No sólo en el país sino en buena parte del mundo, los partidos políticos sufren un notable deterioro moral, una falta de eficacia y se han convertido en simples administradores de los intereses de los poderes económicos, del capital corporativo.

Lejos ha quedado el mundo de las ideas, pues los partidos son por lo común bolsones neutros o anodinos, que rara vez representan los intereses de la ciudadanía.

Surge entonces la pregunta: ¿realmente se necesitan partidos políticos para elegir a los gobernantes y para hacer funcionar los procesos democráticos? Veamos lo que sucede en México en vísperas de las elecciones de 2015.

En el país existen dos mecanismos para elegir representantes sin partidos políticos. El primero es el derecho que tienen los pueblos originarios o indígenas para elegir de manera directa a sus autoridades a escala comunitaria y municipal. Esta vía ha sido formalmente promulgada, por ejemplo, en el estado de Oaxaca, y se utiliza en 80 por ciento de los 570 municipios. Prerrogativas similares existen en Tlaxcala.

El segundo es muy reciente. Por vez primera en la historia electoral del país, y gracias a una reforma constitucional concretada en 2012, en México son ya válidas las candidaturas independientes, es decir, candidatos a todos los niveles sin pertenencia a un partido político.

Para las elecciones de 2015, 122 ciudadanos solicitaron en diciembre del año pasado ser avalados como candidatos independientes por la autoridad electoral. De estos, el INE aprobó 52, entre los cuales 17 aspiran a ser gobernadores.

Ambas rutas, resquicios ganados al monopolio de los políticos (partidocracia), son de enorme interés porque conforman ventanas para una democracia directa y participativa. Ambos mecanismos deberían difundirse y multiplicarse, y convertirse en el objetivo central de las demandas de los movimientos sociales y de las propuestas emancipadoras.