Entrega a la memoria de mi amigo Andy de la Cruz y su amor perene.

Al vivir todo lo que Oswaldo sufría por Teté y a la vez saber que Teté no le correspondía, al mirar cómo él se perdía en su alcohol y en soledad a partir de haber amado a alguien, a Luna no le quedaban muchas ganas de sentir eso, nadie que ella conociera amando había salido bien librado de esa batalla, y si el amar era una batalla, entonces, Luna sabía dos cosas que su mamá le había enseñado, una era que las batallas o se pierden o se ganan, la otra era que ella no debía perder.

Carlos iba a la facultad sólo para tomar tres clases y las cuatro restantes pasarlas o en su cuarto de estudiante o en el mismo cuarto de intendencia, muchos ya se habían dado cuenta, entre ellos la maestra Marisela. Se alcoholizaban en su casa, si pudiera llamarse así, donde solamente había un catre y una parrilla; el catre rechinaba mucho y los vecinos siempre estaban callándolos, era sumamente incomodo, más cuando se enterraba una de las varillas en la carne. No estaba mal, pero esa situación causaba un vacío en Luna, quien se recargaba en su pecho pidiendo una limosna equívoca sobre amor y el contacto carnal.

—Quería decirte, bueno, en realidad quiero —tartamudeaba Carlos acostado a un lado de Luna acariciándole la espalda desnuda— …habrá una fiesta en casa de Digo, ¿vamos?  —Ella se quedó pensándolo mientras se terminaba su cigarro, el humo ocultaba un poco el mal olor de él que tanto le molestaba.

—Pues, por qué no… pero, no iré como pareja tuya, sólo como tu amiga.

—No te estoy condicionando tu ida. —Contestó serio.

—Cualquier caso es mejor aclararlo.

—Entonces quédate a comer conmigo y de ahí nos vamos, siempre te vas en cuanto terminamos, pareces un hombre con urgencia por jugar fútbol. No seas tonta, yo no te estoy pidiendo nada. Nunca lo he hecho y desde que te miré en el pasillo creí haberlo dejado en claro.

—Me dan miedo las relaciones personales, aumentar una responsabilidad a lo que no necesito, no sé si me explique, para mí me es difícil entablar un aspecto emocional con cualquier persona que no sea mi… bueno, y yo creo que tú a veces lo necesitas.

—Yo lo necesito, pero no te lo exijo, no llego ni a pedírtelo justamente porque sé cómo eres. Llevamos más de seis meses haciendo esto, o sea, casi el año, y me he acoplado a tus necesidades y maneras afectivas, veo cómo otros te coquetean quedándome callado como un pendejo, como si lo fuera, aunque pienso que eres tú quien me ve así.

—Deja de exagerar, esto es sexo y así ha sido, a parte, estás equivocado, eres ideático.

—Eso crees tú. —Dijo con enfado hacia la nada.

—¿De qué hablas?

—Nada…nada.

—¡Que me digas!

—Julián te mira. —Él apagó su cigarro en el cenicero tallando su cabeza y recargando su espalda en la pared.

—¿Julián? —Preguntó extrañada.

—Sí…bueno, eso creo

—¿Eso crees? No puedes siquiera tener argumentos sólidos, es más, no eres algo mío y actúas como si lo fueras.

—Lo siento… en realidad no. Soy algo tuyo, no sé qué, pero lo soy.

—Julián —se quedó pensando por un instante— …Eres algo mío porque así lo pides, por mi parte, Carlos, sábete de una vez… más, que mis intenciones son sólo sexuales.

—¿Y cuándo me besas?

—Es sexual.

—¿Y cuándo te acurrucas en mí? ¡Eso es ser algo!

—No, Carlos, no. Ser algo… tú quieres ser “algo”, necesita tu cabeza un nombre para esto, pero esto, Carlos, es sexo, esto y ya. Tus pinches celos hacen quedarme cómoda donde estoy.

—Qué bruta… si no son celos, llevas ya medio año conmigo y te trato como tú quieres ¿Por qué verga no me das ese chance que tanto te he rogado?

—Confórmate, eso es justo lo que vienes a hacer, si no lo quieres, déjalo. —Luna pensó, pensó e iba a parlotear antes de escupir la uña que por nervios mordía

—Te ríes como escudo, ¿he? No sé por qué la lástima que a veces te tengo me atrae. Vamos a casa de Diego, solamente es una fiesta, no una propuesta de matrimonio.

—Me tienes lástima, ¿ah?… de seguro tú me das orgullo. Lástima… pues sí, doy lástima, digo, me acuesto contigo.

Lo dejó enmudecido con su cabeza agachada, no tuvo ni una sola palabra que decirle. A veces, cuando Luna partía, se quedaba acostado pensando qué era lo que le faltaba para que ella le diera su lugar, un poco de respeto, verse al espejo no bastaba para reflejar lo que estaba buscando, no era que su cuerpo fuera feo o su cara desagradable, pero había una cosa en él que lo distanciaba emocionalmente de ella.

Luna, por su parte, tenía siempre en su mente el recuerdo de Marco rehusándose a soltarlo por más que la vida le indicara que era tiempo, además, Julián se le impregnaba en las pupilas, ese hombre delgado y alto con aires de dandi la enloquecía, pero estaba con la niña “Lolita”, la mujer más bella de la facultad con rostro de porcelana. Ambos hacían una pareja cliché y era lo único que la detenía para ir tras él conformándose entonces con Carlos, a quien muchas deseaban más de lo que podían desear a Julián. Pero así las cosas en la mente endeble de una casi mujer que iba por la vida desorientada tratando de encontrarle sentido a todo aquello por lo que había refunfuñado, retractándose de ese “nunca lo haré” que tantas veces, en tan poco tiempo, había roto, por tanto, ir con Carlos a la fiesta de Diego no sería más que otro de sus corrompidos juramentos de aquel “yo nunca”.

—No sé qué querías de tomar así que traje cervezas. —Luna agarró una sin quitarle la vista a la Lolita. —Oh, ya tienes. —Dijo al mirar que en su vaso aún había ron.

—¿Qué tiempo lleva con Julián?

—¿Ella? —era extraño tener que responder preguntas sobre Julián, resultaba incómodo y los celos subían por su cuello en disimulo— Como cuatro meses.

—Ya es algo.

—¿Por qué? —Se notaba molesto.

—Porque ella es muy bonita. Julián está desaliñado, me da un poco de nervios saludarlo. —Mintió para no tensar más el ambiente.

—Sí, ella es muy bonita para él ¿La cerveza está bien?, ¿quieres otra cosa?

—Sí… no, no.

—¿Segura?

—Sí, bueno, sí, se me antojó una coca.

—¿Coca? —exclamó extrañado— Luna, aquí no hay coca.

—Pues debería, hay wiski, debe haber coca, y si no hay entonces iré a traerla a la tienda.

—Como gustes, voy a buscar a Diego.

No le dio importancia al berrinche de Carlos, dejó su cerveza en la mesa junto con su ron y dio media vuelta para salirse perdiendo la vista de Julián y su Lolita. Entre el tumulto y la música fue saludando a alguien por aquí y a otro por allá, deteniéndose a ver a sus conocidos y zafándose de la plática para poder llegar a la puerta. Llevaba ya una media hora platicando con los que se topaba sin pensar en volver con Carlos, pero una voz la detuvo.

—Señorita, qué gusto verla por aquí.

Volteó sin saber exactamente lo que debía hacer y de inmediato buscó a Carlos viéndolo vomitar en una esquina de la casa, eso le dio seguridad para intentar hablar con Julián, sólo que no podía, no podía dejar a Carlos llenarse los zapatos de vómito.

—Bien, pero creo que él no…

—Él tiene una novia muy linda.

—Él no es mi novio. —Se apresuró a decir.

Carlos se caía de borracho y Luna recordaba que apenas había tomado unas cervezas en lo que ella bebía ron, varios compañeros intentaban ayudarlo a sostenerse llevándolo en sus hombros a la mesa, donde le dieron tehuacán hasta hacerlo vomitar nuevamente, esta vez llenó sus zapatos cafés de vómito. Luna veía avergonzada toda la escena, no sabía si la vergüenza era por él o por estar frente a Julián, se preguntaba qué necesidad tenía de seguir ahí, podía irse sola y tomar un taxi, pero algo, una semilla de estupidez, la mantenía quieta, arrinconada.

   —No te preocupes, ve con él. Luego habrá un momento para encontrarte.

El vómito parecía ser eterno, lo sacaba, limpiaban su boca y volvía a vomitar, trataba de decir algo que terminaba por ser un balbuceo babeante, su brazo se estiraba intentando tocar la pierna de Luna para cerciorarse que estaba con él, pero entre los dedos yacían restos que la embarraban. El ambiente se tornaba demasiado incómodo, varias miradas estaban apuntándoles, entre ellas la de Marlén, la Lolita, quien parecía más preocupada por Carlos que Luna misma. En algún momento de la oda del vómito llegó hasta Luna ese amigo que tenía Julián, el alto con bigote de Cantinflas y suéter verde: Eduardo.

—Luna, ¿verdad?

—En estos instantes no quisiera serlo… —Su vista seguía puesta en Carlos pensando hasta cuándo dejaría de vomitar.

—Soy Lalo, te he visto en la clase de Literatura mexicana ¿Por qué no vienes?, Carlos se ve que va para largo y tú necesitas más de lo que sea que tenías en tu vaso. Ven, te presento con los otros.

Una sensación de alivio la invadió y, sin pensarlo mucho, se puso en pie dejando al alcoholizado Carlos tendido en el sillón para ir con Eduardo, esperanzada, claro, en también volver a platicar con Julián.

—Luna, te presento a Marlén y a su novio Julián.

La incomodidad reaparecía.

—Señorita, pero qué gusto verla otra vez. Veo que su novio —enfatizó con sonrisa pícara—, Carlos, no podrá acompañarnos. Será una lástima, pero vamos a mi casa sin él.