Se puede oír hasta el vuelo de un colibrí, el suspiro de una mujer que espera al amado que nunca llega, la congoja de una madre por el hijo descarriado, la preocupación de quienes no han llegado al final de la quincena con algo de dinero en los bolsillos.

Si la aguzada lectora y el distraído lector le ponen interés al viento, podrán escuchar también ciertos grititos del placer y la felicidad, la expresada satisfacción de un padre por un logro de su hija escritora, un trozo de sinfonía tocado por la Orquesta de Xalapa, el sonido de un mensaje que llega del ser amado.

El silencio se puede tocar prácticamente. Está instalado entre nosotros y es bienhechor, tranquilizante, inmejorable.

Me refiero al silencio electoral: los días pasaron y se acabaron esos dos meses de la inquina, de los rencores, de los señalamientos y filtraciones; del enfrentamiento sin cuartel, sin ambages, sin límites.

Jueves2, viernes 3 y sábado 4 son de los ciudadanos: para que recuperen la tranquilidad; para que vuelvan a sentir que la vida cotidiana les pertenece y no les ha sido escamoteada por los spots, los espectaculares, las ruedas y conferencias de prensa, los mítines, las brigadas, los perifoneos, los dípticos, los trípticos, los cuadrípticos, los flyers.

Días para que los electores reflexionen en santa paz y decidan su voto por el que consideran será el mejor (cosas de nuestra democracia incipiente: también puede ser que voten por el más guapo, por el que es amigo del amigo, por el que está más cerca de nuestros rencores, por el que no era porque se equivocaron al tachar la boleta, tan complicada con tantos nombres repetidos y partidos).

Pero hoy podemos disfrutar el berrido de un bebé, los ladridos de un perro, el escape abierto de los camiones urbanos, el claxon de los taxis, los gritos entre conductores… y todo eso nos parecerá mejor que el ruido electoral, que nos secuestró la atención y los oídos durante los interminables 60 días que duraron las campañas.

Atienda usted: acaba de pasar un helicóptero surcando el cielo, los árboles silban al paso del viento, un trueno feroz nos causa cierta congoja, un cuete advenedizo nos despierta de la ensoñación.

Hoy todo se puede oír, menos el sonido y la furia de los candidatos y sus campañas, para fortuna de nuestra ansiedad generalizada.

Estos tres son los días del ciudadano, los que no nos cuestan, los que podemos disfrutar a placer porque el silencio es la mayor de las fortalezas del ser humano. A partir de él surgen la reflexión, la idea, el análisis; de él advienen las ocurrencias geniales, las joyas de la inspiración, los placeres de la mente; también se advierten las congojas del cuerpo, los ruidos de nuestro organismo y nuestra propia respiración, que nos dicen que seguimos vivos.

No sé qué harán en estos días los candidatos, sus equipos, los dirigentes y funcionarios de los partidos, los militantes varios, pero sí estarán callados para el público, dejarán de lado sus discursos, sus declaraciones, sus acusaciones; obviarán sus promesas, sus invitaciones, sus incitaciones…

Y eso no saben cómo se agradece.

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