—Maestro, ¿usted siempre ha sido leal?

Le hice la pregunta a quemarropa y me funcionó la táctica, porque logré sacarlo de su ensoñación. Es que el Gurú de repente se mete en sus pensamientos… y lo perdemos. En ocasiones, su mente brillante se adentra en los recovecos de la ciencia política, discierne las ideologías erróneas, destroza los intereses grupales mayores y menores, piensa y piensa. En esos momentos, que pueden convertirse en horas, no contesta a nada mundano, y menos atiende la conversación de quien esté a su lado.

Por eso se me ocurrió hacerle una pregunta sorpresiva, y por esa vez logré regresarlo a la tierra:

—¿Leal? Sí, siempre he sido leal —me contestó sin pensarlo nada, seguro de su afirmación, aunque no se quedó ahí:

—Bueno, siempre he respondido positivamente a quien se ha portado bien conmigo. Y perdóname si mi afirmación parece soberbia, pero es que he tenido mucho cuidado de responder con toda justicia a quienes se han relacionado conmigo, en la vida, en el trabajo y en los sentimientos… porque la lealtad es y debe ser universal.

La verdad es que me dio gusto mi pequeña victoria contra su abstracción y por eso no solté el tema para que no se me fuera a extraviar otra vez su poderoso intelecto.

—Yo le preguntaba a usted en específico por la lealtad profesional. La que le deben los subordinados a su jefe, los comandados al dirigente, los sumisos a su líder…

—Y la lealtad que quien manda le debe a sus empleados y colaboradores. Ve esto que es importante, la lealtad es un ¿elemento?, ¿compromiso?, ¿actitud de vida?, que va en dos sentidos: de abajo hacia arriba pero también a la viceversa. El poderoso lo es más si cultiva la lealtad hacia quienes están por debajo de él en el escalafón de la política, de la vida pública, del organigrama y de los puestos.

—¿El jefe tiene que ser leal? Bueno, no es mala idea, lo reconozco, pero pocas veces lo acepta quien está por encima de los demás —dije por decir.

—Sí, es una conditio sine qua non. La lealtad del poderoso se manifiesta en una conducta justa hacia quienes le deben obediencia, en el cumplimiento fiel de su palabra, en el ejercicio de la verdad plena ante sus subordinados. Un jefe desleal es, además de aborrecido, un jefe irrespetado, desobedecido. Por tanto, es un pésimo conductor y nadie le sigue…

El pensador se calló un momento, pensé que había caído nuevamente presa de sus pensamientos, pero volvió a nuestra plática y me dijo a modo de conclusión:

—Entiendo que estás acostumbrado a que la lealtad sea una exigencia de los de arriba hacia abajo (y cuando digo “arriba” y “abajo” no hago un juicio de valor entre uno y los otros, me refiero solamente a una situación profesional). Cuántos jefes en el mundo no se dirigen a sus supeditados con exhortaciones en las que campea la exigencia de la lealtad. Pero en verdad que el mundo sería un poco mejor, o cuando menos más justo, si los que por una razón u otra mandan, entendieran el compromiso enorme que tienen ellos mismos, y comprendieran que -escucha bien- engañar, mentir… ser desleales, solamente les resta respeto, fuerza moral, reconocimiento, que son los únicos elementos válidos del poder verdadero… lo otro, son fruslerías.

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