Hijo de tigre, pintito, dice el refrán, Santiago Gutiérrez Rebolloso es hijo de dos grandes tigres del son jarocho: Laura Rebolloso y Ramón Gutiérrez, aunque buscó su vocación en las ciencias agrícolas, la fuerza de la sangre fue superior y sucumbió al influjo de los cantos de las sirenas cuenqueñas. En una larga conversación, me platicó a detalle su exploración introspectiva y su conclusión: nació para la música y tras ella camina.

Hijo de tigres…

Nací el 10 de abril de 1999, soy el primer hijo de tres que tienen mis papás juntos y mi papá ya tuvo otra hija. Nací aquí en Xalapa, mi papá es del sur, de Tres Zapotes, y mi mamá es del DF, los dos son músicos de son jarocho. Cuando nací, mi mamá estudiaba Guitarra Clásica en la Facultad [de Música], pero llegué yo se cambió a Educación Musical. En ese tiempo los dos estaban en el grupo de Son de Madera y supongo que desde ahí, escuchándolos tocar y hacer música todo el tiempo, empezó mi desarrollo y mi gusto por la música. Mi mamá me cuenta que cuando que estaba en su panza ponía la música que tenía que estudiar para la Facultad, y mi papá tiene unas fotos en las que estoy en una cama jugando con un violín suyo.
Luego que fui creciendo y la música siempre estuvo ahí. Dos años después nació mi hermana Lucía y desde chiquitos siempre hemos sido súper unidos, todo el tiempo estábamos jugando y hacíamos todo juntos.
Siempre íbamos con mis papás a fiestas de sus amigos donde había músicos y muchos artistas y siempre tocaban, entonces, en la casa juntábamos todos los juguetes, poníamos la grabadora y jugábamos a que estaban en un fiesta.
Antes de dormir poníamos un disco y nos empezamos a quedar dormidos pero estábamos escuchando la música al mismo tiempo. Un amigo que se llama Alberto Robledo le regaló a mi mamá discos de Nina Simone y los poníamos mucho. En ese tiempo, unos amigos chicanos que se llaman Quetzal y Martha estaban haciendo proyectos con mis papás, Quetzal le regaló a mi mamá una carpeta con no sé cuántos pero muchísimos discos quemados de todo lo que él escuchaba y los fuimos descubriendo por secciones, me acuerdo que primero escuchamos a Peter Gabriel, a Paul Simmons, a Stevie Wonder, después encontramos uno de Aretha Franklin. Ya más grandes, de adolescentes, mi hermana y yo encontramos los de Los Beatles y beatlemaniamos por unos años, todavía me gustan pero en ese tiempo quería todo de Los Beatles.
La música siempre estuvo ahí pero mis papás nunca fueron insistentes en que me dedicara a eso, yo pensaba en mi futuro y sabía que siempre iba a haber instrumentos en mi casa y que iba a tocar, pero también quería hacer otras cosas. Dice mi mamá que armaba rompecabezas cuando estaba muy chiquito y la gente se impresionaba porque armaba unos que ni ellos podían armar, no sé por qué ahora ya no puedo (risas), pero en esa época eso era lo que me gustaba.

¿Cuál será…?

¿Cuál será, cuál será,
cuál será tu vocación?
¿Para qué, para qué,
para qué vives ahora?
¿Dónde está, dónde está
dónde está tu convicción?
La luz, la luz,
la luz tu camino añora.
(¿Cuál será?.
Laura Rebolloso)

Primero decía que quería hacer ingeniero y luego, arquitecto. Mi abuelo falleció cuando yo estaba muy chiquito, no me acuerdo de él pero mi mamá siempre me contaba que sabía muchos idiomas, que era ingeniero en sistemas o algo así y lo veía como algo a lo que yo aspiraba, saber muchas cosas. Mi abuela, la mamá de mi mamá, es arquitecta y eso me gustaba mucho, siempre que iba a las casas, mientras los niños estaban jugando y yo estaba viendo el diseño de la casa, el jardín, todo eso. Siempre que íbamos en el coche, en las calles iba diciendo qué casas me gustaban y cuáles no.
Siempre que en la escuela o los adultos me hablaban de concientización, me ponía a pensar y todo ese tema empezó a interesarme. Estaba chico, vivía con mis papás y hacía todo lo que ellos hacían, pero de repente empecé a cambiar hábitos por convicciones propias y me volví vegetariano, primero no me dejaban mis papás, luego me dejaron por un tiempo, me hicieron unos estudios de sangre, salí bien y ya me dejaron. Eso me llevó a interesarme por la agricultura, la ecotecnia y cosas así, y empecé a ir a talleres y a cursos, y a intentarlo, en casa tenía un huerto.
Cuando terminé la secundaria, mi mamá encontró una prepa agropecuaria en Coatepec, estaba como a hora y media de mi casa, que está rumbo a El Lencero, pero me interesó porque los egresados salían con una carrera técnica. Entré y me di cuenta de que en realidad a nadie le interesaba mucho eso, más bien iban porque era la prepa que estaba cerca de sus casas, pero yo me la pasaba yendo con los maestros para que me platicaran lo que hacían; iba con una maestra que me enseñó muchas cosas de herbolaria y a hacer jabones y cremas y un montón de cosas, luego fui con otra maestra que hacía conservas y sabía de industrialización artesanal de alimentos. Empecé a buscar algo para estudiar orientado a eso, quería dedicarme a la agroecología y encontré que hay una carrera que se llama Licenciatura en Agroecología y pensé estudiar eso.

Por dentro suena el tesoro

Por dentro suena el tesoro
de historia reconstruida.
(¿Cuál será?.
Laura Rebolloso)

Desde siempre, mi hermana y yo habíamos cantado, cuando yo estaba en segundo de primaria, Caterina Camastra y un ilustrador hicieron un libro que se llama Ariles y más ariles, viene con un disco, mi papá fue el que hizo la música, mi hermana y yo cantamos María Cirila y en una introducción hablada, yo grabé el cajón, esa fue nuestra primera experiencia en un estudio de grabación.
También siempre zapateamos pero nunca agarramos la jarana porque —como dice el dicho: en la casa del herrero, azadón de palo— en mi casa no había jaranas porque mi papá las vende todas, él tiene requintos, mandolinas, cuatros, un laúd, pero no tiene jarana (risas), entonces nunca hubo una jarana la mano.
Mis papás siempre estuvieron con la idea de no forzarnos a ser músicos, pero nosotros siempre estábamos queriendo, a veces conocíamos niñitos que tocaban y decíamos yo también quiero, al otro año de que grabamos con mi papá, entramos al CIMI, el Centro de Iniciación Musical Infantil de la UV. Mi hermana eligió el piano, yo, el chelo; a mi hermana le compraron un teclado, yo no tenía chelo pero me prestaban uno ahí.
En ese tiempo me gustaba mucho un músico que hace música barroca antigua, se llama Jordi Saval, tiene un disco con el Ensamble Continuo en el que hacen la música mexicana con música barroca, por eso quería tocar chelo, pero como en todas las escuelas de música clásica, no estaba tocando desde el principio, entonces era aburrido estar haciendo puras notas largas y cosas que no me hacían sentir que estaba haciendo música. Llevaba clases para leer música y para entrenamiento auditivo, pero ahora veo mis cuadernos y según me enseñaron un montón de cosas que en verdad no recuerdo haber entendido, no sé cómo las hacía.
Estuvimos tres semestres y no seguimos, no porque no quisiéramos sino porque mi mamá fue de artista invitada a la Universidad de Washington, en Seattle, y nos fuimos a vivir con ella por siete meses, entonces nos tuvimos que salir.
En Seattle, mi mamá daba clases en la Universidad pero también daba talleres cada sábado en un proyecto que se llama Seattle Fandango Project, ahí había jaranas que les prestaban a todos, empezamos a agarrarlas, y no es que ahora toquemos, pero ahí fue donde empezamos a tocar un poquito y a zapatear más, porque antes nada más zapateábamos los sones de niños y ahí ya tenía mis botines y me subía a bailar otros sones, porque como todos estaban aprendiendo, no me sentía tan nervioso como en un fandango de Tlacotalpan o de cualquier lugar de por ahí.
Estando allá, mi papá me regaló de cumpleaños una jarana, pero nada más la tuve como un año porque luego se la llevó según para arreglarla y nunca volvió (risas), y de ahí nunca he vuelto a tener, a veces, en los talleres de mi mamá he seguido tocando y de hecho es una de las cosas que ya quiero hacer en forma.

Caja de locura

Corazón,
caja de locura;
corazón, son,
de corazón, tu bravura,
de buena madera
tú tienes la hechura.
(Cajón.
Rafa Campos)

Como a los seis o siete años, en la casa apareció un cajón para niño y lo empecé a agarrar, pero al principio como que me daba igual. En ese tiempo mi mamá tenía una beca de composición e hizo canciones sobre la maternidad y sobre sus hijos —ya había nacido mi hermana Natalia—, compuso una que se llama Tres niños, que está en un compás compuesto y luego, una parte en 5/4.
En la escuela nos pedían que nuestros papás fueran al salón a dar una plática de lo que hacían, fueron papás dentistas, doctores y no me acuerdo qué más, y cuando me tocababa a mí, fueron mis papás, pero más que hablar tocaron y yo fui con el cajón y me acuerdo que tocamos esa canción, unos días antes me la enseñó mi mamá, obviamente yo no estaba pensando nada de los compases ni nada, pero la saqué y mi mamá estaba impresionada, ahí fue cuando me empezó a gustar un poco más, supongo que también por eso, porque mi mamá estaba feliz de que yo la tocara.
Teníamos como cuatro o cinco discos de Susana Baca, una cantante peruana, en su música hay muchos cajones y me acuerdo que intentaba seguir al cajón en el landó y en el festejo, a lo mejor no lo tocaba como es, pero intentaba seguirlo. También teníamos un disco del grupo chicano de Quetzal y había una pieza que tenía cajón, era un cajón con cuerdas, me gustaba mucho el sonido y siempre lo ponía, y hasta me aprendí a los remates y todo.
Luego mi papá fue de gira Estados Unidos con Son de Madera, estaban ahí Tereso [Vega], Juan Pérez, que es un bajista chicano, y creo que bailaba Rubí Oseguera. Como ya estaba un poco más grande, mi regalo de cumpleaños fue ir con ellos y como me estaba gustando tocar cajón, me dijo que tocara y estuve ensayando con ellos. Siempre he sido introvertido, entonces a veces me daba pena, no tanta porque todavía estaba chiquito y no dimensionaba, pero me daba nervios equivocarme, no tanto estar frente a la gente.
Fuimos a Luisiana, a Nueva Orleans, a varios lugares y tuvimos que tomar varios aviones, y en algún aeropuerto se perdió mi cajón, no me acuerdo cómo fue, creo que fuimos al baño y cuando salimos ya no estaba. Me puse súper triste, nos subimos al avión y todo el vuelo fui llorando, una señora que estaba junto a mí me daba las galletitas del avión, que están súper dulces, para consolarme, pero yo seguía llorando porque la gira no iba ni a la mitad. En un lugar al que fuimos, un señor me regaló un palo de lluvia y en cada concierto, mi papá pedía alguna percusión, pero yo tocaba el cajón —tampoco es que supiera mucho sacarle el sonido pero mi mamá me enseñaba los ritmos— y de repente me llevaron unos bongós y nada más le hacía al cuento.
Con esa experiencia creció mi gusto por tocar música, porque me gustaba mucho escuchar pero todavía no tocaba tanto, mi mamá dice que daba los talleres y a nosotros no nos interesaba, escuchábamos un ratito pero luego nos íbamos a jugar; después de esa gira, me lo empecé a tomar más en serio.

La oveja verde

El objetivo de la prepa en la que estaba era que los muchachos de Coatepec —que a lo mejor tienen familias con ranchos pero tal vez ni ellos ni sus familias tienen tantos conocimientos para aprovechar la tierra— salieran con una carrera técnica porque la mayoría ya no iban a seguir estudiando y era bueno que tuvieran oficios para poder trabajar o autoemplearse. El objetivo de uno de los semestres era que creáramos microempresas y mi equipo le puso Productos Gardenia a nuestra marca, hacíamos chiles en vinagre; como también estaba metido con la alimentación saludable y todo eso, hacía un montón de recetas y cosas que encontraba en Internet, sí encontraba muchos de ingredientes pero importados, eran de marcas gringas orgánicas y no sé qué, pero carísimas, entonces empecé a sustituirlos por cosas que se producen acá, como la macadamia, y empecé a ir a los cursos de un proyecto que se llamaba El trueque, era un proyecto que sostenían entre varios pero no había muchas personas participando en ese momento e invitaron a mi papá, como él siempre dice sí a todo, aceptó pero ni siquiera el tenía el tiempo ni nada, llevó sus discos, pero los discos ya no se venden mucho últimamente y a lo mejor se vendía uno, pero una vez que alguien compra un disco, ya no lo va a comprar otra vez.
Luego, mi abuela llevó toritos pero tampoco se movían mucho, yo hacía dulces con macadamia, dátil y lo que encontraba, busqué la manera de empacarlos y los empecé a llevar, y como al mismo tiempo estaba viendo esas cosas en la escuela, empecé a crear mi marca que se llama La oveja verde, ahorita está medio abandonada pero por un tiempo lo hice mucho y a empecé a buscar qué cosas podía hacer. Empecé a ir a mercados orgánicos a vender, compartía la mesa de ventas con otras personas, casi siempre con mujeres, que llevaban sus productos y como yo apenas tenía 16 años, creían que mis cosas las hacía mi mamá y yo la ayudaba a vender, y yo les decía no, es mi marca.
Siempre me ha gustado tratar de ser independiente, en cuanto cumplí 18 años me salí de mi casa —también fue por cuestiones práctica— y en ese tiempo vi que podía tener un ingreso propio pero también se volvió un poco estresante porque iba a la prepa y al mismo tiempo estaba viendo cómo hacer que funcionara mi negocio que empezó como juego pero ya después me lo tenía que tomar en serio e hice eso por un rato.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: En-canto
TERCERA PARTE: Cascabel de la esperanza



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