A lo largo de su historia, el PRI ha tenido una clara vocación autoritaria. Ni ahora ni hace 85 años fue un verdadero partido, ni buscó competir jamás en las elecciones en forma leal y honrada, ni tampoco estuvo alguna vez dispuesto a participar en procesos democráticos con equidad.
Nació por una determinación unipersonal de Plutarco Elías Calles, Presidente de la República y jefe máximo de la revolución; subordinados y amigos cercanos, en cumplimiento de la determinación del hombre fuerte, que fue expresada ante el Congreso el 1° de septiembre de 1928, reunidos en Querétaro en una convención, fundaron el 4 de marzo de 1929 el partido ideado por Calles.
Poco después, el presidente Portes Gil expidió un decreto por el cual hizo obligatorio un descuento –pequeño, aclaró–, que ordenaba quitar del salario de los empleados públicos para el sostenimiento del partido. Desde su nacimiento no fue una institución organizada por ciudadanos para participar en política; fue siempre una dependencia oficial creada por la voluntad del caudillo sobreviviente de las luchas revolucionarias, y se sostuvo permanentemente con fondos de las arcas públicas y con descuentos obligatorios de sus forzados afiliados.
En 1935, por acuerdo unilateral del mismo Partido Nacional Revolucionario (PNR), como entonces se llamaba, quedaron incorporados automática y corporativamente al instituto todos los campesinos agrupados en la CNC y todos los obreros sindicalizados bajo las siglas de la CTM.
Un partido auténtico es independiente del gobierno, se forma por la decisión de los ciudadanos, tiene una doctrina política que da sentido a su actuar público y se sostiene principalmente de las cuotas de sus militantes y simpatizantes.
Como en el PRI nunca se han dado estas características, no podemos decir con verdad que se trata de un verdadero partido: es un organismo público de control, la herramienta de maniobras de una oligarquía y su mecanismo disciplinario para distribuir cargos, negocios y posiciones ventajosas.
Tiene además otra carga negativa: ha contado entre sus filas con personajes que distan mucho de ser próceres, estadistas o líderes populares: Aquí unos botones de muestra: Fidel Velázquez encabezó un núcleo de dirigentes sindicales expertos en mantener sojuzgados a los trabajadores; Gonzalo N. Santos, acusado públicamente de crímenes, decía que la moral es un árbol que da moras y, si no, vale para una pura fregada; Carlos Hank González, autor de esa maligna frase que tanto daño ha causado, según la cual un político pobre es un pobre político, porque confundió siempre el cargo público con el enriquecimiento personal y fue modelo de varias generaciones de políticos priistas; Miguel Alemán, que abrió las compuertas de la corrupción en grande, la más impresionante hasta entonces; Martínez Domínguez, que creó al grupo de choque de los halcones y hasta ahí en un pasado no tan lejano.
Actualmente, los más destacados siguen en mayor o menor grado los viejos ejemplos; antes tenían una casa en Acapulco, un edificio en Polanco y autos de lujo, hoy dejan eso para sus choferes y tienen castillos en Francia, casas de lujo en ciudades estadunidenses, yates fastuosos y depósitos en los paraísos fiscales del mundo.
El balance en cuanto al avance democrático en 85 años es negativo; en la historia de las elecciones recordamos sus conocidas y reprobables prácticas: expulsión de representantes de las mesas de votación, acarreo de votantes, ratón loco, urnas preñadas, alteración de resultados, encuestas falsas, amenazas de todo tipo y, al final, compra desvergonzada de votos aprovechando la pobreza de la gente. En programas sociales, en economía, educación, libertad, estamos cada vez peor.
En resumen, del PRI México ha recibido muchos males y pocos bienes y éstos, hoy día, han sido abandonados o dilapidados.