Alguna vez, cuando se le preguntó al Presidente Vicente Fox qué extrañaba más de la política, aseguró que andar en campaña. Y tenía razón. Un candidato como lo fue él y como lo ha sido Andrés Manuel López Obrador, no tiene que rendir cuentas a nadie, puede declarar lo que le venga en gana sin consecuencia alguna y no tiene porqué asumir responsabilidad de sus actos. Es más, entre más disparatado resulte, el aplauso del respetable es aún mayor.

Al presidente electo le pasa lo mismo. Ya investido como el próximo mandatario, no deja de recorrer el país en el mismo formato: llenar las plazas pequeñas con un discurso que sigue generando expectativas que él mismo se ha ido encargando de echar por tierra. Lo suyo, lo suyo, es andar en campaña.

Por eso es que antes de asumir la Presidencia, López Obrador ya se aseguró un lugar en la boleta electoral del 2021, bajo el pretexto de que cumplirá su compromiso de someter a la voluntad ciudadana la revocación de su mandato.

Esta figura jurídica –que ya existe en ocho estados de la república, entre los que se cuenta la Ciudad de México- representa un derecho político por medio del cual los ciudadanos que participaron en la elección de los funcionarios de gobierno pueden dar por terminado su mandato, ya sea por no cumplir con el programa de gobierno o por insatisfacción

Sin embargo, lo que en realidad se esconde tras una simulada consulta popular no es más que una estrategia política para acompañar a los candidatos de Morena y garantizar su permanencia en el poder.

López Obrador calcula que su arrastre social y su capital político le durará al menos la mitad de su sexenio; así, como sucedió en esta elección, resolvería el problema de que a los candidatos de Morena nadie los conoce; quién vota por el Presidente también votará por los candidatos del Presidente. De esa forma, no sólo mantendría el control de Congreso federal, sino también de las gubernaturas y congresos locales.

Y peor aún: empieza a cocinarse la hipótesis de que si la gente tiene la posibilidad de revocar el mandato del Presidente a la mitad del sexenio, pues también tendría el derecho de decidir que continúe por un periodo más. Las reformas para la reelección vendrían precisamente en medio de la euforia de haber ganado el referéndum a su mandato. La tentación del sufragio efectivo, sí reelección está cada vez más viva.

El jueves pasado, el grupo parlamentario de Morena en la Cámara de Diputados propuso que sea obligación de los ciudadanos votar en las consultas para remover al presidente de la República, que el proceso de revocación de mandato se haga a la mitad del sexenio y que proceda cuando lo determine la “mayoría absoluta” de los votos, pero sólo cuando concurra al menos el 40% de los electores.

¿Y qué pasa si pierde? El Presidente podrá impugnar el resultado de la respectiva consulta popular ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). La consulta sólo procederá si se solicita ante el Senado o la Cámara de Diputados, a petición del mismo presidente de la República o del 33% de los integrantes de cualquiera de las Cámaras del Congreso de la Unión. Es decir, si las cosas se salen de control, habrá manera de remediarlas.

Actualmente, nuestra Constitución plantea que el gobierno democrático se ejerce por y para la totalidad de los ciudadanos, la revocación de mandato restringe esta acción solamente a quienes participaron en la elección. Es decir, sólo quienes votaron por él podrían decidir que termine de manera anticipada su gobierno; será más fácil observar como emprende el vuelo el águila del paseo de Los Lagos.

Tal vez por ello, la Suprema Corte de Justicia de la Nación se ha manifestado en contra de la revocación de mandato, sobre todo cuando la democracia mexicana se encuentra en plena construcción… o retroceso.

De tal forma, López Obrador será un Presidente en campaña; sus acciones estarán dirigidas no a resolver los problemas del país sino a ganar la consulta popular sobre su mandato cuando llegue la elección federal de 2021. No será él quien decida su permanencia, sino la voluntad libre y democrática de la gente, aunque ello implique desterrar el principio histórico de la no reelección. Dirá entonces que la cuarta transformación no se logrará en un sexenio; que los grandes movimientos sociales del país necesitaron décadas para consolidarse.

Hemos visto a López Obrador en la boleta electoral durante los últimos 18 años; lo seguiremos viendo hasta que la cuarta república se devore a sí misma.

Las del estribo…

  1. Lo dicho. El proyecto de Miguel Ángel Yunes está lejos de extinguirse; está acostumbrado a perder batallas y levantarse. Este sábado, el ex candidato a la gubernatura apareció con la plana mayor del panismo, en la búsqueda de la dirigencia nacional. No será secretario general como se había especulado, pero su millón y medio de votos pesan mucho en el CEN. El bastión será respetado.
  2. A las deudas, la criminalización de personas desaparecidas y periodistas, la imposición de fiscales y magistrados, ahora se suma la “ley anti memes”, tan parecida a la reforma que Javier Duarte intentó imponer para castigar a quienes difundieran información que pusiera en riesgo la seguridad pública. Aquélla se echó para atrás; mientras eso sucede con la nueva, volvemos a ser el hazmerreir del país. ¿Porqué esforzarse tanto en ser lo mismo?