Si a uno le gusta mucho la lectura y solo tiene un libro, tras leerlo, tiene dos opciones; maldecir y autocompadecerse, o releerlo. Don Juan Hernández Ramírez optó por esta segunda; terminó la primaria y, como la secundaria más cercana estaba a cinco horas de camino y le era imposible acudir a ella, volvió a cursar, completa, la primaria. Después, el destino y su tesón lo llevaron a ser maestro, director, inspector y Jefe de Zonas de Supervisión. La adversidad y el dolor lo condujeron a su otra vocación, la poesía, oficio que ha ejercido desde 1992 y que le ha permitido obtener varios premios literarios y publicar seis libros. Esta es la historia de Juan, el de las palabras de los pájaros
La semilla de los sueños
Tixinachtli
ipan temiktli xikijpili
Somos semilla
en la alforja de sueños
(Juan Henández Ramírez)
Mi nombre es Juan Hernández Ramírez, nací en el poblado Colatlán, municipio de Ixhuatlán de Madero, el 6 mayo 1951, mis padres son Susana Ramírez Hernández y Cresenciano Hernández Hernández.
Estudié la primaria en la escuela Carlos A. Carrillo, que era internado en aquel entonces, cursé hasta el sexto grado y, como éramos gente de muy escasos recursos económicos, no tenía yo ni siquiera la esperanza de ir a otra escuela porque la secundaria más cercana estaba a cinco horas de camino y era muy difícil porque hubiera tenido la necesidad de ir a vivir a Chicontepec, que era el pueblo más cercano que tenía una secundaria, entonces, lo único que pude hacer fue repetir la primaria. Con los amigos jugábamos competencias para ver quién sacaba las mejores calificaciones y éramos un grupo con las mejores calificaciones, sí, pero sin ninguna esperanza de salir a ninguna parte. Repetí la primaria y mi papá me empezó a llevar a trabajar en la agricultura, a ayudar ajeno; me gustaba la agricultura porque en el internado aprendimos muchísimas cosas pero al ir a trabajar me picaban las hormigas, las ortigas, hacía mucho calor y no le veía yo ningún futuro a trabajar ajeno, definitivamente no me gustó.
Maseualtlamachtijketl (Maestro indígena)
Uajkapayotl tlali momaj
tlen ipan tlikuasejlotl motlapanki
inik tlatlauis tlatlayouatok pamitl
tlen axkanaj kikomej kitlauiliaj.
Tus manos son del barro
primigenio que se astilló en chispas
para alumbrar el surco obscuro
que no alumbran los cocuyos.
(Juan Hernández Ramírez)
En 1964 nace el Sistema Nacional de Promotores Culturales Bilingües, una dependencia del Departamento de Educación
Indígena de la Secretaría de Educación, y se implementó un programa educativo para las zonas indígenas con el objetivo de castellanizar a los niños de preescolar; nosotros no teníamos ningún contacto pero yo creo en la suerte y llamaron a uno de mis primos, Moisés Hernández Hernández, él también había terminado la primaria y también andaba trabajando ajeno. Lo llamaron para hacer un curso de capacitación de no sé cuántos meses, eso fue en 1964 y ahí inició su carrera. En 1966 que terminé otra vez la primaria le dije:
-Oye pariente, si me puedes ayudar, ayúdame, yo también quiero trabajar, quiero irme de aquí
-Te voy a recomendar con Angélica Castro de la Fuente
Era una psicóloga que reclutaba jóvenes indígenas, me presentó y me llevaron a un curso que se hizo en Tenango de las Flores, Puebla, de enero a marzo de 1967 y, a partir del 1 marzo, me mandaron a trabajar a una zona de Hidalgo. Iba a con las instrucciones de castellanizar, nos pagaron los pasajes y después nos lo descontaron, nos dieron un catrecito de campaña, una cobija, una cámara fotográfica y nos trasladaron hasta Chicontepec y de ahí nos fuimos caminando cinco horas hasta Huautla, Hidalgo, de ahí bajamos otra vez a Atlapexco y esa fue la zona escolar en la que me tocó a mí, de ahí me mandaron a una comunidad que se llama Tecolotitla pero en esa comunidad no hablaban náhuatl. Estuve ahí como dos meses hasta que un día, sin avisarme, me pasó a traer el inspector escolar de aquel entonces, Ezequiel Vicente del Ángel, y me dijo:
-Aquí no cabes porque no hablan la lengua náhuatl, entonces te vamos a llevar a la zona escolar de Yahualica (Hidalgo)
Y de ahí me mandó a una comunidad que se llama Tepetitla, ahí toda la gente hablaba náhuatl, creo que nadie entendía español y me dieron niños en edad preescolar. Estuve dos años ahí, los chamaquitos aprendían fácilmente (a estas alturas creo que hicimos mal en enseñarles castellano). Aprendía su variante del náhuatl, no es el mismo que se habla en Colatlán aunque se entiende perfectamente, no había problema pero me parecía que el náhuatl de Tepetitla era más puro.
Estando ahí entré a estudiar en Chicontepec al Centro Oral número 29, dependiente del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, y cada 15 días tenía que ir de Tepetitla hasta Chicontepec, eran 15 horas de camino; dejábamos trabajado el día viernes, salíamos a la una de la tarde y llegábamos casi amaneciendo, estudiábamos todo el día sábado y el domingo nada más dejábamos desayunado y nos íbamos de regreso. Éramos un grupo de jóvenes, en aquel entonces tenía yo 16 o 17 años, éramos potrillos sin embargo nos cansábamos después de 15 horas de caminar. Llegamos a hacer 12 o 13 horas pero era una caminada muy dura. A veces nos tocaba dormir del otro lado del río Garcés porque no podíamos pasar, teníamos que esperar horas y cuando bajaba nos pasaban los de la comunidad o pasábamos nadando pero es un río muy ancho.
Después mi pariente, Moisés Hernández Hernández, se fue de supervisor a Chicontepec; le hablé y le dije:
-Oye, yo quiero acercarme para acá
-Como no, hombre, te traigo
En 1970 ya estaba trabajando en el municipio de Chicontepec, me mandaron a una comunidad que se llama Poxtetitla y ahí, otra vez, atendí niños de preescolar; poco después me pasaron a Buena Vista Cuatecometl (también en Chicontepec) y ahí empecé a atender primaria, después pasé a Alahualtitla y a Achupil como maestro de primaria y después, poco a poco, fui siendo director, inspector y después Jefe de Zonas de Supervisión, así se le llamaba a la categoría que controla un determinado número de zonas escolares (actualmente es Jefe de Sector), en aquel entonces tenía yo como 12 zonas escolares a mi cargo.
Xochimej tikinmoyaua… (Esparce flores…)
¿Kanij tiitstokej?
¿Ajkia tojuantij?
¿Kanij tiouij?
¿Tlen elis tokoneuaj?
¿Tlen intlajtol toueyitatauaj tijmakatokej tlen ipatij?
¿Tijmatij ajkia tojuantij inik tijmatisej kanji tiouij?
¿Dónde estamos?
¿Quiénes somos?
¿Hacia dónde vamos?
¿Qué será de nuestros hijos?
¿Hemos dado valor a la palabra de los abuelos?
¿Sabemos quiénes somos para saber a dónde vamos?
(Juan Hernández Ramírez)
En 1978 o 79, por ahí, llegaron unos jóvenes inquietos, también promotores bilingües, que habían ido a hacer una licenciatura en etnolingüística; dos llegaron a Chicontepec, Juan de la Cruz Hernández y Joel Hernández Martínez (o Martínez Hernández, no recuerdo). Cuando llegaron hicimos un equipo de trabajo, de la Jefatura de Sector dependían la Supervisión Escolar, el Centro de Integración Social, un internado que estaba en Alseseca, los Albergues Escolares, las Brigadas de Mejoramiento Indígena y las Procuradurías de Asuntos Indígenas; mandé a llamar a los representantes o directores de esas áreas y les dije:
-Vamos hacer un equipo de trabajo, vamos a recorrer toda la región, zona por zona, vamos hacer reuniones con las sociedades de padres de familia y con los agentes municipales para indicarles cuál es el papel que tiene la Jefatura de Zonas de Supervisión y las responsabilidades que tiene cada una de las instancias que están bajo el cargo de esta dirección.
Todos, muy entusiasmados, estuvieron de acuerdo e hicimos recorridos zona por zona. El Procurador de Asuntos Indígenas tenía un proyecto para capacitar a las autoridades, les decía:
-En este lugar las tierras son ejidales, en este son condueñazgos, en este son propiedades, estas son las categorías de las tierra que tienen. El Centro de integración Social tiene la obligación de recibir a todos los niños indígenas para que vengan a estudiar y sean atendidos en la cuestión de hospedaje y alimentación; las Brigadas de Desarrollo de Mejoramiento Indígena tienen la obligación de trabajar con mujeres y hombres adultos para mejorar la calidad de la alimentación con hortalizas, apicultura y piscicultura.
Los etnolingüistas decían:
-Tenemos que empezar a sembrar productos nuestros; hortalizas nuestras, árboles que sean de nuestra región, endulzar nuestras bebidas con piloncillo y evitar la Coca-Cola
Yo les decía:
-Los maestros tienen que entrar el día lunes a las nueve de la mañana a más tardar y tienen que salir el viernes, a más tardar, a la una de la tarde; tienen que llevar planes de trabajo, para eso se nombra la Sociedad de Padres de Familia, no es nada más para que le traigan el agua al maestro para que se bañe y a la leña para que haga su comida, o para que sirva de mandadero para llevar recados a otra comunidad, no, la Sociedad de Padres de Familia tiene que estar atenta a los planes y programas de trabajo del maestro. El maestro también puede enfermarse, es humano, y cuando se enferme ustedes atiéndanlo, denle permiso de que se ausente porque tiene que curarse, también el maestro tiene derecho a tres permisos de tres días cada uno durante el año, dénselo. El maestro tiene estos servicios pero también tiene estas obligaciones.
En ese proyecto también hicimos que las escuelas primarias rescataran la música tradicional porque las bandas y los tríos de sones huastecos se estaban perdiendo. Las lenguas indígenas de allá son el náhuatl, el tepehua, el huasteco o tének y le dijimos a todos los maestros que los alumnos primero aprendieran en su lengua y después en castellano. Francamente era mucho el tiempo que el maestro invertía para trabajar en la danza, la música, los etnocultivos. Hacíamos concursos regionales donde el maestro y la comunidad se esmeraban para presentar las mejores danzas, los mejores poemas escritos por niños indígenas y teníamos competencias de volibol, de basquetbol, de fútbol, en fin, hacíamos toda una semana de cultura y deportes y veíamos que había unos resultados excelentes.
(CONTINUARÁ)
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