Nada de lo que dijo Miguel Ángel Yunes Linares este jueves en el Congreso local fue nuevo. Repitió el mismo discurso que se sabe de memoria y los veracruzanos también, aunque matizado con otras palabras.

¿Hubo nota? No. Ésta vino después en la explanada del mismo Congreso cuando terminó su comparecencia.

Antes y por cuarenta y seis minutos, volvió a mostrar el mismo dibujo invisible: un Veracruz pujante, con inversión, empleo, salud, bienestar social, buenas escuelas y más seguridad.

Casi la mitad de su perorata fue para subrayar que recibió una entidad lo que le sigue a jodida, pero la está entregando bien guapa. La otra mitad la ocupó en echarse porras que le aplaudieron burócratas que ocuparon la casi totalidad de butacas del salón de sesiones.

Acaso lo más significativo fue el recargón que le dio a su inminente sucesor Cuitláhuac García. Tras señalar que desde que era gobernador electo persiguió a los que saquearon Veracruz y logró recuperar más de mil 200 millones de pesos, le envió este mensaje: “Sería terrible que en lugar de escrituras y bienes llegara con una oferta de amnistía para quienes saquearon a Veracruz. Estoy seguro que no será así”.

Lo más intenso fue el round verbal que sostuvo con la diputada Margarita Corro, quien le dijo que el repudio social en su contra es a causa de su falta de oficio y resultados. Yunes le reviró y la invitó a que lo acompañara a la calle Enríquez para que fuera testigo del cariño que le profesa la gente. Doña Margarita no se quedó con el golpe y le contestó que los veracruzanos le mostraron su repudio el 1 de julio.

De ahí en fuera nada digno de contar. La comparecencia fue tersa, tranquila y sin sobresaltos.

Pero a la salida dio la nota.

Cuando un reportero le preguntó qué hará en el futuro, Yunes contestó: “En lo personal siguen muchos retos. En primer lugar mantenerme sano, como lo estoy gracias a Dios hasta este momento. El reto es seguirme preparando, seguir trabajando y el reto es lograr que en 2024 Veracruz tenga un gobernador a la altura de su grandeza y de su potencia”.

Claro como el agua purificada. Yunes Linares dejará hoy su despacho de gobernador pero no deja del todo la gubernatura. La buscará en seis años para entronizar a su hijo Miguel Ángel.

Sabe que cuando la persistencia es mucha los sueños se materializan y para muestra él mismo que la buscó en 1998 y se la ganó Miguel Alemán, insistió en 2004 y se la ganó Fidel Herrera; volvió a la carga en 2010 y perdió ante Javier Duarte, pero en 2016 cumplió su anhelo.

¿Podrá verlo materializado otra vez? Quizá. Si Cuitláhuac gobierna peor que los tres últimos gobernadores; si el PAN acepta, impulsa y apoya la candidatura de su hijo; si otros panistas con la misma aspiración se cruzan de brazos; si el PRI sigue aplatanado; si no surgen otras opciones políticas; si no le fincan responsabilidades penales; si los veracruzanos olvidan que los engañó y si Dios quiere.

Yunes no quiere ver que la aventura será harto difícil. ¿Por qué? Porque no fue el buen gobernador que piensa y eso no le ayudará a Miguel junior; porque una, diez, cien, mil o diez mil personas que le tengan gratitud, no son “el agradecido pueblo veracruzano” sino apenas el 0.001 por ciento de los 5 millones 800 que existen en el padrón electoral. Y sobre todo, porque sembró enemigos poderosos y cosechará poderosos rencores que no querrán que su vástago alcance la gubernatura.

Seis años son muchos años y el tiempo también es incierto. Lo que sí es seguro y no tiene vuelta de hoja es que él, Miguel Ángel Yunes Linares se va hoy.

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