Mientras más se le acaba la presidencia, más se aferra Andrés Manuel al poder presidencial. El saber que sus días en Palacio Nacional están contados lo tiene molesto, irritable, de un humor de los mil diablos; de mírame y no me toques.

Cualquier cosa lo prende, hasta que Juan Ramón de la Fuente le haya dicho a Carmen Aristegui que la transición se hará “sin ruptura y sin sumisión”. Lo primero le importó un pito, pero lo de “sin sumisión” le pegó, por lo que el jueves de la semana anterior mandó a su legislador favorito, Ignacio Mier, a declarar que las reformas (entre ellas la cuestionadísima al Poder Judicial) se discutirán en septiembre.

Esto provocó nerviosismo en los mercados y que el peso sufriera su segunda caída en menos de una semana. (La primera fue el lunes después de las elecciones).

Por la noche, la presidenta electa Claudia Sheinbaum salió a calmar a los mercados. “Tranquilos, vamos a dialogar con responsabilidad sobre las reformas…”.

Pero el viernes en su mañanera López Obrador disparó sin piedad: “Las reformas van porque es más importante la justicia que los mercados”. Y el peso agudizó su caída al pasar de 18 a 18.33 por dólar.

Las palabras del tabasqueño fueron un amenazante mensaje a su sucesora: Aquí nomás mi chicharrón truena y seguirá tronando. Si se cae el peso que se caiga, lo sustantivo es la fidelidad y la sumisión por encima de todas las cosas.

López Obrador quiere que esa fidelidad y sumisión trasciendan su sexenio. Y así lo dio a entender.

Si el jueves había dicho que después del 1 de octubre no regresaría a la política, 24 horas después cambio de opinión y dijo que volverá si Claudia se lo pide. “Solo atendería yo un llamado de mi presidenta”.

¿Así o más clarito?

Claudia tiene frente a ella dos sopas: pasar a la historia como Pascual Ortiz Rubio o dar un manotazo que la consolide como presidenta. Y en este sentido tiene tres ejemplos: Lázaro Cárdenas, Adolfo Ruiz Cortines y José López Portillo.

Enfrentado a un hombre poderosísimo como Plutarco Elías Calles, Cárdenas tejió fino para desembarazarse de su yugo. Primero jubiló a los generales leales al Jefe Máximo, luego mandó a su casa a varios ministros, gobernadores, legisladores y líderes sindicales que le debían el puesto al sonorense.

Esto le llevó un año. Y para cuando Elías Calles quiso reaccionar, Cárdenas le dio una patada tan fuerte en el trasero que lo mandó al exilio.

Ya con todo el poder en sus manos, el michoacano no tuvo problemas para alargar su periodo presidencial de cuatro a seis años.

La carrera política de Adolfo Ruiz Cortines fue al amparo de Miguel Alemán que primero lo hizo Secretario de Gobierno de Veracruz y luego gobernador del estado. Más adelante lo nombró Secretario de Gobernación, lo hizo candidato a la presidencia y lo llevó a la presidencia de la República.

Pero apenas se terció la banda, don Adolfo rompió abruptamente con su antecesor al acusarlo de todos los males que padecía el país. La mayor parte de su primer discurso como Presidente, fue para fustigar a Alemán y a la “pandilla de rufianes” que conformaron su gobierno y saquearon las arcas públicas.

Cuando el viejo zorro bajó de la tribuna del Congreso de la Unión, nadie, ni los más férreos alemanistas, pusieron en duda quién era el nuevo mandamás de la nación.

José López Portillo tuvo que lidiar con las locuras de su jefe Luis Echeverría, pero además, debió soportar varias humillaciones como presidente electo. Una de ellas fue aceptar que don Luis lo placeara en su “gira de despedida” con lo que mandó el mensaje de que él, Echeverría, sería el poder tras el trono. Otra que le hizo, fue asegurar en privado que vigilaría el trabajo de su sucesor y no vacilaría en “aconsejarle” sobre la forma de gobernar.

Esto último de alguna manera lo hizo Echeverría concediendo entrevistas en las que se fue de la lengua, cuando el Sistema ordenaba guardar silencio.

Pocos fueron los meses que el Garañón Criollo soportó a su entrometido antecesor antes de enviarlo a las Islas Fiji a que reflexionara sobre las virtudes de mantener la boca cerrada. Y de paso nulificó a los moscardones que le incrustó en su gabinete.

López Obrador, que en mucho se parece a Echeverría, tiene planeada una gira de despedida… con Claudia Sheinbaum de acompañante.

Perverso y ensoberbecido, Andrés Manuel prepara con eso un lacónico mensaje de tres palabras: “No me iré”.

Claudia está en una encrucijada, o acepta el humillante papel de títere del tabasqueño o rompe en definitiva con él. No hay más.

Si sucede lo primero, de nada habrá valido soñar con tener a una émula de Michelle Bachelet o Ángela Maerker en la presidencia de México.  Pero si sucede lo segundo, López Obrador deberá asomarse al libro “El primer día” de Luis Spota.

En él, el escritor retrata con su pluma magistral una realidad brutal. Por mucho poder que tenga un presidente, una vez que se desprende de la banda tricolor para entregársela a su sucesor, se convierte en el ser más vulnerable, solitario e indefenso de este país. Un poquito menos que un cero a la izquierda.

¿Qué hará Claudia?

Habrá que esperar para saber.

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