¿Cómo hace Ania Paz para que sus dedos, que se parecen tanto a los que están estructurados por falanges, falanginas y falangetas, devengan batutas y dirijan los destinos del sónico universo que construye y derrumba nota a nota, rumba a rumba?, ¿cómo hace para que esos dedos que se parecen a los de cualquier humano se transformen en baquetas e inunden de Caribe la música que parecía tan blanca?, ¿cómo hace para que los colmillos negros y blancos de su piano transmuten en cuero de mamut presto para oficiar los rituales percutivos de la negritud?, ¿cómo hace para construir fortalezas que resguarden los sonidos de sus mundos pero que estén abiertas para que puedan entrar nutrientes de todos lados?, ¿cómo hace para pasar de manera casi imperceptible de los muros cerrados del conservatorio a los barrios negros estadounidenses a las aguas caribeñas a las alturas andinas?, ¿cómo hace para sonar así?
El miércoles 23 de octubre, asistí a su clase maestra —la primera del Noveno Festival Internacional JazzUV— y descubrí que sus dedos, que parecen dedos, también son pies que zapatean en la tarima del cajón, y que la independencia —la de los miembros y la de la mente— es el motor de su ser. Cuando terminó, me acerqué a ella, me presenté y le dije que tenía una serie de dudas que me atormentaban y que solo ella las podía despejar.
A las cinco de la tarde, en el lobby del hotel le hablé de mis tribulaciones, encendí la grabadora y le dije: déjome que me cuentes, limeña.
Déjome que me cuentes, limeña
Mis padres son ingenieros civiles pero mi mamá tiene muy buen nivel de piano, toca música clásica y un poquito de música popular, estuvo a punto de graduarse del conservatorio pero dejó la música por la ingeniería. Desde chiquita, yo la veía tocar piano y eso me motivaba bastante. A mi papá también le encanta la música, entonces tenían una colección de discos de música clásica de todas las épocas, una colección especial en la que había desde la música más antigua, la Misa de Palestrina o cosas así que no se escuchan en una casa normal, hasta lo que en esa época era muy moderno como Stockhausen, música serialista; tenían de todo. Además de eso, nos abonábamos para ir a ver todos los conciertos de la orquesta sinfónica. También íbamos a muchos espectáculos de artes escénicas como teatro, danza contemporánea, ballet, y también a exposiciones. Teníamos contacto con todas las artes, pero, sobre todo, a mí llamaban muchísimo la atención las artes escénicas.
Desde muy pequeña quería estudiar música pero me cuentan mis padres que fue muy difícil, tenía tres años y ninguna profesora quería aceptarme a esa edad, ahora he tenido alumnitos hasta de dos años pero en mi época no era así. Mi mamá tampoco aceptó enseñarme, entonces mi papá empezó a darme clases, pero él no toca piano (risas); me enseñó lo mínimo: do, re, mi, y ya no sabía más (risas). Como mi mamá vio que estaba muy decidida, ya me empezó a dar clases y luego me aceptó una profesora. Después estuve en un nido musical —que es el equivalente al preescolar— que se llama Collegium Musicum, ahí hice un recital a los cuatro años.
Me gustaba mucho integrar las artes escénicas, en mi casa hacía pequeñas producciones en las que ponía teatro, danza, música, todo. También me gustaba componer. Creo que desde muy chiquita he tenido una personalidad creativa, por ejemplo, nos enseñaban juegos de mesa pero yo no los jugaba, inventaba mis propios juegos de mesa con mis reglas y todo (risas). Desde chiquita me gustaba hacer las cosas a mi manera, algo me motivaba y siempre buscaba un camino propio.
Tomé clases de piano con muchas profesoras particulares, sobretodo con Lucha Negri y Elsa Pulgar Vidal. A los seis años empecé a escribir pequeñas piezas instrumentales, las tengo porque mi mamá las guardó y me las dio. Aunque son muy infantiles, ahora, viendo para atrás me doy cuenta de que tenía esa inquietud, pero tú sabes que en el mundo de la música académica se separa el compositor del ejecutante —hoy en día porque en otra época no era así—, entonces, si bien yo mostraba señales de amor hacia la composición, mis maestros me estaban orientando para ser ejecutante.
También estudié en el Conservatorio Nacional de Música, que hoy en día es la Universidad de Música. Estudié piano de pequeña y a los doce años, arpa con Rodolfo Barbacci. Él también me enseñó todos los cursos teóricos que aprobé —solfeo, entrenamiento auditivo, teoría, etcétera—. Ahí compuse para arpa, pero pasó lo mismo, nadie me motivó a seguir componiendo ni recibí clases, y yo lo veía como algo esporádico.
Muchos años después, cuando estudié en Filadelfia conocí el jazz, una música en la que el músico es todo: ejecutante, intérprete, improvisador, compositor, arreglista. Me metí a hacer todo (risas) y empecé a componer, digamos, compulsivamente hasta el día de hoy. En el jazz encontré mi propia voz, mi propio lenguaje.
Aromas de mistura
A los dieciocho años, cuando terminé el colegio, me fui a Alemania a estudiar la licenciatura en música en la Hochschule für Musik Detmold. Estudié ejecución de piano y también educación musical, pero mi estudio estaba concentrado, sobre todo, en el piano. Mi profesor fue Günther Herzfeld, una persona que daba toda su sabiduría a todos, un hombre muy generoso.
En ese momento estaba estudiando música académica, lo cual ha sido muy bonito para mí porque he aprendido muchísimo a comprender la música, también me he nutrido mucho de esto para la composición porque los músicos clásicos son grandes compositores y, como te comentaba al principio, de chiquita iba a ver las orquestas, todo eso me ha ayudado mucho para arreglar, distinguir los timbres de los instrumentos, saber cómo usar cada instrumento, ha sido todo un aprendizaje. Me dediqué por más de veinte años a tocar conciertos de música clásica.
Eran los años ochenta y allá estaba muy de moda la salsa, yo había estado con esta formación tan conservadora en Perú y a pesar de que ahí hay mucha salsa, yo había escuchado muy poco, fue en Alemania donde empecé a escuchar mucha salsa en vivo, en ese momento pude escuchar muchas veces a Celia Cruz, a Tito Puente, a Rubén Blades, a Willie Colón, a Irakere. Me entusiasmé con las salsa y los ritmos caribeños y empecé a tratar de sacar los montunos en el piano, pero todavía no sabía bien lo que estaba haciendo.
Jazzmines en el pelo y rosas en la cara
Luego me fui a Estados Unidos a hacer una maestría en la University of the Arts de Filadelfia y ahí conocí un mundo inmenso de jazz, tú sabes que grandes jazzistas han salido de Filadelfia, como John Coltrane, McCoy Tyner, Kenny Barron, Michael Brecker, muchos. Aunque muchos terminan yéndose a Nueva York, en Filadelfia hay una gran escena de jazz y tuve la suerte de estudiar con dos maestros jazzistas, Trudy Pitts y John Blake, que además se convirtieron en mis amigos. También tomé clases con Mark Valenti. Tuve la suerte de que el director de la universidad, Marc Dicciani, me apoyó para que también estudiara jazz.
Ahí estuve rodeada de jazz por muchos lados, primero porque tenía un grupo de amigos con los que iba a todos los conciertos de jazz que había en la ciudad; segundo, por mi universidad, de ahí han salido músicos como Stanley Clarke y Ed Simon, a quien pude conocer muy de cerca, somos amigos con Ed Simon. Cuando me permitieron estudiar jazz, pude tocar y grabar. Me nutrí bastante del estilo y empecé a crecer dentro del jazz; lo que al principio me pareció que iba a ser un hobby —porque después de veinte años de hacer música clásica dije ya no voy a poder aprender—, se convirtió en una carrera gracias a la composición, eso me ha ido empujando, empujando a entender bien el jazz, o lo mejor que he podido (risas).
Tengo una licenciatura y dos maestrías: en Alemana hice licenciatura y maestría en piano y educación musical, y en Estados Unidos hice la maestría en ejecución de piano.
(CONTINÚA)
SEGUNDA PARTE:La flor de la candela
TERCERA PARTE. Noche que huele a jazzmín
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