Uno de los personajes que mejor representa el centralismo, el régimen partido-gobierno, es Carlos Salinas de Gortari, además de otros igual o más oscuros. El archienemigo de Andrés Manuel llegó a la presidencia de México bajo la sombra del fraude, pero ni con toda su fama y capacidad de acción soñó con tener una reforma como la que están apunto de aprobar al presidente López sus simpatizantes con curul.

Las generaciones más jóvenes, sobre todo amlovers, no saben sobre “la caída del sistema” electoral en aquel tiempo (1988), mucho menos están enterados que el responsable del fraude fue el Secretario de Gobernación de aquellos años, Manuel Bartlett, hoy un cercano cómplice de la 4T.

La Reforma Electoral que plantea el presidente López Obrador tiene puntos malos, y algunos buenos, que se basan únicamente en ajustes financieros; pero en general ha creado una percepción en la sociedad de que está será su última embestida contra lo que hoy conocemos como Instituto Nacional Electoral, un organismo independiente, garante de la democracia, arbitro imparcial, el mismo instituto que ha validado todas las alecciones en las que el proyecto Morenista ha minado la vida pública.

En un material muy valioso, publicado en El Informador, Mónica Montaño Reyes, del departamento de Estudios Políticos del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades explica los puntos fundamentales de la reforma, lo que nos da una perspectiva clara de la intención del Lopezobradorismo por ahorcar la democracia en México.

La académica de la Universidad de Guadalajara advierte sobre un intento de centralizar las decisiones políticas. En un principio, el número de diputados locales y regidores serían definidos por la federación. “Por poner un ejemplo, los municipios con menos de 100 mil habitantes sólo tendrían un regidor, esto lo que haría es reducir la pluralidad. También serían menos diputados y el único criterio es el ahorro del suelo. No por ello mejorarían su función, eso podría ser negativo sobre todo porque no hay argumentos para lograrlo”.

Sólo habría diputados plurinominales, no habría distritos, y las designaciones serían por listas de partidos. “Tenemos un sistema mixto, los elegimos, los conocemos y con esta propuesta, el 100% serían electos por representación proporcional”. Acabando con la ya flaca idea de que son representantes populares, emanados del voto popular y una incongruencia de Andrés Manuel pues él mismo ha utilizado como bandera de campaña el exceso de diputados plurinominales.

Los órganos electorales locales desaparecerían. Se busca convertir al Instituto Nacional Electoral (INE) en el Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC), un romántico título que evoca los tiempos de Bartlett cuando se llamaba Comisión Nacional Electoral; lo mismo que sucedía en los tiempos del PRI y de lo que tanto se ha victimizado la chairiza.

Luego, al interior del transformado organismo electoral, aunque los funcionarios electorales serían propuestos por los ciudadanos, la académica advierte que si hay un partido que controle todo, “pues ellos son los que van a elegir a los funcionarios. Eso es negativo porque el partido que tiene más influencia va a poner a los que organicen las elecciones, y me parece una regresión. Hay que explicarle a las personas que muchos de los que están allí estudian derecho electoral, son electos por exámenes internos”.

Las elecciones de 1988, que dieron el triunfo a Carlos Salinas bajo la cómplice mirada de Manuel Bartlett, son un recuerdo del daño que hace a una República el centralizar los procesos electorales, bajo el control de un gobierno que además operaría al interior del órgano electoral con sus servidores partidistas.

Esta reforma de López Obrador no la tenía ni Salinas, ni en el más perverso sueño de los más jurásicos priístas hubiera aparecido. Se nos van los contrapesos, ya vivimos 75 años de régimen, a ver cuánto nos dura el manto guinda.