la era del saxofón, que principió propiamente con el éxito de Lester Young a comienzos de los años cuarenta. Esto se reveló ya en la primera grabación de Billie Holiday: ‹Your Mother’s Son in Law› (1933) con Benny Goodman. Nadie lo ha señalado hasta ahora, pero de hecho, el jazz moderno en el campo vocal comienza gracias a Billie Holiday antes que en cualquier campo instrumental».

Billie Holiday es una de las intérpretes más empáticas del mundo del jazz, sobre ella se han escrito millares de cuartillas en todos los idiomas; la tragedia de su vida y la grandeza de su arte han movido y conmovido muchas plumas. Como comenté ayer, el viernes 17 de julio se cumplirán sesenta y un años de su muerte, el año pasado la recordamos en esta columna con tres poemas, hoy, con un poema y un relato.

Para Billie Holiday

Pedro Granados

(Blog de Pedro Granados)

Si no fuera por tu sentido del humor,
querida.
Si no te inhibieras en destruir, horadar
mi corazón con tus canciones,
creyera que el corazón
de verdad existe
me creyera
el corazón
y me creyera yo mismo
a esta hora.

Pero esa manera
de hacerme llorar
sobre la leche derramada
y consolarme luego
porque nada ha pasado
en verdad
absolutamente nada
sobre este valle
de fantasmas erizados.

Y mi hermano mayor que no acepta
vayan a tener que limpiarle
el culo cuando más viejo.

Y todo el resto de mi familia
fallecida ya, toda
en un vagón de tren
que me queda un poco lejos.

¿Qué clase de carrusel es éste?

¡Señores, qué vueltas me voy dando!

Sin ti el aire sería de verdad aire
y no esta pista que no tiene aire
ni tiene tiempo
felizmente
y sí tus blandas manos, más bien,
y el cariño acorde
con la batería y el saxo.

Nada es de verdad, qué va.
solo esta música que lo envuelve a uno
por completo
y todo lo consuela.

 

Lady Sings The Blues (El día que conocí a Lady Day)

Eduard Blanco

El recibidor de la mansión de Tim Walker, las paredes de madera y el suelo enmoquetado, cuadros renacentistas y jarrones chinos, hacía que uno se sintiera el más pobre de los hombres. Estaba allí de parte de mi tío Louis, el dueño del Uptown Jazz, en Brooklyn.

Tenía la misión de lograr una firma para el nuevo local que mi tío quería abrir en el Bronx. Para ello necesitaba el permiso de Tim Walker. El Uptown Jazz hacía aguas, los fines de semana se llenaba de italianos e irlandeses, los cuales además de armar bronca impedían tocar a los músicos si éstos eran negros.

Tim Walker no quería una guerra bajo ningún concepto, aunque supiera que con el transcurso del tiempo uno de esos chicos estúpidos dispararía un arma y la ciudad prendería como si hubiera llovido gasolina. Mi tío me confió que Tim Walker era la solución a nuestros problemas, que le mostrara nuestros respetos con el 20% del negocio por escrito, él nos protegería.

La silla donde esperé resultó tan confortable que casi pierdo la compostura echando una cabezada. Por fortuna llamaron a la puerta y el criado, bajo la rauda supervisión del gorila, abrió. Una mujer negra entregó de la mano a una niña de igual color sin cruzar una palabra. Tampoco habló nadie cuando cerró la puerta, la mujer desapareció como vino, el gorila regresó a su rincón, y el criado, con la niña de la mano, entró, después de llamar con los nudillos, a través de lo que sería examinado ojo avizor, un gran despacho. A los pocos minutos el criado salió con la esquelética figura que personificaba, un maniquí lavado en seco.

La espera, junto con la entrada de la niña, comenzó a ponerme tenso, sin quererlo yo, mi imaginación bosquejó su aspecto, una joven negra como tantas, con los pechos florecientes abultando bajo el vestido viejo, guapa, de ojos pardos y piel brillante; cuando al fin resolví, no sin pocas contradicciones, que habrían traído a la pequeña para limpiar, oí los gritos. Me despejé al instante, por el resquicio de un espejo vi al gorila reflejado a mis espaldas. Los gritos se repitieron. La sombra del mastodonte seguía esperando mi reacción.

Me crié en las calles de Brooklyn, crecí entre mi casa y el local del tío Louis. A falta de una madre tuve el cariño de las chicas y aprendí algo que ellas nunca se cansaban de repetir: Aunque fueras una prostituta, no te gustaría que te violaran. Es lo peor que puede ocurrirle a una mujer. Y ahora le estaba ocurriendo a una cría menor de trece años.

«Esta relación nos conviene mucho. He estado esperando durante más de veinte años, ahorrando dólar tras dólar, soportando las cabronadas del hijoputa de Walker, su arrogancia y sus amenazas».

—No te preocupes tío, iré yo a que firme los permisos. Tengo el coche abajo. No tardaré más de dos horas. Volveré con la firma y lo celebraremos como en los viejos tiempos. —Pobre tío Louis.

Mi tío se ocupó de mí manteniéndome lejos de esta mierda. Enviándome a la universidad de Búfalo. Me licencié en Medicina gracias a él.

Sabía que en cuanto levantara el trasero asomaría el gorila, seguro que armado. Escogí el jarrón que me pareció más milenario y me incorporé para decir que no podía esperar más y me marchaba. Mis palabras confundieron sus órdenes, entonces aproveché la ocasión. El jarrón se hizo añicos contra su cabeza; mientras se tambaleaba intentando comprender lo ocurrido, empuñé el 44 de su sobaquera y rematé la faena de un culatazo.

Nunca había matado a nadie, ni siquiera había disparado un arma. Quería ser médico y la sangre (guárdenme ustedes el secreto) me mareaba. Me aproximé a la puerta, al punto de girar el pomo con la mano izquierda, el instinto me abordó y alcé el brazo armado contra el pasillo por donde corría el criado con cara de cera con una escopeta del doce. Le metí tres balazos y ofreció un par de volteretas antes de quedarse sentado en el suelo completamente inmóvil. Lo que alcancé a ver al abrir la puerta, me avergonzó de ser humano. Arranqué a la niña de entre las zarpas de Walker, quien no tuvo más oportunidad que la de cegarse con el fogonazo del 44 delante de los ojos.

La mansión ardió por los cuatro costados. En las calles se declaró una guerra entre mafias que motivó la caída de políticos y policías corruptos, en consecuencia la inauguración del local en el Bronx fue un hecho.

—¿Quién eres? —Le pregunté. —Me llamo Eleonora y soy de Baltimore.

En ocasiones, cuando la escucho por sorpresa, cuando recuerdo aquel día, recuerdo cómo sonaba la voz de Billie Holiday de niña.

 

 

VER TAMBIÉN:
Con Billie Holiday, a sesenta y un años de su partida
Responso por Lady Day a 60 años de su muerte
Frutos extraños
Jazzbecedario │ Letra H: Holiday, Billie

 

 

 

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN INSTAGRAM        CONTACTO EN TWITTER