«Alejandro Corona fue mi maestro toda la vida y ha sido un pilar absoluto de mi carrera, le debo muchísimo más que enseñarme a tocar piano, ha habido mucho más que eso: el amor a la música, el sentido de entrega a esta carrera; es impresionante, contagia el gusto por hacer las cosas», me dijo Sandara Velásquez en esta última parte de la conversación, en la que habla de su íntima relación con la música.

Los pájaros blancos de las manos

ando descalza, por las calles soleadas de mi música
soltando pájaros blancos de mis manos
(Gilberta Anatonia Caron)

Di recitales todos los semestres del CIMI. A los siete años ya daba recitales, a partir de los quince o dieciséis, empecé a tocar obras más serias, más grandes. Mi primer concierto fue con la Orquesta Sinfónica de Xalapa cuando acababa de cumplir dieciséis años, toqué el Concierto en la mayor de Bach. Han pasado tantos años que ya no me pregunto cuántos recitales he dado, cuántas veces he tocado, cuándo fue el primero; eso es tan parte de mí que ya ni lo pienso. Generalmente, hago una cosa y ya estoy pensando en la siguiente, hago esa otra y ya estoy pensando en la siguiente, y no me detengo a pensar tanto en mi trayectoria pasada.
A veces doy clases de piano y de metodología de la investigación, pero de manera independiente, porque me he dado cuenta de que esta manera de trabajar, además de que me gusta mucho, me da tiempo para hacer mis proyectos, para pensar en los conciertos que vienen, para montar repertorio nuevo. Puedo tener muchos proyectos funcionando a la vez mientras doy clases, siento que no podría de otra manera, estoy acostumbrada disponer de mi tiempo.

La esencia

Me fascinan Ravel y Debussy, me encanta Beethoven, quizá sean los tres grandes que me encanta oír y que me encanta interpretar. No es lo mismo escuchar que tocar, pero con Ravel, Debussy y Beethoven, tocar y escuchar me encanta casi de la misma manera. Abrir la la partitura y descubrir lo que hay ahí me da un placer enorme, es indescriptible. Tocar para mí es… iba a decir ser alguien más, pero no, más bien creo que tocando soy la versión más profunda de mí misma, soy yo enteramente, esa es mi esencia absoluta, lo que no puedo ser cuando estoy afuera del escenario, donde soy pero no soy. Tocar me da algo que no me da nada más.
Hasta el día de hoy, disfruto la música que había en mi casa cuando era niña, es música que escucho mucho, que bailo —me encanta bailar—. Tengo dentro de mí toda la percusión, todo lo afrocubano, pero no lo toco. Hay una división un tanto curiosa: la manera de disfrutar y el tipo de placer que me da cada uno de esos dos mundos es muy diferente, pero ambos me encantan, por ejemplo, yo no podría vivir sin oír jazz —Bill Evans, Keith Jarrett y Oscar Peterson me encantan—, no podría, me fascina, me da algo, pero el adentrarme en mí misma cuando me siento en el piano, cuando leo la música clásica, más aún, cuando la interpreto, me da una paz que solo esa música me da. Lo demás no me da paz, me da otro tipo de placeres que me encantan, pero la música clásica es diferente. Mi maestro, Alejandro Corona, es súper jazzista, toca muchísimo jazz. Cuando yo estaba en la Facultad, el maestro daba un taller de jazz y me decía ven, Sandarita; pero no me daba suficiente curiosidad, el jazz lo escucho, me encanta, pero no lo toco.

La pasión

Cada vez que leo algo nuevo, me siento igual de fascinada que cuando tenía siete u ocho años. Cuando tengo una partitura que no conozco, primero me gusta leerla y descifrarla: miro la forma de la obra, dónde está el desarrollo, analizo un poco la armonía, cosas así para darme una idea de dónde estoy parada. Después empiezo a tocar y empieza el proceso de sacar la música —como decimos—: empezar a leer, a digitar —que es un proceso un poco complejo para mí porque tengo la mano pequeña; la digitación que está sugerida en la partitura, a veces no me funciona, entonces tengo que intentar varias maneras, hacer distintas dinámicas, hasta que salga la música. Es como armar primero un pequeño esqueleto e ir añadiendo capas y más capas hasta que empieza a gustarme la música, hasta que salga mi sonido, mi interpretación, mi carácter, mi emoción, lo que yo pueda darle a esa obra y lo que esa obra pueda darme a mí.
Una cosa es lo que está escrito en la partitura, pero, muchas veces, el intérprete lo puede cambiar; hay quien es muy fiel a la partitura —y aun así podemos poner en duda que sea completamente fiel a la partitura— y hay quien se da un poco más de libertad creativa y hace alguna dinámica diferente, en mi caso —y esto me pasa muy seguido— hago digitaciones diferentes porque tengo las manos muy pequeñas, entonces, a veces paso la voz de abajo para arriba, divido las voces entre las manos, y mi trabajo es que esos pequeños trucos que hago no se escuchen o se escuchen lo menos posible, si pones mucha atención, claro que se escuchan, pero soy lo más pulcra posible.

La otra conexión

En la Facultad tenía clase de composición y compuse algunas cosas, pero no tenía gusto en eso (risas), yo me pierdo en el proceso creativo de interpretar, de leer la música, de sentirla, de ver qué me provoca. Yo soy intérprete, no ejecutante — que es muy diferente—, tengo la interpretación adentro, y en la investigación musical he encontrado un manera de sacar ese proceso interpretativo y plasmarlo en papeles. También es muy interesante poder investigar sobre mi mundo —que es la música clásica—; poder entender los procesos desde ese ámbito, desde esa perspectiva, me parece muy interesante.

 

 

PRIMERA PARTE: La luz que iluminó mi ser
SEGUNDA PARTE: Encuentro de dos mundos

 

 

 

 

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