En los cuatro versos iniciales del poema Deseos, Carlos Pellicer retrata el pleno de su obra:

Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.

Aunque se ubica al poeta tabasqueño en el grupo de los Contemporáneos, su exuberancia selvática y su luminosidad polícroma contrastan con la tendencia introspectiva y de indagación filosófica de los poetas del Grupo sin grupo. En su ensayo Carlos Pellicer, poeta, Hernán Bravo Varela observa:

«Nada más opuesto a Pellicer que la ‹inteligencia, soledad en llamas› de José Gorostiza, cultivada en la revelación poética estrictamente necesaria y, en consecuencia, tendiente a la sequía ‹del poema frustrado›. Nada más distante del oído telúrico de Pellicer que la ‹voz [que] quema dura› las armoniosas, elegantes e incombustibles páginas en prosa o verso de Xavier Villaurrutia. Nadie más temeroso que Pellicer del daimon aristócrata que poseyó a Salvador Novo, exorcizado a medias con cinismo, autoescarnio y escatología, y que se jactaba de haber prendido ‹fuego a mi corazón/ y las vocales y las consonantes›, antes de arder por ‹un segundo su penacho›. Nadie más escéptico que Pellicer del credo de Jorge Cuesta, cuyos favores y penitencias desembocaron en la autoinmolación del ensayista: ‹Embriagarse en la magia y en el juego/ de la áurea llama, y consumirse luego.› La lumbre aislada de Gorostiza, el hielo quemante de Villaurrutia, el ardor y la causticidad de Novo, la pira funeraria de Cuesta… A todos ellos Pellicer opuso sus fuegos de artificio ‹con llama que consume y no da pena›. En vez del monólogo de la palabra a solas, el espectáculo público y privado de un lenguaje que, incluso frente al desamor, la cárcel o la muerte, se basa en la pirotecnia del Verbo, su Anunciación y Enunciación, su Epifanía. En vez de la ‹nocturnidad› característica de Contemporáneos –inconsciente opositora de un Siglo mexicano de las Luces–, una solaridad apacible: mediodía, Estrella de la Mañana; cuando menos, una crepuscularidad impetuosa: noche ártica, Estrella de Belén.»

Por su parte, el poeta declaró en una carta: «Sí: yo soy un tradicionalista, pero no estático sino dinámico. Ahora están de moda el ‹cerebralismo› y los semiversos con cara de hambre. Yo soy lo contrario: la sensualidad, el ritmo y la riqueza»

Muchos y muy sesudos análisis de su obra han sido publicados, no intentaré siquiera ahondar más, esta colaboración es solamente recordatoria del trigésimo noveno aniversario de su muerte, acaecida el 16 de enero de 1977 (el martes pasado se cumplieron 39 años) y más que con las tímidas palabras que yo pueda proferir, prefiero recordarlo con la fuerza vital de los versos que nos dejó en comodato con la única condición que los esparzamos por el mundo para que todos los oídos que toquen, se llenen de sol.

Deseos

Trópico, ¿para qué me diste
las manos llenas de color?
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar el clima del corazón,
beber la penumbra de una casa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
abandonarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¿Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color?

Sembrador

El sembrador sembró la aurora;
su brazo abarcaba el mar.
En su mirada las montañas
podían entrar.

La tierra pautada de surcos
oía los granos caer.
De aquel ritmo sencillo y profundo
melódicamente los árboles pusieron su danza a mecer.

Sembrador silencioso:
el sol ha crecido por tus mágicas manos.
El campo ha escogido otro tono
y el cielo ha volado más alto.

Sembraba la tierra.
Su paso era bello: ni corto ni largo.
En sus ojos cabían los montes
y todo el paisaje en sus brazos.

Discurso por las flores

A Joaquín Romero

Entre todas las flores, señoras y señores,
es el lirio morado la que más me alucina.
Andando una mañana solo por Palestina,
algo de mi conciencia con morados colores
tomó forma de flor y careció de espinas.

El aire con un pétalo tocaba las colinas
que inaugura la piedra de los alrededores.

Ser flor es ser un poco de colores con brisa.
Sueño de cada flor la mañana revisa
con los dedos mojados y los pómulos duros
de ponerse en la cara la humedad de tos muros,

El reino vegetal es un país lejano
aun cuando nosotros creámoslo a la mano.
Difícil es llegar a esbeltas latitudes;
mejor que doña Brújula, los jóvenes laúdes.
Las palabras con ritmo —camino del poema—
se adhieren a la intacta sospecha de una yema.
Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.
Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un hermano.
Hace poco, en Tabasco, la gran ceiba de Atasta
me entregó cinco rumbos de su existencia. Izó
las más altas banderas que en su memoria vasta
el viento de los siglos inútilmente ajó.

Estar árbol a veces, es quedarse mirando
(sin dejar de crecer) el agua humanidad
y llenarse de pájaros para poder, cantando,
reflejar en las ondas quietud y soledad.

Ser flor es ser un poco de colores con brisa;
la vida de una flor cabe en una sonrisa.
Las orquídeas penumbras mueren de una mirada
mal puesta de los hombres que no saben ver nada.
En los nidos de orquídeas la noche pone un huevo
y al otro día nace color de color nuevo.
La orquídea es una flor de origen submarino.
Una vez a unos hongos, allá por Tepoztlán,
los hallé recordando la historia y el destino
de esas flores que anidan tan distantes del mar.

Cuando el nopal florece hay un ligero aumento
de luz. Por fuerza hidráulica el nopal multiplica
su imagen. Y entre espinas con que se da tormento,
momento colibrí a la flor califica.

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
el gusto por la muerte y el amor a las flores.
Antes de que nosotros «habláramos castilla»
hubo un día del mes consagrado a la muerte;
había extraña guerra que llamaron florida
y en sangre los altares chorreaban buena suerte.

También el calendario registra un día flor.
Día Xóchitl, Xochipilli se desnudó al amor
de las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas
tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores
frescas a cada hora. En su máscara brilla
la sonrisa profunda de todos los amores.

(Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces
a esas jóvenes indias en que Diego Rivera
halló a través de siglos los eternos enlaces
de un pueblo en pie que siembra la misma primavera).

A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido.
Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.
(Cuando estas cosas digo mi corazón se ahonda
en mi lecho de piedra de agua clara y redonda).

Si está herido de rosas un jardín, los gorriones
le romperán con vidrio sonoros corazones
de gorriones de vidrio, y el rosal más herido
deshojará una rosa allá por los rincones,
donde los nomeolvides en silencio han sufrido.

Nada nos hiere tanto como hallar una flor
sepultada en las páginas de un libro. La lectura
calla; y en nuestros ojos, lo triste del amor
humedece la flor de una antigua ternura.

(Como ustedes han visto, señoras y señores,
hay tristeza también en esto de las flores).

Claro que en el clarísimo jardín de abril y mayo
todo se ve de frente y nada de soslayo.
Es uno tan jardín entonces que la tierra
mueve gozosamente la negrura que encierra,
y el alma vegetal que hay en la vida humana
crea el cielo y las nubes que inventan la mañana.

Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre.
Todo el Valle de México de colores se cubre
y hay en su poesía de otoñal primavera
un largo sentimiento de esperanza que espera.
Siempre por esos días salgo al campo. (Yo siempre
salgo al campo). La lluvia y el hombre como siempre
hacen temblar el campo. Ese último jardín,
en el valle de octubre, tiene un profundo fin.

Yo quisiera decirle otra frase a la orquídea;
esa frase sería una frase lapídea;
mas tengo ya las manos tan silvestres que en vano
saldrían las palabras perfectas de mi mano.

Que la última flor de esta prosa con flores
séala un pensamiento. (De pensar lo que siento
al sentir lo que piensan las flores, los colores
de la cara poética los desvanece el viento
que oculta en jacarandas las palabras mejores).

Quiero que nadie sepa que estoy enamorado.
De esto entienden y escuchan solamente las flores.
A decir me acompañe cualquier lirio morado:
señoras y señores, aquí hemos terminado.

 

Grupos de palomas

A la Sra. Lupe Medina de Ortega

1
Los grupos de palomas,
notas, claves, silencios, alteraciones,
modifican el ritmo de la loma.
La que se sabe tornasol afina
las ruedas luminosas de su cuello
con mirar hacia atrás a su vecina.
Le da al sol la mirada
y escurre en una sola pincelada
plan de vuelos a nubes campesinas.

2
La gris es una joven extranjera
cuyas ropas de viaje
dan aire de sorpresas al paisaje
sin compradoras y sin primaveras.

3
Hay una casi negra
que bebe astillas de agua en una piedra.
Después se pule el pico,
mira sus uñas, ve las de las otras,
abre un ala y la cierra, tira un brinco
y se para debajo de las rosas.
El fotógrafo dice:
para el jueves, señora.
Un palomo amontona sus erres cabeceadas,
y ella busca alfileres
en el suelo que brilla por nada.
Los grupos de palomas
-notas, claves, silencios, alteraciones-
modifican lugares de la loma.

4
La inevitablemente blanca
sabe su perfección. Bebe en la fuente
y se bebe a sí misma y se adelgaza
cual un poco de brisa en una lente
que recoge el paisaje.
Es una simpleza
cerca del agua. Inclina la cabeza
con tal dulzura,
que la escritura desfallece
en una serie de sílabas maduras.

5
Corre un automóvil y las palomas vuelan.
En la aritmética del vuelo,
los «ochos» árabes desdóblanse
y la suma es impar. Se mueve el cielo
y la casa se vuelve redonda.
Un viraje profundo.
Regresan las palomas.
notas. claves. Silencios. Alteraciones.
El lápiz se descubre; se inclinan las lomas
y por 20 centavos se cantan las canciones.

Tú eres más mis ojos porque ves…

Tú eres más mis ojos porque ves
lo que en mis ojos llevo de tu vida.
Y así camino ciego de mí mismo
iluminado por mis ojos que arden
con el fuego de ti.

Tú eres más que mi oído porque escuchas
lo que en mi oído llevo de tu voz.
Y así camino sordo de mí mismo
lleno de las ternuras de tu acento.
¡La sola voz de ti!

Tú eres más que mi olfato porque hueles
lo que mi olfato lleva de tu olor.
Y así voy ignorando el propio aroma,
emanando tus ámbitos perfumes,
pronto huerto de ti.

Tú eres más que mi lengua porque gustas
lo que en mi lengua llevo de ti sólo,
y así voy insensible a mis sabores
saboreando el deleite de los tuyos,
sólo sabor de ti.

Tú eres más que mi tacto porque en mí
tu caricia acaricias y desbordas.
Y así toco en mi cuerpo la delicia
de tus manos quemadas por las mías.

Yo solamente soy el vivo espejo
de tus sentidos. La fidelidad
en la garganta del volcán.

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