En un país donde escasean las oportunidades, es comprensible –que no justificable- que millones de personas apuesten a la mediocridad. En varias ocasiones, la última de ellas aquí en Xalapa, López Obrador ha prometido que, de ganar la elección, “se irán al carajo” los exámenes de admisión en las universidades públicas que actualmente “sólo sirven como pretexto para excluir a los jóvenes de su derecho a la educación”.

Pero el candidato de Morena no tiene el derecho de sustituir la cultura del esfuerzo por el subsidio perverso de la mediocridad. Si no quieres estudiar o trabajar, está bien, el gobierno te dará una beca para que tu única ocupación sea ir a armar mitotes donde se te pida. Si acaso tienes la disparatada idea de realizar estudios, tampoco tienes que esforzarte, porque tendrás educación gratuita y de mala calidad, no importa la calificación o el desempeño que se obtenga.

La Universidad Autónoma de la Ciudad de México –creada durante el gobierno de López Obrador-, resultó un verdadero y oneroso fracaso. Guillermo Sheridan lo describió así hace algunos años:

En los líos que vive actualmente la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), hay un perfecto ejemplo de esta paradoja a la mexicana. El problema era que se necesitaba “educación para todos” en el DF. El jefe de gobierno López Obrador resolvió el problema decretando esa universidad, le dio edificios y presupuesto y proclamó que “todos” pueden ingresar a ella (como todos son muchos, los lugares se rifan).

Diez años más tarde, y 5 mil 500 millones de pesos después (más los bienes inmuebles), en palabras de su entonces rectora, la Dra. Esther Orozco, la UACM es “un gran fraude” y “un desastre”. En una década, sólo lograron recibirse 47 de sus 12 mil alumnos. Un porcentaje elevado del resto se encuentra detenido en los primeros semestres o con muy pocos créditos; la universidad carece de normatividad y estructura, no hay reglamento interno, no hay rutas para tomar decisiones, no hay seguimiento académico para los jóvenes, no hay laboratorios, “hay carreras sin responsables y profesores de tiempo completo que trabajan en otras instituciones”.

Un instrumento de medición de efectividad que la UACM llama Coeficiente de Desempeño Académico (CDA) señala que el 52 por ciento de los inscritos entre 2001 y 2009, y activos hasta el 2011 (10,697 estudiantes), tiene un CDA menor a 2.5, en una escala del 0 al 10 y sólo el 15 % está por encima de 5.0

Pero, ¿qué ha pasado de abril de 2011 –fecha en que Letras Libres publicó el artículo- hacia los siguientes años? Pues que el enfermo entró en una etapa crónico-degenerativa. En una información publicada por algunos medios, así describen el modelo de una “universidad para todos”.

A casi 15 años de su creación, la UACM ha tenido pocos resultados. La institución ha otorgado un título de licenciatura sólo al 1 por ciento de sus egresados; se registran altos índices de ausentismo –según maestros y autoridades– y los alumnos consumen drogas y bebidas alcohólicas dentro de los campus. Hoy es la masa de activistas que empuja a Morena.

La deserción que registra la UACM es la más alta –y por mucho– de todas las universidades públicas del continente americano. Se compara a las que registran las de los países más pobres de África. Su sistema educativo es tan laxo que los alumnos pueden faltar libremente a sus clases, con tal de que al final del periodo se sometan a una «certificación», y es ahí precisamente donde se da el tronadero.

Desde su fundación el 26 de abril de 2001, la UACM le ha costado al contribuyente mexicano, $18 mil millones de pesos en números cerrados. Sólo en 2018 está ejerciendo $1 mil 200 millones de pesos.

Este presupuesto no tendría nada de extraordinario, comparado con el que ejerce la UNAM, el Politécnico Nacional, la UANL y otras universidades públicas del país, de no ser porque en 17 años que tiene de haber sido creada por López Obrador, la UACM registra un alumnado de 70 mil jóvenes, de los cuales, sólo se han titulado 820. Esto es, apenas el 1.36 por ciento. De tal forma, cada uno de esos títulos universitarios nos ha costado a los mexicanos algo así como diez millones de pesos.

A quienes pagamos impuestos, nos hubiera salido más barato enviarlos a todos al MIT, o a Harvard, o a Cambridge, y además de ahorrarnos una buena lana, tendríamos entre nosotros a gente preparada en las grandes ligas de la educación para ayudar a que México supere sus males.

Hoy ese fracaso lo quiere llevar a todo el país. Que las universidades públicas se conviertan en espacios abiertos a la mediocridad y a la violencia. Nada extraño en alguien que le llevó más de una década concluir una licenciatura.

Las del estribo…

  1. Hoy se ¿celebra? El Día de la Libertad de Expresión. Por fortuna, se acabaron las celebraciones faraónicas en las que sólo se reafirmaban los lazos perversos entre los dueños y directores de medios con el poder. Por desgracia, la fecha llega en un escenario de crisis por las deplorables condiciones de trabajo, la estigmatización y la excesiva politización de los contenidos. Pero no todo está perdido; esta crisis ha hecho florecer en Veracruz a una nueva generación de periodistas. Y eso sí debemos celebrarlo.
  2. Es de llamar la atención la gresca digital y mediática que se armó por saber quien tuvo más asistentes a los mítines organizados por Miguel Ángel Yunes Márquez y Andrés Manuel López Obrador con su recién estrenado bodoque. Y digo que llama la atención porque todos –líderes políticos, candidatos y cualquiera que tenga que ver con estos menesteres- saben que los mítines no votan. Mañana les platico de eso.