Durante las últimas décadas, la idea de desarrollar vacunas contra el cáncer ha dejado de ser una eterna promesa inalcanzable para convertirse en un objetivo real plausible a medio plazo. Después de años de intentos fallidos los investigadores han empezado a mostrarse optimistas y, junto a los avances en el tratamiento de numerosos tipos de cáncer, hemos de sumar pasos importantes en el ámbito de la prevención, nuevas estrategias inmunoprevenibles, aprobación de nuevos inhibidores y una mayor comprensión de los antígenos tumorales. Además, el fuerte impacto que las vacunas han tenido en la milagrosa salida de la pandemia de coronavirus, han vuelvo a poner en valor la necesidad de desarrollar estrategias que se adelanten al problema, en lugar de combatirlo cuando ya está muy avanzado.
El primer paso para las deseadas vacunas contra el cáncer es el más lógico y abordable. Sabemos que existen algunos virus capaces de desencadenar diferentes tipos de cáncer y por tanto, las vacunas que ayudan a proteger contra las infecciones de estos determinados virus ayudan también a prevenir sus consecuencias. El ejemplo más claro es el del virus del papiloma humano (VPH) responsable directo de la mayoría de cánceres de cuello uterino, y relacionado con otros como garganta, vagina o pene. Vacunar a los niños o adolescentes contra el VPH es una manera eficaz de proteger contra los tipos de cáncer con los que está relacionado. Del mismo modo, aquellas personas que tienen infecciones crónicas por el virus de la hepatitis B (VHB) tienen un mayor riesgo de padecer cáncer de hígado. Recibir la vacuna para ayudar a prevenir la infección por el VHB puede reducir el riesgo de que algunas personas padezcan cáncer de hígado.
Sin embargo, estos supuestos son escasos porque la mayoría de los cánceres no son causados por virus… lo que nos lleva al segundo escalón.
Otra causa común del cáncer es la genética. La semana pasada, la Revista Science iniciaba su análisis sobre las futuras vacunas contra el cáncer presentando el caso de la familia Dubin, donde abuelo, padre e hijo han sufrido un determinado cáncer por su disposición genética. Se trata del síndrome de Lynch, un trastorno genético hereditario en el que una mutación en un gen de reparación del ADN causa que los errores genéticos se acumulen en la división de las células y que conlleva un riesgo de cáncer de colón de hasta un 70%. Eduardo Vilar-Sánchez, genetista y oncólogo en el Anderson Cancer Center es el investigador principal de un ensayo clínico pionero que busca una vacuna para prevenir, o al menos retrasar, los cánceres relacionados con el síndrome de Lynch. Este ensayo será una de las primeras pruebas clínicas de una vacuna para prevenir los cánceres no virales.
Pero la vacuna contra el cáncer no viral que parte con más ventaja en estos momentos es la que luchará contra el cáncer de mama. En octubre de 2021 se iniciaron los ensayos clínicos de la primera vacuna contra el cáncer de mama triple-negativo en el Clinic Lerner Research Institute, de Cleveland (EEUU). Estas primeras pruebas en humanos se realizaron sobre un pequeño grupo de 24 pacientes que ya recibieron tratamiento para los estadios tempranos de este tipo de cáncer en años anteriores y que poseen un alto riesgo de recurrencia. A los participantes se les administrará la vacuna en tres dosis separadas, mientras se observan atentamente los posibles efectos secundarios o respuestas inmunes al suelo. El estudio se alargará hasta septiembre de este año 2022 y si la vacuna demuestra ser segura y efectiva, se ampliará el número de participantes, iniciando también las pruebas en personas en buen estado de salud.
En definitiva, estamos asistiendo a los primeros pasos de una carrera largamente esperada. Son pequeños avances, es cierto, pero los últimos dos años de pandemia también nos han enseñado que el proceso para desarrollar una vacuna puede acelerarse de repente y brindarnos resultados positivos impensables hasta hace poco.
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