Salieron de la fiesta hacia las calles vacías en medio de la madrugada. Las farolas amarillentas reflejaban las sombras alargadas en el pavimento y entre calle y calle sonaban las pisadas a la par de las risas, de alguna ocurrencia o chiste. Era incómodo para Luna ir con la novia de Julián a un lado, aunque mejor que haberse quedado a limpiar el vómito de Carlos, pero hubiera sido mucho más honroso ir sin esa niña con cara de Lolita, con cara de muñeca de porcelana. Si bien era cierto que Julián no era feo, su atractivo no radicaba en la belleza sino en la rareza, en la singularidad de su nariz aguileña y de sus cabellos desaliñados y largos, entonces se preguntaba por qué aquella niña se había fijado en él pudiendo tener a quien fuera, lo pensaba como un reproche por no habérselo dejado a ella, por no haberlo visto primero.
Conforme a anzaban, algunos comentarios de Julián avivaban a Luna, quien lo escuchaba con atención notando a las sirenas sobrevolando sus cabezas, la presencia de ellas le anunciaba la llegada de un nuevo acto en la obra de su vida, temía la sospecha de cuál sería decidiendo pasarlas inadvertidas.
Los amigos de Julián también tenían encanto, eran como un Manuel y una Laura, no distinguía diferencia alguna yaciendo en plena comodidad, cosa rara en ella, ya que casi siempre le resultaba incómodo el primer encuentro, no obstante esa madrugada era hogareña, casi conocida gemela de su realidad. Los escuchaba hablando de literatura, de cine y de pintura, era claro que tenían bastante conocimiento que llegaba a intimidarla cuando le preguntaban su opinión o algo en relación con libros que no había aún leído teniendo que improvisar o actuar con disimulo alguna mentira para no parecer una tonta a pesar de que ninguno la estaba juzgando. Los miraba casi analizándolos, y en medio de esas miradas notó a la de Marlén clavada en sus ojos creyendo que ya sabía lo mucho que Julián le gustaba. Vislumbró también a Marco como un fantasma apoderándose del momento: «¿Qué diría él? Seguro tendría más ideas que las mías porque no he conocido a alguien con su manera de pensar. Sería más ameno si estuviera conmigo; no importaría ver a la Lolita con Julián porque no me importaría Julián, pero las cosas son de un modo que no entiendo, y supongo que otras personas están justo donde estoy yo, en este punto en el que miras para atrás y todo tenía sentido, las cosas parecían tener un orden que, en lo inexplicable del caos, se perdió. No comprendemos por qué en la línea recta es cuando hay una piedra con la que uno tropieza y se arruina todo: caen los escenarios, se incendian las butacas, el público se aburre y arrojan tomates sobre el diálogo de la vida tan desfasado. Es como cuando hay días maravillosos dentro de tanta porquería y al preguntarse el por qué de tanta felicidad, por cierto irreal por lo mal acostumbrados al no merecimiento, la respuesta es la muerte. Y sé, porque lo sé con toda mi alma, que no estoy tampoco acostumbrada al desapego, y es eso lo que en este instante no me deja disfrutar de la maravilla de estar lejos de Carlos y tan cerca de aquellos cabellos rizados».
Aun con todo ese regaño interno sacarse a Marco de las ideas resultaba difícil, ya que se había convertido en un alma en pena, en un espíritu chocarrero, en el Scrooge de las navidades pasadas con quien debería aprender a vivir como si de verdad hubiera sido sacado de su costilla.
Al fin llegaron al departamento de Julián, aquel con las paredes azules y con una barra adornada por la vajilla negra y el cenicero de mármol. Todo el lugar era orden, desde la cama hasta la repisa con acetatos y el mueble con películas, sin embargo, conforme la madrugada avanzó y ponían botellas tras botellas sobre la barra, el cenicero fue llenándose, los acetatos desacomodándose al poner uno tras otro, y la vajilla negra se ensució. Todos hablaban de libros, claro, pero era en una forma diferente a la que Luna conocía, es que podía sentir cada palabra como un roce de terciopelo hasta una lija rasposa, eran honestos con sus oraciones, con el amor a las letras y a las páginas, cosa que le hizo saber que estaba en el lugar correcto con las personas correctas, aunque el fantasma de Marco brindaba desde el rincón de la sala. Ahí, ya medio tomados, riendo y ensuciando más la barra, notaba la mirada de Marlén más invasiva con la mano más alejada de Julián. No sabía qué hacer, estaba nerviosa, sin duda. No era común que alguien la pusiera así, sobre todo si no estaba segura de lo que esa mirada significaba al parecer tanto de un coqueteo como de una amenaza. Fuera cual fuere el caso, Luna estaba bien, yacía feliz.
—Lunita, no es por amargar el momento, pero ¿no quisieras contactar a Carlos para saber cómo está?
—No.
Julián se sonrió dándole un trago a su vaso.
—Bueno, no es que te vaya a insistir. ¿Quieres algo de comer, de tomar o alguna otra cosa?
—¿Puedo pasar a tu baño?
Ya todo parecía más como un sueño, ellos se tambaleaban, arrastraban palabras y tenían ojos rojos y pequeños. Cuando Luna salió del baño luego de haberse mirado en el espejo preguntándose si estaba borracha, la mano de Marlén la tomó por la cintura para luego besarla delante de todos. El ruido se hizo de pronto silencio, no la empujó para no ser grosera, sólo la apartó con suavidad de sus labios viendo a Julián boquiabierto, no molesto. Él se aproximó a Marlén llevándosela con sutileza a la cama, susurrándole un «duerme. No pasó nada».
—Luna, perdóname. No sé qué le pasó, pero si te sientes incómoda puedo llevarte a casa.
Estaba realmente preocupado, llevaba la mano a la frente sonrojada.
—No tengo cómo irme a casa, ¿puedo quedarme aquí hasta que amanezca?
—Por supuesto, pero… Por favor, no te vayas.
Lo miró hablando con Lalo, quien después tomó a Marlén para ir por un taxi y llevarla a su casa. Luna no lo entendía, era muy confusa la velada como para procesar las cosas, sólo permaneció con su vaso en la mano sentada en el sillón viendo a Marlén irse y a Julián quedarse preparando sopa.