Los seres humanos somos gregarios. Necesitamos juntarnos, estar juntos, vernos, hablarnos, reunirnos, en el mismo espacio físico. Después de semanas de un “obligatorio” confinamiento o de un voluntario distanciamiento, donde no nos podemos tocar, donde no nos podemos reunir, donde no nos podemos abrazar, reflexiono en por qué las personas nos reunimos en un estadio para ver un partido, o vamos a bailar a una fiesta o antro, o nos vemos en un café para platicar, vamos a conciertos, a un restaurante a comer juntos, o por qué simplemente hacemos una comida familiar los domingos. Los humanos necesitamos ese contacto, necesitamos juntarnos para vivir juntos, para convivir, para compartir.

En estas semanas de aislamiento, viendo cualquier serie o peli en la televisión, ha pasado que me sorprendo cuando veo que alguien se abraza, o se saluda de mano, o se besan. ¿Qué no saben que estamos en pandemia? ¿Qué no saben que no lo pueden hacer? ¿Qué no saben que no pueden salir? Quiero gritarles, advertirles que no lo pueden hacer, que debemos no tocarnos.

Me sorprendo pensando, extrañando, un fandango, la gente reunida, pegada, cercana, tocando o bailando. Imposible ahora. No podemos vivir separados, no podemos vivir sin reunirnos, sin juntarnos, sin bailar, sin tocarnos. Eso nos mataría. Estamos hablando de una emocionalidad, de la necesidad de expresar nuestra humanidad a través de la reunión, de la visión y contacto directo entre personas. Por más que nos guste estar solos y que haya personas que así lo deciden, en general somos seres gregarios, y esa es ya una emocionalidad que si se nos niega o limita, traerá consecuencias emocionales.

Paradójicamente vivimos hipercontectados, aun estando físicamente separados. Hoy tenemos internet, celulares inteligentes, WhatsApp, Telegram, Messenger, Linkedin, Zoom, Skype, rede sociales como Instagram, Facebook, Twitter, y podemos vernos, escucharnos, comunicarnos, en las distancias. Nada de eso sustituye nuestro encuentro, sobre todo con las personas que más amamos. Necesitamos la reunión, necesitamos vernos, tocarnos, abrazarnos, necesitamos juntarnos a escuchar o tocar música, a bailar, a comer.

Recientemente leí una novela de Murakami, “1@84”. La leí durante el primer mes de esta pandemia. Cuando la terminé, tardé varios días en asimilarla, pero me parece que tradujo muy bien la tristeza de personas que sufrieron mucho durante sus infancias y vidas, como las de Aumame y Tengo, quienes eligen salir de esas dimensiones de violencia y abuso, para avanzar o cambiar sus vidas hacia algo diferente, pasar a un mundo distinto decidido finalmente por ellos mismos, y ya no por un mundo, sea éste real o fantástico, de violaciones, fanatismo y desamor, aún si Aumame hace uso de una oración que personalmente a ella le ha funcionado y la hace sentir salvada. Al final no sabemos si lo logran, yo quiero pensar que sí.

También durante esta pandemia leí “Los besos en el pan”, novela de Almudena Grandes, que reseña en tiempo presente con mucha sensibilidad y detalle, las vidas de personas y familias que se ven sorprendidas y atrapadas en la crisis económica en medio de políticas neoliberales que invisibilizan a los individuos y que brutalmente los desechan. Personajes envueltos en una sociedad y estado ricos, con vidas pauperizadas y rotas, como la de Antonio que nunca se atrevió a hablarle a María Gracia, pero a quien le deja una nota escrita antes de su suicidio “-Pero no puedo más”.

Quise hacer referencia a ambas novelas elegidas al azar de mi biblioteca, porque creo que nos hablan (tal y como lo debe hacer la literatura) de personajes, contextos, situaciones, momentos, en lo que los seres humanos nos confrontamos con nosotros mismos a partir de lo que nos impone la realidad, el mundo, los hechos. No son circunstancias que hemos elegido ni contextos que hemos provocado, y sin embargo, son un baño de agua fría para despertar de nuestros lugares comunes, de nuestras supuestas certezas, de nuestras seguridades cotidianas y hasta de nuestras creencias, valores y juicios.

En ya varias ocasiones he dicho en mis escritos que la realidad siempre puede ser peor, que los problemas siempre pueden ser peores. Esta pandemia nos vuelve a recordar a los seres humanos que nada está garantizado, que todo puede cambiar de un momento a otro, que lo que tenemos se puede esfumar en segundos. Y así nos agarró la realidad, no otra realidad, no el destino, no el azar, la llana y cruda realidad.

Sin embargo nos toca interpretar la realidad, darle un sentido, reflexionar para hacer cambios. Los hechos de la vida son una oportunidad para hacer una pausa, para dar un paso atrás, y aprender, y finalmente para cambiar, para caminar diferente o elegir un camino distinto.

Habrá que ver los efectos de esta estrategia de reclusión, no las consecuencias  económicas, sino las emocionales. Ya habrá los estudiosos que nos lo digan. Por lo pronto, todos los días en los medios de comunicación nos enteramos de suicidios. En Veracruz tenemos los últimos dos meses con uno o dos suicidios diarios.

De acuerdo a datos del INEGI la tasa de suicidios en 2016 en Veracruz era de 2.5 por cada 100 mil habitantes, muy por debajo de la media nacional que era en ese año de 5.1 por cada cien mil personas, y siendo uno de los estados de la República con menor tasa de suicidio. Seguramente esa tasa será mayor al finalizar este año 2020.

Aquellas personas que llegan al suicidio quizá no encontraron otra salida, porque vieron un hoyo negro del que no pudieron ya salir. Y desde luego no esperamos ni deseamos eso para nadie. Esta es una asignatura pendiente para el Estado y para la sociedad, abrir líneas de ayuda para las personas que se encuentran en esa encrucijada, en ese abismo. En Veracruz, las instituciones públicas y sociales de salud mental todavía tienen pendiente programas y estrategias para apoyar a personas en estas situaciones extremas.

Encontrarnos juntos, escuchar el fandango, gritar en un partido en un estadio pletórico, bailar en pareja o en familia, nos esperan cuando salgamos de este encierro, gracias a nuestro sentido gregario que es casi una necesidad vital como comer o dormir.

Si bien es entendible como una estrategia sanitaria temporal, los seres humanos no necesitamos la sana distancia. Necesitamos cercanía, reunión y convivencia. Vivimos hoy en la esperanza de volvernos a reunir y juntar, como antídoto, medicina o vacuna. Necesitamos la sana cercanía.

También tal vez necesitemos, como Aumame, repetir una oración o un rezo para pasar, como si fuera un salvoconducto, a un mundo nuevo y mejor.