Gracias a la pandemia, nos hemos acostumbrado a ver gráficas hiperbólicas, y si no a entender del todo, al menos a vislumbrar el controversial concepto del aplanamiento de la curva. A mayor altura de la cresta, menor desarrollo horizontal. Al alargar la distancia horizontal, la altura es menor, por lo tanto la curva es más plana. La biografía de Billie Holiday es una curva muy pronunciada que jamás pudo aplanarse, en solo cuarenta y cuatro años, partió de cero, se elevó vertiginosamente y tuvo un descenso estrepitoso de similar velocidad. Después de haber sido la gran diva del jazz, tuvo un ocaso sobrecogedor. «Bajo el nombre de su esposo —narra Joachim Berendt en su libro El jazz—, del que se había separado muchos años atrás, fue entregada en el hospital Bellevue de Nueva York, y se la hizo esperar durante horas y horas como a cualquier ama de casa que se había enfermado de repente. Nadie sabía que esa ama de casa era Billie Holiday. Y cuando por fin le prestaron asistencia, era demasiado tarde. Fue enterrada, y durante meses su tumba careció de una lápida, mientras los parientes de Billie, a quienes apenas había conocido en vida, se peleaban por las participaciones en las ganancias de sus discos».

Hay otra circunstancia que omite Berendt, cuando fue hospitalizada, tenía una orden de arresto por posesión de drogas, era vigilada por un policía que pretendía esposarla a los barrotes de la cama, como si pudiera fugarse una mujer agonizante.

Pero aun en la cresta de la curva, tuvo que padecer injusticias y discriminaciones. Cuando era la estrella de las orquestas blancas, tenía que entrar a los teatros por las puertas que usaban los técnicos, mientras sus compañeros entraban por las puertas principales. Mientras sus compañeros dormían en hoteles lujosos, ella lo hacía en hoteluchos deplorables de los arrabales. Comía en las cocinas de los restaurantes junto con los empleados, sus compañeros lo hacían en los salones principales. «Y esto lo tuvo que soportar no solo en su calidad de negra, sino por ser la única mujer de la orquesta —continúa Berendt—. Billie creía que debía cargar con todo eso para establecer un ejemplo. Pensaba que si un artista negro lograba vencer en ese ambiente, probablemente otros también vencerían. Lo soportó hasta que no pudo más, derrumbándose. Muchos de sus amigos dicen que ésta fue la causa por la que se hizo drogadicta.

«Cuando después de esta primera crisis Billie logró cantar otra vez, el círculo se cerró con diabólica ironía: cantó con la orquesta de Count Basie, y si bien Billie era tan negra de raza como los músicos de esta orquesta, el color de su piel era tan claro que buena parte del público creía que en esa orquesta de negros cantaba una intérprete blanca; se vio obligada a maquillarse para aparecer más morena».

Su biografía es un enmarañado rompecabezas, unos años antes de morir, dictó al periodista William Dufty su autobiografía y apareció publicada con el nombre Lady sings the blues. Acaso porque quiso suavizar episodios oscuros y dolorosos, acaso por erratas de la memoria, acaso por exceso de imaginación, nadie conoce las causas pero se trata de un relato pletórico de imprecisiones y algunas falsedades.

En los años setenta, una fan, Linda Kueh, se propuso escribir una biografía más veraz y emprendió la tarea de rastrear amigos, amantes, músicos, dealers, policías, proxenetas; el mayor número posible de personas que la hubieran conocido. Por otro lado, hizo una investigación documental, recopiló recortes de periódicos, documentos legales, historiales médicos, archivos policiales, fotos, cartas; todo aquello que pudiera aportar información.

Logró realizar alrededor de ciento cincuenta entrevistas, con las que obtuvo testimonios dispares y muchas veces contradictorios. Era tan basto y contradictorio el material recopilado, que le fue muy complicado lograr un relato coherente, y su texto fue rechazado por la editorial. Ignoro si a consecuencia de ese fracaso o por alguna otra causa, pero en 1979, al salir de un concierto de Count Basie, en cuya orquesta cantó Lady Day, se suicidó.

Todo el material fue vendido a un coleccionista. Como casi todo objeto de colección, su papel era de ente pasivo, después de algún tiempo de inactividad, cayó en manos de la escritora británica Julia Blackburn, quien, por supuesto, quedó maravillada por tal tesoro. Al revisarlo y tratar de darle forma, optó por una alternativa más fácil y práctica, hacer una selección de las entrevistas y publicarlas reunidas, pese a que algunas fueran contradictorias entre sí. El resultado es Con Billie Holiday: Una biografía coral. En 2019, Libros del Kultrum publicó la versión en español.

«Su vida personal fue tan turbulenta como sus canciones —se lee en Wikipedia—. Se casó con el trompetista Jimmy Monroe el 25 de agosto de 1941. Mientras aún estaba casada con Monroe, mantuvo una relación con el trompetista Joe Guy. Finalmente, acabó por divorciarse de Monroe en 1947, mientras se separaba también de Guy. El 28 de marzo de 1952, Holiday se casó de nuevo, pero esta vez con Louis Mckay, un ‹justiciero› de la mafia. Mckay, al igual que muchos de los hombres que formaron parte de su vida, era violento, pero trató de sacarla de las drogas. En el momento de su muerte, ya estaban separados».

Uno de los testimonios corresponde a Jimmy Rowles, pianista que convivió con ella, en él narra una golpiza que le dio el bajista John Levy, con quien tuvo una relación sentimental: «Saltaba sobre su estómago, le dio una paliza de muerte… A Billie le dolía todo, incluso el coño, y eso no era ninguna broma, porque ella cantaba con las entrañas».

Una grabación, obtenida clandestinamente, de una conversación telefónica de Louis McKa, retrata de cuerpo entero al abyecto personaje del que tenemos noticia gracias a Billie: «Todas las mujeres que he tenido eran grandes personas, buena gente. ¿Por qué tengo que aguantar a esta zorra? Ella va por ahí regalándole el coño a cualquiera. Yo no trabajo así. ¡Yo me dedico a vender! Me jode a mí y a mi dinero. No gana nada. Voy a dejar que siga así hasta que se estrelle».

Y el 17 de julio de 1959 —el viernes se cumplirán sesenta y un años—, se estrelló.

 

 




 

 

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