En verdad fue una gran sorpresa, una grata sorpresa para muchos de sus fanáticos en el mundo, que la Academia sueca hubiera decidido y dado a conocer este segundo jueves de octubre que el Premio Nobel de este año se otorgó al músico folklorista y rocanrolero Bob Dylan, “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”.

Para quienes nos tocó vivir la época del 68 en México, Bob Dylan representa al artista que le dio nombre y voz a nuestras dudas y a nuestras congojas, intelectuales y amorosas. Éramos adolescentes ansiosos que no sabíamos explicar cómo nos sentíamos y él nos dijo que éramos como piedras que ruedan pendiente abajo; y cuando nos hacíamos preguntas que no tenían solución, él nos reveló que las respuestas estaban flotando en el viento.

Dylan fue también el que influyó para que John Lennon y Paul McCartney -las otras dos grandes referencias de nuestra generación- modificaran el sentido de las letras de sus canciones y buscaran nuevos contenidos, a un lado de las lamentaciones románticas de sus primeros discos.

Bueno, Bob Dylan ganó el Premio Nobel, y fue sorpresivo este galardón porque es la primera vez desde 1901, en que se empezó a otorgar anualmente (con excepción de 1940, 1941, 1942 y 1943, en que no se dio por los avatares de la Segunda Guerra Mundial) que lo recibe un músico y no un escritor.

Se dio el caso en la historia de que recibieron el Premio dos personajes que no eran literatos: el filósofo Bertrand Russell, “en reconocimiento de sus escritos variados y significativos, en los que defiende los ideales humanitarios y la libertad de pensamiento”, y el político Winston Churchill, “por su dominio de las descripciones biográficas e históricas así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos exaltados”.

Dylan es el noveno estadounidense nativo que recibe la distinción. La lista de sus copartícipes es excepcional: Sinclair Lewis, Eugene O’Neill, Pearl S. Buck, T. S. Elliot, William Faulkner, Ernst Hemingway, John Steinbeck y Toni Morrison.

Bueno, hay que aclarar que T. S. Elliot, que nació en San Luis Misuri,  recibió el Nobel teniendo ya la nacionalidad británica; a contrapelo, el canadiense Saúl Bellow y el ruso Isaac Bashevis Singer fueron galardonados siendo ciudadanos norteamericanos.

Bob Dylan ha recibido el Nobel sobre todo por las influyentes letras de sus canciones. En el terreno estrictamente literario, su bibliografía se circunscribe a dos libros.

El primero es de poemas, Tarántula, escrito entre 1965 y 1966 pero publicado hasta 1970, que no fue muy bien recibido por la crítica. Es una serie de poemas surrealistas, de difícil interpretación, realmente crípticos, con muchas referencias a letras y personajes de sus canciones, muy a tono con la corriente psicodélica que imperaba en la época de su creación.

El segundo, Crónicas, Volumen 1, contiene una recuperación autobiográfica de sus primeros años como cantautor, pero al mismo tiempo es una recopilación fastuosa sobre el desarrollo de la música popular en los años 60, hecha por uno de sus principales protagonistas, si no el que más.

Los fans de Dylan han seguido esperando con los años el segundo volumen, que es la hora en que no aparece y ojalá que el Nobel agilice su publicación.

Y nos quedamos con él:

¿Cuántas veces un hombre debe alzar la vista

antes de que pueda ver el cielo?

¿Cuántos oídos debe tener un hombre

antes de que pueda escuchar a la gente llorar?

¿Cuántas muertes tendrán que pasar hasta que él sepa

que mucha gente ha muerto?

La respuesta, mi amigo, está flotando en el viento,

la respuesta está flotando en el viento.

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