Mientras el alcalde Américo Zúñiga Martínez va a inaugurar negocios en plazas comerciales de las orillas de la ciudad, como el que acaba de abrir la exalcaldesa de Tlapacoyan, Nayeli Jarillo Núñez, los negocios del centro histórico sufren los embates de un tumulto de obras municipales acometidas sin considerar los daños y perjuicios al tránsito cotidiano y al comercio, y de manifestaciones multitudinarias sospechosamente financiadas desde diversas oficinas públicas con objetivos siniestros y perversos.
Nadie en su sano juicio podría poner en duda la necesidad histórica de la capital veracruzana para mejorar su vialidad y para sustituir la obsoleta red de agua potable que permite la fuga de más del 30 por ciento del líquido con que se abastece a sus habitantes, de no ser porque la premura por tener listo todo antes de los Juegos Centroamericanos y del Caribe ha abierto todos los frentes posibles bloqueando la circulación y la convivencia cotidiana, y colocando a muchos empresarios ante la disyuntiva de aguantar con el riesgo de una quiebra total o cerrar sus negocios para rescatar al menos la sobrevivencia de sus muy mermadas fortunas.
Frente a un flujo inusitado de recursos públicos a favor de la capital, posible ante el desinterés por invertirlos en municipios tradicionalmente beneficiados pero que ahora están en manos de la oposición, como el caso de Boca del Río, el centro histórico ha visto cómo sus calles son abiertas por el yugo de la maquinaria pesada y mantenida por semanas inacabables en estado de enfermedad antes de ser puestas de nuevo en uso.
Ese fragor reconstructivo, que la ciudad demanda hace varios sexenios, ha provocado una onda expansiva de estrés citadino mucho mayor al que ya se vivía, la pérdida de incontables horas-trabajo, el gasto excesivo de combustibles y la cancelación del centro histórico como polo comercial y de diversión, con la consecuente quiebra de los pequeños y medianos negocios, a muchos de los cuales ha sido imposible acudir por semanas y meses pues parecieran colocados en el centro de un intenso bombardeo.
El reciente regreso a clases ha puesto en jaque a los automovilistas y tanto ellos como los que viajan en transporte público prefieren ya evitar esas molestias si no hay una necesidad imperiosa de acudir al primer cuadro.
Para colmo, desde las propias oficinas gubernamentales se han promovido (o, por desatención de los problemas sociales, provocado) manifestaciones grandes y pequeñas que bloquean la circulación y convierten en la peor pesadilla lo que debería ser el mayor disfrute para propios y extraños: el apropiamiento del centro de la ciudad como un eje de esparcimiento, disfrute y convivencia.
Y han sido tan evidentes los movimientos que, previo al grito del 15 de septiembre, la Plaza Lerdo fue objeto de invasión por parte de hordas sin sentido que colmaron la paciencia del más tibetano de los pobladores o visitantes con la exposición de extrañas querellas, como la de pedir juicio político contra un gobernador cuya gestión concluyó ¡hace 15 años!, Patricio Chirinos, por parte de los nudistas del Movimiento de los 400 Pueblos, o la de exigir el cumplimiento de nadie sabe qué demandas enarboladas por el deleznable Partido Cardenista y su dirigente Antonio Luna Andrade, ferviente del culto a la personalidad, o de los atrabiliarios seguidores de Antorcha Campesina.
Y todo ello para impedir que el centro histórico fuera tomado por legítimos luchadores sociales a los que no se les atiende o se les desoye, todo ello maquinado desde la Secretaría de Gobierno, donde manda Érick Lagos Hernández, famoso por manejar sin disimulo al PRD y a las organizaciones paraestatales.
El resultado: no solo xalapeños y visitantes en verdaderos ataques de histeria sino negocios pequeños y medianos, desde restaurantes, taquerías y centros de diversión hasta boutiques, ópticas, zapaterías, que han debido disminuir su plantilla laboral o, en el peor de los casos, cerrar por la falta de clientela y de seguridad. Ayer, sin ir muy lejos, comentábamos en este espacio el crecimiento experimentado en agosto de los delitos patrimoniales, particularmente el robo tanto a personas como a negocios con lujo de violencia, señalado en el reporte del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
La Sopa, el símbolo del daño
El restaurant La Sopa, en el Callejón del Diamante, no llegó a cumplir tres décadas. En los últimos 26 años se constituyó en un foro cultural ciudadano, indiscutible y memorable, donde se fraguaron proyectos culturales y artísticos, y se trabaron amistades que habrían de unir no solo a los creativos locales sino a estos con los del resto del país y el mundo, por lo que siempre estuvo en las guías no solo turísticas sino de los circuitos culturales.
Creado originalmente para brindar alimentos baratos y de calidad a los miles de estudiantes que tomaban la ciudad, bajo la dirección del chef Pepe Ochoa y del fotógrafo Miguel Fematt La Sopa rápidamente se convirtió en una bujía del quehacer cultural. Bajo sus antiquísimas techumbres de bóveda de crucería, que sirvieron como caballerizas hace siglos, se promovieron artistas plásticos noveles, se mezclaron la literatura, la música y la danza, y fue centro para la convivencia de quienes convertían a la ciudad en un escenario único.
Que el sábado 20 de septiembre, silenciosamente haya dado por terminada su propia leyenda, es algo que quienes conocemos su valor no estamos dispuestos a que se apague. Desaparecidos casi todos los centros en que es posible dialogar, compartir experiencias y risas, inventar o construir amores, furtivos o duraderos, conocer en plano de igualdad y camaradería lo mismo a luminarias del cine nacional y artistas de todo el mundo que a teatreros, pintores, músicos, fotógrafos y literatos, La Sopa era la única luz que acaba de extinguirse.
Por eso, de inmediato, cientos de cofrades nos hemos unido a la iniciativa lanzada en Facebook, Apoyo a La Sopa. Siendo siempre una iniciativa ciudadana, los de a pie debemos corresponder materialmente para que este oasis democrático y fascinante vuelva a abrir sus puertas, pese a todas las vicisitudes que hayan servido como causa de su cierre que, esperamos, deje de ser definitivo.
Y ojalá la ciudad deje de comerse a sus hijos pródigos, como está a punto de hacerlo también con otro sitio cercano, La Tentación, ubicado en el centro de la batalla constructiva que postra a los vecinos de la calle de Hidalgo. Como en Baja California Sur, el gobierno estatal y el ayuntamiento debieran disponer de un fondo a favor de los damnificados de su lentísima maquinaria inversora. De otra manera, la Jarocha no prospera.
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