Torrentera

Había llegado ya tarde del viaje, se arremangó las mangas de su camisa, se inclinó y observó sus botines empolvados, el trayecto de la carretera al pueblo era bastante polvoso, estaba convencido de que valía la pena a sus 82 años encontrarse  con aquella mujer joven que rondaba  las 28 primaveras. Desde que cruzó palabra con ella se había sentido entusiasmado, le tenía en su pensamiento permanentemente, era la oportunidad, pensaba, que le brindaba la vida, se sentía lleno de energía, de fuerza, de rejuvenecimiento interior, la vida y el pasar de los años, le habían ido endureciendo el alma, él que se había visto como un anciano, decrépito ya, rejuvenecía como con un hechizo de magia que le convertía en un hombre apasionado, con ilusión en la vida. Su corazón se sentía inspirado hacia aquella mujer, que laboraba en la clínica del pueblo; la enfermera, conocida de todos, regordeta, morena, de piel brillante por el intenso calor que de siempre azotaba a la región, un calor que calentaba la tierra hasta resecarla y deshidrataba los cuerpos que se iban secando. Pero ella no, ella estaba llena de vida, su obscura piel sobresalía con la cofia y el uniforme blanco, la gente acudía con ella para que le atendiera, sobre todo las mujeres del pueblo, depositaban su confianza en Pola, había un trato casi íntimo con ellas que requerían de la enfermera del pueblo, a ella recurrían también  la gente de los lugares aledaños.

De pronto Gelasio había sido embargado por una pasión, que como enfermedad  se le había metido en lo más profundo de su ser, y era como la fuerza de un volcán que le impulsa por las mañanas, muy temprano, a realizar con ánimo gustoso sus tareas de labranza en el campo, daba indicaciones a los peones, rejuvenecido como estaba, era como un potro que al  percibir y oler a la hembra, se trastorna. Su inquietante actitud le provocaba la inspiración de todo y para todo.

Así, el pueblo de Torrentera y las congregaciones vecinas, conocieron de este amor, siendo que de pronto, a intervención de otra compañera enfermera, se había acordado la fecha para la boda.

Una tarde de verano, de sol intenso, un camión cañero, con medio tramo con redilas, cruzaba levantando una tolvanera a lo largo del poblado, la gente expectante, veía avanzar esa nube de polvo que poca visibilidad dejaba, provocando la inquietud curiosa de los congregados en una esquina, miraban la escena. Cuando de pronto, el camión rabón, giró hacia una de las calles para dirigirse a la casa en donde sería la recepción, y, al haber disminuido la velocidad, los pobladores, pudieron observar el espectáculo sorprendente, ante la iluminación del intenso y radiante sol, la opacidad de los corpúsculos que provocaban las moléculas del fino polvo, desvelaban ahí, sostenidos, ella con su mano izquierda y él con su mano derecha de las redilas del camión, empolvados, la pareja miraban lo que lograban mirar, a la gente que también intentaba verlos. Asidos de las manos, la  diestra de ella y siniestra él, entrelazadas se apretaban fuertemente, para asegurarse que no caerían por los bruscos movimientos del transporte. Él sintió la mirada de envidia de sus contemporáneos, sonreía ante su rejuvenecida figura vestido todo de blanco  se admiraba de la brillantez morena de la piel de ella, que sudorosa intentaba desplegarse el velo de la cara que con el viento la envolvía. Rodeados de algarabía descendieron por una escalera de madera que se colocó para mejor comodidad de los recién contrayentes, el festejo esperaba ya, prolongándose éste hasta la tarde noche. Gelasio, agotado por las actividades campiranas de la semana y por la emoción que le embargaba, empezó a dormitar, ladeándosele la cabeza de cuando en cuando, y el pequeño sombrero blanco propio para la ocasión, parecía que de pronto caería de su testa. Una mujer que se encontraba sentada a su lado, le empujaba del hombro discreta y suavemente, intentando enderezarle. El cansancio de ese día, le había llegado más pronto de lo esperado.

Pola parloteaba con otras mujeres al fondo de la casona de la recepción, en un espacio que hacia las veces de cocina, construido a base de tablas. Con los brazos entrelazados y con gestos de sorpresa y preocupación, las señoras observaban como Pola, inquieta les confesaba, que ella en ese momento, partiría hacia otro destino, ya que nunca había querido a Gelasio, sino que era condescendiente con él en sus manifestaciones de amor, porque lo veía como una oportunidad de mejorar su condición económica y heredar las tierras sembradas de caña que a él pertenecían, pero que no estaba dispuesta a pasar una noche de boda con él. Sollozando de pronto, se abalanzó hacia la calle, en donde se escuchaba en el silencio de la noche, el ruido de un motor, y al grito de; Pola no te vayas, las mujeres quedaron estupefactas, llevándose las manos a la boca.

Gelasio, entre cabezazo y cabezazo, adormilado, con los ojos entrecerrados, miraba sin mirar a la gente que aún quedaba, que hablaban en voz alta animados por el aguardiente curado con frutas que otorgaban un sabor incitante a cada sorbo.

¿Quién le dice? Preguntaban las mujeres en voz baja. De pronto una de ellas miro al joven médico de la clínica que ahí se encontraba, y con profunda preocupación le pidieron él fuera el conducto de tan infausta noticia. El médico, un tanto dudoso, pidió a las señoras le acompañaran al asiento en donde se encontraba Gelasio embargado por Morfeo que le dominaba casi en su totalidad, el médico mirándole unos segundos, decidió sacudirle de los hombros, y ante el silencio expectante de los ahí presentes, le dijo: don Gelasio, ha vuelto usted a la libertad. Gelasio que no entendía bien a bien que sucedía, se puso de pie y dijo con voz pasmosa: me voy a dormir, esto esta tardando demasiado.

Al otro día por la mañana, acompañado de dos testigos, Gelasio se encaminaba hacia el juez para que diera fe de lo acontecido. En el camino, encontró al médico y Gelasio, en tono compungido le dijo: usted como autoridad y jefe inmediato de Pola la enfermera, quiero que haga constar en un documento que ella ha marchado la noche de la boda,  y le comento que regresaré la cama matrimonial y el ventilador que había yo adquirido para esa noche, los cuales adquirí en pagos para que ella se sintiera cómoda, pero al haber sucedido este hecho los devolveré, porque yo estoy acostumbrado a dormir en mi catre.

Sintácticas

De un priista al abandonar a su partido:

Me despido de momento, a lo mejor regreso.

En una charla preguntan a un militante del PRI:

¿Se cambiaron de partido?

No, para nada, cambiamos de candidato. Seguimos siendo priistas.

Del pensador Rahdez:

Eres creativo, activo.. supera tus propios límites y los que te impongan.

De la filosofa Albita:

Tu sexo, autentica locura que acaricia mi voluntad y acaba por tenerla.

Del poemario de San Emilio:

Estrellas que se escapan hacia tu rostro con tu mirada tierna y placentera.

Albita: Que Manera de Quererte: