Con la toma de protesta del nuevo Congreso local, se inicia en Veracruz formalmente el cambio de gobierno. Quedan atrás dos años de tragedias, de más saqueos, de rezago social, de inseguridad, de despidos injustificados de burócratas en el gobierno estatal, de abusos de parte de quienes formaron parte de esta pandilla de delincuentes y de una situación social más crítica que la que vivimos con Javier Duarte, a quien los yunistas han superado por mucho. Se va quien nunca debió ocupar la gubernatura, el represor del chirinato, cuando demostró su vocación como tal, el corrupto que no ha dejado escapar la mínima oportunidad para corromperse, el traidor que gracias a esa deleznable práctica ha logrado escalar los espacios más importantes de la vida política nacional para conseguir cargos rentables política y económicamente, el enemigo no tanto de Fidel y de Javier sino de todos los veracruzanos a los que desprecia, como lo demostró estos dos años y que hoy odia por no haber elegido a su hijo como su sucesor. Se van para siempre porque los veracruzanos jamás los volverán a elegir en un cargo, tras esta amarga experiencia que enlutó miles de hogares, que dejó en la miseria a otros miles de paisanos, que humilló a través de sus improvisados y pedantes colaboradores, que engañó con infinidad de promesas que nunca cumplió, que usó el aparato oficial y los recursos de los veracruzanos (miles de millones de pesos) para imponer a un hijo que mostró ser peor que el padre… ¡Hasta nunca! Y es cierto, como dice el pueblo, que no debieran estar en una clínica siquiátrica, no, ¡deberían estar en la cárcel!