El otro día leí en la red social ‘X’ acerca de una persona que ingería más de 100 suplementos al día como parte de su plan para ser longeva. Un doctor mencionó que retiró a uno de sus pacientes de un régimen de más de 200 de ellos, porque padecía una serie de enfermedades crónicas. Con el advenimiento de la pandemia por COVID-19 en 2020 y la crisis sanitaria que vivimos, entre otros factores, las personas consumen más suplementos que nunca.
Si bien estos parecen ser casos aislados, no cabe duda de que estamos ante una gran epidemia de suplementos, consecuencia de una búsqueda desmedida y hasta obsesiva de elíxires. Los números lo dicen todo: en 1994, existían alrededor de 4,000 productos en el subsector de suplementos alimenticios. Para 2016, esa cantidad rondaba los 80,000, de acuerdo con datos proporcionados por el medio de comunicación The Atlantic. Miles de productos que en un inicio se enfocaron en la suplementación alimenticia hoy en día buscan abarcar todos los aspectos del bienestar. O sea, existe un suplemento para prácticamente todas las áreas de nuestra vida.
¿Por qué el drástico incremento? En parte porque en su momento se aprobó una ley que exime a los fabricantes de estos productos de declarar riesgos y efectos adversos, así como de tener que comprobar a través de ensayos clínicos aleatorios los beneficios que prometen. Esto se combinó con mayores niveles de conciencia sobre la salud por parte de la población, una cultura de consumo, crecimiento económico, influencia de los medios de comunicación, surgimiento de ‘fitfluencers’, entre otros. La industria del bienestar es enorme: tiene un valor de 5.6 trillones de dólares, es 3.4 más grande que la industria farmacéutica y crece más rápido que el PIB global, según datos del Instituto Global del Bienestar.
El problema no es solo que la inmensa mayoría de estos productos no funciona; en muchos casos también representan un peligro para la salud. Un sinfín de revisiones sistemáticas de estudios, metaanálisis y ensayos clínicos aleatorios (el estándar de oro en ciencia) así lo demuestran. Y dado que los suplementos se han infiltrado en todos los ámbitos de nuestras vidas más allá de la alimentación, es necesario que reflexionemos sobre cómo todo esto nos afecta, qué dio pie a ello y cómo podemos optar por alternativas que realmente mejoren nuestro bienestar individual y colectivo.
Para fines de este texto, es importante que comparta mi definición de suplemento: cualquier producto, servicio o experiencia que representa, en teoría, una alternativa más conveniente para obtener beneficios relacionados con nuestro bienestar. Como lo dice su nombre, el objetivo es suplir. Los motivos pueden ser diversos, pero lo importante es que rara vez cumplen esa función.
Si bien muchos de ellos se promueven como herramientas de prevención y como una alternativa más saludable y eficiente, la realidad es que siguen siendo parte de un enfoque superficial y cortoplacista que busca aliviar los síntomas de nuestros males, no su origen; ofrecen soluciones simplistas a problemas complejos.
El Instituto Global del Bienestar define a este como “la búsqueda activa de acciones, elecciones y estilos de vida que contribuyen a un estado holístico de salud”. Dicho bienestar tiene 6 dimensiones básicas:
- Física
- Mental
- Emocional
- Espiritual
- Social
- Ambiental
La industria del bienestar se compone de 11 sectores principales a través de los cuales se ofrecen productos, servicios y experiencias que buscan ‘nutrir’ a cada una de estas 6 dimensiones. Entonces, ¿qué está pasando? ¿Por qué después de décadas y trillones invertidos los diversos índices de bienestar global indican que este ha decrecido? Tal vez la búsqueda activa está en el lugar incorrecto, a través de las acciones inadecuadas. A lo mejor, nuestro estilo de vida está basado en las premisas incorrectas.
Todo consumo obedece a factores funcionales, emocionales, sociales y culturales, y más cuando de bienestar se trata. El actual hiperconsumo dentro de este sector no surgió de la nada y cambiarlo requiere que entendamos los orígenes del problema y la cultura que lo sustenta, para entonces plantear algunas posibles soluciones. El objetivo debe ser emprender una búsqueda activa más consciente, que nos permita tomar mejores decisiones, para así construir un estilo de vida que de verdad derive en bienestar.
Obsesionados con los ‘hacks’ y las ‘soluciones inmediatas’
Vivimos en una época donde hacer más y de forma más eficiente es un deber moral. El ritmo de vida actual nos ha vuelto impacientes y, literal, tenemos muchas cosas al alcance de un solo clic. Los últimos ‘hacks’ y trucos se nos revelan como una fórmula mágica para ahorrar tiempo y esfuerzo, solo para emplear más tiempo y esfuerzo en algo más.
Siempre hemos buscado, como sociedad, hacer más con menos. Eso es algo bueno en muchos contextos. El problema radica en querer lograr dicha eficiencia sacrificando elementos clave de un proceso, lo cual a largo plazo resultará contraproducente. Por ejemplo, ¿de qué sirve un shot de cafeína por la mañana después de no haber dormido lo suficiente? Sin duda tendremos atención y energía en el corto plazo, pero sacrificamos memoria y atención para actividades subsecuentes. Como dice el experto en bienestar Brad Stulberg: “No existen atajos cuando de bienestar se trata; debemos ser consistentes en cuanto a los fundamentos y valorar los procesos más que los resultados efímeros.”
Los ‘hacks’, trucos, atajos, etc. pueden ser útiles en actividades mundanas de nuestro día a día, aquellas tareas que son tediosas y repetitivas y que realmente no tienen un valor significativo para nuestro bienestar. Estos pueden ser útiles si eliminan acciones innecesarias y nos permiten, de hecho, enfocarnos en lo que sí es relevante. Normalmente, esto sucede al revés.
La conveniencia por encima de los rituales
Hace algunos años escuché a un empresario de Silicon Valley decir que, si él pudiera, inventaría una píldora que nos proporcionara toda la energía y todos los nutrientes que nuestro cuerpo necesita diariamente; eso le permitiría no perder tiempo comiendo. Esa declaración me sorprendió porque comer es uno de los rituales más antiguos de la humanidad y también uno de los más emblemáticos.
Aunque no seamos conscientes de ello, los rituales jugaron y juegan un papel fundamental en todas las culturas del mundo: conectar a sus sociedades e infundir valor a sus actividades. Cuando sacrificamos dichos rituales en pro de ganar tiempo y conveniencia, estamos dejando de lado uno de los aspectos que más humanos nos hace. Los suplementos, por su naturaleza, tienden a romper con nuestros rituales, porque buscan acortar los procesos, en ocasiones omitiendo pasos clave.
Optar por suplementos que nos alejen de estos rituales nos puede, nuevamente, aportar algún beneficio inmediato, pero a mediano y largo plazo nos deshumaniza y, por lo tanto, nos aleja del estado de bienestar. Los rituales son valiosos e insustituibles porque su realización nos aporta tanto beneficios funcionales como espirituales; nos conectan con otros y con nosotros mismos. Los rituales son algo muy personal y están ligados fuertemente a nuestra identidad y comunidad. Por tal motivo debemos tratar de que estos estén estrechamente relacionados con cada una de las 6 dimensiones del bienestar mencionadas anteriormente.
Alejados de los fundamentos
Maslow jamás diseñó una pirámide de necesidades; eso fue obra de un consultor de negocios hace algunas décadas, con la finalidad de vender un programa de mentoría. Hoy en día, gracias a las ciencias de la conducta, sabemos que es posible perseguir fines sociales y culturales, por citar un ejemplo, antes de buscar satisfacer necesidades más básicas, como la seguridad y la alimentación.
Actualmente, como sociedad, perseguimos muchos fines a costa de nuestra salud y de elementos que son fundamentales para nuestro bienestar. Y, para contrarrestar los efectos negativos de esa persecución, buscamos, sí, suplementos. Pero de poco sirve decorar la casa con los muebles más hermosos y los artefactos más novedosos si los cimientos son inadecuados. No sólo nos hemos olvidado de los fundamentos sino que los menospreciamos y, en ocasiones, incluso los vemos como un estorbo.
No hay nada que pueda suplir cuestiones fundamentales como dormir y comer bien e interactuar cara a cara con amigos y familiares, por citar algunos ejemplos. Un licuado de proteína que se prepara en 5 minutos y un chat grupal en línea jamás podrán competir contra una cena (saludable) con familia/amigos y una buena plática (en persona) con alguien cercano a nosotros. Lo artificial jamás será tan beneficioso como lo natural, aunque a veces no nos parezca una obviedad. Los suplementos pueden ser oportunos y valiosos de vez en cuando, pero se convierten en algo problemático cuando los convertimos en algo rutinario. En todo caso, debemos ver a estos productos como un aditivo, un extra y/o una ayuda, y sólo eso.
El impacto de la tecnología
Las herramientas de vanguardia han permitido 2 cosas: producir más y poner esa producción más a nuestro alcance. Cada día tenemos mejores productos y, gracias a las economías de escala, a mejores precios. La logística moderna permite que las cosas lleguen, literalmente, hasta la puerta de nuestra casa. Esto, por supuesto, puede ser algo muy positivo y ha mejorado la calidad de vida de millones de personas. Sin embargo, también ha dado pie, entre otras cosas, a nuestra actual cultura consumista. Gracias a la tecnología existen millones de productos en los sectores de alimentos y bebidas, medicamentos, suplementos, etc. Para darse una idea, existen alrededor de 750,000 productos en la industria de alimentos y bebidas. ¿Eso ha mejorado nuestra nutrición y salud? Por supuesto que no.
Describir a fondo el impacto de la tecnología es prácticamente imposible para los fines de este texto, pero sin duda, cuando de bienestar se trata podemos decir que la tecnología ha perjudicado más que beneficiado a los 4 grandes: el sueño, la alimentación, la actividad física y la conexión social. Y esa misma tecnología, por otro lado, promete desarrollar los productos más novedosos que ayuden a aliviar los males que esta misma provocó en primer lugar. Paradójico, sí.
Por último, con el advenimiento de Internet, los ciudadanos estamos expuestos a un sinfín de canales de comunicación. Esto ha generado un torrente de información (¿desinformación?) sin precedentes que ha dejado a todos confundidos, por no decir desinformados. Hoy en día para todo hay ‘un nuevo estudio’ y una celebridad tiene más influencia en temas de salud que un médico y/o científico. Sin duda hay más acceso a la información, pero eso no se ha traducido en mayor sabiduría. Las redes sociales sí son para vender. Si no, pregúntenle a los miles de influencers de la salud que se han vuelto millonarios de la noche a la mañana.
Crecer a cualquier precio
La política económica en nuestro país ha favorecido a la industria del bienestar. El objetivo es claro: crecimiento económico a costa de todo. Esto, aunado a la laxa regulación de los productos y servicios dentro de esta ha provocado una inundación sin precedentes. Por otro lado, las estrategias desleales y engañosas de marketing han generado desinformación y han influenciado negativamente a los consumidores, sin consecuencia alguna para quienes las emplean.
Los mercadólogos tenemos algo claro: “un analgésico vende más que un vitamínico.” Es decir, las soluciones a corto plazo, las ‘curativas’, por lo general venden mucho más que aquellas que ofrecen beneficios a largo plazo, porque estos últimos son menos visibles y tangibles. Aunque muchos productos y servicios de la industria del bienestar se mercadean como alternativas más saludables y naturales, no dejan de ser una solución que busca atacar síntomas, no problemas de raíz, como se mencionó anteriormente. Es difícil resistirse a ellos, sin duda.
Con lo anterior quiero dejar en claro que nuestro actual sistema económico ha dado lugar a una industria infestada de productos milagro que realmente no vela por el interés superior de los consumidores. Se escuda en que el consumo es una decisión personal y por lo tanto, se deslinda de cualquier consecuencia negativa. No obstante, creo que es posible reconciliar la búsqueda de crecimiento económico, a la vez que se logra el verdadero bienestar de la gente. Pero para lograr lo anterior, necesitamos empresas más responsables, mayor regulación de productos y servicios de consumo y una mejor educación en salud por parte de los consumidores.
¿Cuál será el futuro del bienestar? Depende, en buena medida, de las acciones que tomemos como individuos y sociedad, desde lo macro (aspectos políticos y económicos) hasta lo micro (estilos de vida), pasando por lo ‘meso’ (diseño de entornos que promuevan el bienestar). Como dice el sociólogo de la UNAM, Roberto Castro, “los estilos de vida son inseparables de las fuerzas económicas y socioculturales”. Las elecciones individuales no suceden en el vacío.
Políticas públicas para un futuro con bienestar
Mucho del progreso social se lo debemos a las políticas públicas y a las instituciones que hacen posible su instrumentación y aplicación. Hace unos días se entregó el premio Nobel de Economía a 3 académicos precisamente por reconocer, a través de su trabajo, el valor que tienen las instituciones como pilar del bienestar social. Las políticas públicas tienen que ver con leyes, normas, reglamentos y demás que buscan promover, en este caso, el bienestar.
Cuando en un país como México uno analiza el presupuesto destinado a salud y bienestar y los programas sociales que existen en esos sectores se puede dar cuenta rápidamente que estamos muy, muy lejos de los países líderes en los diversos índices de bienestar que existen. Sin voluntad política e instituciones sólidas es difícil influir en el estilo de vida de los ciudadanos. Y esto aplica tanto para el sector público como el privado. Si se tuviera que inventar un dicho al respecto, sería este: “Por sus instituciones les conoceréis (a los países).”
Como ejemplo, podemos tomar la lucha contra el tabaquismo. La cantidad de gente que fuma en un país como Estados Unidos se ha desplomado, pero no porque de repente sus ciudadanos tuvieran un drástico incremento en su fuerza de voluntad. Sucedió en buena medida gracias a las políticas públicas que buscan desincentivar el consumo de tabaco. Cuando tuve la oportunidad de ser jefe de oficina en uno de los departamentos de la Dirección de Salud Pública, en conjunto con mi equipo creamos un programa llamado ‘Promotores de Bienestar Laboral’, cuyo objetivo era enseñar a líderes de organizaciones a promover conductas saludables en el lugar de trabajo. Optamos por lanzar este programa porque sabíamos que mucha gente pasa buena parte de su día en oficinas, por lo que es un espacio de intervención fundamental.
Acceso y uso
El concepto de ‘acceso’ se refiere a que las personas puedan acceder de manera conveniente a bienes y servicios. Los espacios donde se ofrecen estos últimos forman parte de lo que los sociólogos denominan ‘infraestructura social’. A su vez, esta contribuye al desarrollo del ‘capital social’, que tiene que ver con la cantidad de confianza que existe entre las personas de una comunidad y su nivel de cohesión. En resumen, la infraestructura social es la base del capital social, el cual es fundamental para el bienestar de una comunidad. En cuanto al ‘uso’, este tiene que ver con cómo consumen las personas los bienes y servicios; tener acceso a ellos no garantiza que se utilicen de la forma adecuada/deseada o que se usen en primer lugar. Sin acceso no hay uso, y sin uso no hay beneficios.
Dado que las políticas públicas deben tener un enfoque utilitarista, es decir, buscar el bienestar de la mayoría, es indispensable que dicha mayoría tenga acceso a espacios que contribuyan a su bienestar. Que se usen y de la forma adecuada depende en buena medida de la promoción que hagan las instituciones y organizaciones a través de programas inclusivos que se sometan a evaluaciones periódicas. Todo esto se encuentra en el nivel ‘meso’, entre lo macro y lo micro. En este nivel lo más importante es diseñar espacios y entornos que incentiven a que la población participe en actividades relacionadas directamente con el bienestar.
Recuerdo que cuando vivía en Houston visitaba frecuentemente un parque público que cuenta con 25 canchas de tenis y clases y clínicas gratuitas para todos los niveles y edades. Eso es acceso y uso. Mi caso de estudio favorito al respecto es el de Islandia, que hace algunos años buscaba combatir el incremento de consumo de alcohol y sustancias en jóvenes. Para ello lanzaron un programa que ofrecía un sinfín de actividades deportivas, sociales y culturales en diversos espacios públicos. Integraron a padres de familia, empresarios, profesores y expertos en salud. El resultado fue espectacular. El consumo de alcohol y sustancias se desplomó en los años siguientes. Nuevamente, el cambio vino desde arriba. Las políticas públicas y la infraestructura social permitieron que los jóvenes tomaran mejores decisiones en cuanto a su bienestar.
La Vía Negativa
Este concepto expuesto por Nassim Taleb en su libro ‘Antifrágil’ hace hincapié en la necesidad de remover elementos, antes que añadirlos, para que un sistema se vuelva más ‘sano’. Resulta muy relevante para el ámbito del bienestar porque, como se mencionó anteriormente, vivimos saturados de información y productos de consumo, lo que muchas veces genera caos y confusión. La Vía Negativa puede aplicarse en todos los niveles de intervención: macro, meso y micro.
En cuanto a las políticas públicas, la idea sería remover decenas de programas que simplemente no funcionan, generalmente porque no están bien diseñados. Asimismo, lanzar proyectos piloto resulta fundamental, porque esto permite poner a prueba, a menor escala y con menores costos, los programas sociales, para entonces determinar si vale la pena escalarlos. En cuanto a la infraestructura social, valdría la pena incentivar el uso de espacios existentes y cuidar que estén en óptimas condiciones, así como limitar/remover los entornos no saludables. Por último, en el ámbito personal, sería conveniente reevaluar nuestro consumo. En lugar de convertirnos en esa persona que consume decenas de suplementos, a lo mejor lo que necesitamos es enfocarnos en 2 o 3 cuestiones fundamentales que simplificarán nuestra toma de decisiones alrededor de nuestro bienestar.
La Vía Negativa va de la mano con el Principio de Pareto, el cual tiene como finalidad alcanzar el éxito al enfocarse en unos cuantos elementos clave. Nuevamente, desde el nivel macro hasta el micro, este principio puede contribuir a hacer más con menos. En cualquiera de las 6 dimensiones del bienestar, lo que requerimos es enfocarnos en menos cosas, no en más. Por ejemplo, no dormir suficiente genera un efecto dominó negativo para nuestra salud: mayor apetito, menor cantidad de concentración y memoria, daño neuronal, etc. Por lo tanto, la solución sería dormir más, no buscar remediar los males que son consecuencia de esto en primer lugar. Y el no dormir suficiente también tiene sus diversos porqué, por lo que será necesario aplicar el Principio de Pareto para su resolución.
Los hábitos como base de los estilos de vida
En el nivel más micro, tenemos a los estilos de vida. Aunque son inseparables de las fuerzas económicas y socioculturales, como se dijo anteriormente, no significa que no podamos entender cómo nos afectan estas fuerzas y, aunque estén más allá de nuestro control, sí que podemos aprender a ‘defendernos’ de ellas. Un estilo de vida no es más que un conjunto de hábitos. Para bien o para mal, los hábitos son la base de nuestro día a día y los expertos estiman que aproximadamente la mitad de ellos los llevamos a cabo de manera inconsciente.
Lo primero que hay que entender sobre los hábitos es que es extremadamente complicado crearlos sin que exista motivación de por medio. Y esta siempre está ligada a una potencial recompensa. En otras palabras, si queremos crear un hábito, es necesario que obtengamos una recompensa por ello, en especial una que sea muy relevante para nosotros. Con el paso del tiempo, la conducta se va automatizando, y la motivación baja, así como el esfuerzo cognitivo y emocional que empleamos en ella. Por lo tanto, contrario a la creencia popular, son más los hábitos y no tanto la disciplina lo que da pie a que tengamos determinados estilos de vida. Aquí debemos preguntarnos, ¿qué valoro y por qué? ¿Debo replantearme mis prioridades? La mentalidad y actitud que tengamos acerca de eso moldeará, en buena medida lo significa ‘recompensa’ para alguien.
Lo anterior nos ayuda a comprender que el primer paso para emprender un cambio personal que contribuya a nuestro bienestar es tener un interés genuino en las dimensiones de dicho bienestar. Los hábitos nos permiten poner a los procesos por encima de los resultados, a recuperar los rituales que son valiosos y a disfrutar más duraderamente los logros que tengamos. La buena noticia es que no necesitamos mucho tiempo, dinero o esfuerzo para comenzar un hábito. Un progreso tan pequeño como caminar 20 minutos al día puede ser la piedra angular de otros grandes cambios. El progreso, por minúsculo que sea, incrementa la motivación y el compromiso. Hay que dar el primer paso.
Lo que queda
El bienestar es un sistema complejo, lo que significa que rara vez es estable. Fluctúa como muchos otros aspectos de la vida. Por tal motivo, propongo que tratemos de encontrar la armonía, más que el equilibrio. Con esto quiero decir que es muy poco probable que en un momento dado todos los ámbitos de nuestra vida estén al 100.
Cuando en un sistema existe armonía, en algunas ocasiones unos elementos tienen más protagonismo que otros; en otras, unos vendrán al rescate de los demás. Alcanzamos dicha armonía si esa “búsqueda activa de acciones, elecciones y estilos de vida” es más consciente, informada y determinada. Si vemos al bienestar como algo holístico, podemos observar el bosque entero, y no solo los árboles que viven dentro de él. Entendemos que todo lo que hacemos guarda una relación estrecha.
Vivimos en un mundo donde queremos hacer todo más fácil, y eso no tiene por qué ser algo negativo. Aspectos fundamentales del bienestar como dormir suficiente, comer bien, ejercitarse y socializar cara a cara se han vuelto difíciles de lograr. Necesitamos hacer que, por default, eso vuelva a resultar sencillo. Por otro lado, hacer difícil lo fácil puede ser igual de importante para nuestro bienestar, porque nos permite redescubrir que lo mundano también puede ser extraordinario, siempre y cuando nos permitamos no ir tan deprisa.
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