Integrantes del Colectivo de Familias de Desaparecidos en la Zona Orizaba-Córdoba lamentaron que los terrenos de siembra de caña de azúcar, café y plátano asentados en la localidad Campo Grande, de Ixtaczoquitlán, hayan terminado en un cementerio clandestino, afectando con ello la riqueza y la belleza natural existente.
«Campo Grande fue tomado por el mal, pero nosotros lo hemos retomado para hacer el bien, para llevar paz a alguien. Queremos recuperar a todos, los que sean, y no nos iremos hasta sacar a la luz al último, el cansancio nos tira a veces, pero el coraje nos levanta. Las enfermedades nos juegan en contra, pero la esperanza nos ayuda a recuperarnos.
“Cada uno de los que vienen aquí busca a su familiar que quizá no esté en este sitio, pero cuando buscamos a uno los buscamos a todos», externó la presidenta del Colectivo de Desaparecidos, Araceli Salcedo Jiménez.
Subrayó que Campo Grande es ahora el Campo de la Muerte, pues han convertido un bello paisaje en un cementerio oculto.
«A nadie le preguntaron, fue elegido por seres sin escrúpulos para tratar de esconder el resultado de su deshumanización. Dolorosamente, la tierra es una cómplice obligada a cubrir los cadáveres, pero es también la que los cobija. Quienes han sido enterrados aquí no han tenido más compañía que los árboles y el silencio, el sol por las mañanas y en las noches la luz de la luna. Así han visto pasar días, meses y años, esperando que alguien los encuentre, porque merecen regresar dignamente con los suyos».
La madre de la joven Fernanda Rubí quien desapareció el 7 de septiembre de 2012, aseguró que Campo Grande representa una masacre paulatina, pues han matado uno por uno, sin reparo, poco a poco, hasta contar decenas.
«Han convertido un bello paisaje en un cementerio oculto; han dejado una huella de dolor y sufrimiento que se extiende a muchas familias, la misma huella que ha conducido al equipo de búsqueda hasta encontrarlos.
“Ahora, como en otras ocasiones, nos preguntamos el por qué intentar borrarlos del mundo, ¿por qué matarlos y además querer borrar su rastro?».
Destacó que hace un año comenzó una labor que se veía complicada, como muchas anteriores, pero que iniciaron con toda la disposición y esperanza de encontrar, aunque sea bajo la tierra, a personas que fueron desaparecidas.
«Sabíamos que había un gran reto por delante, no imaginamos que estos trabajos se prolongarían por un año. En este tiempo, con ciertas pausas en donde se pararon labores por cuestiones ajenas a nosotros, buscamos hasta el cansancio».
Recapituló que cada día, muy temprano y en caravana junto con los elementos de las diferentes corporaciones e instituciones que los acompañan, salen y recorren un trayecto de 30 minutos.
«A esa hora podemos ver a personas que pasan rumbo a su trabajo, nosotros también vamos al nuestro que es la búsqueda de personas desaparecidas».
Y añadió, «de paso podemos ver a niños que saludan a los soldados, ven con asombro las patrullas, murmuran o ven de reojo. En el trayecto hay dos iglesias y un campo de futbol, y a escasos 200 metros de donde se encuentran una serie de viviendas, están las fosas. Los cafetales y platanales son algunas de las siembras que se pueden observar en un sitio en donde nadie se imagina que pueda haber tantos cadáveres enterrados».
En estas jornadas diarias, -según describe- por momentos solo se escucha el sonido del río que pasa cerca de ellos, en un ambiente así, el correr del agua se convierte en una melodía relajante. Algunos perros se acercan y buscan un poco de comida, se vuelven nuestros compañeros y quizá son testigos de los hechos aterradores que ahí ocurrieron.
«Al terminar la jornada, nos vamos a descansar, a veces con la tranquilidad de haber recuperado a alguien que tendrá paz, pero con la responsabilidad de regresar a recuperar a los que aún esperan bajo tierra».
Aseveró que el esfuerzo puesto en estos trabajos por parte de sus compañeros que han formado el grupo de búsqueda, va más allá del cansancio físico, de las largas jornadas de espera, de soportar el calor intenso o el frio extremo; se trata del esfuerzo emocional.
«En todo el tiempo que llevamos haciendo labores de búsqueda, hemos aprendido a ser fuertes, tan fuertes que podemos resistir ver cómo se recuperan de la tierra uno o dos cuerpos, o diez… hasta 531 La cifra es aterradora, es un número que representa maldad y que nos indica cuán perversos pueden ser los intereses de quienes llevan a cabo esos asesinatos».
Mover una piedra y luego otra, escarbar y quitar basura, cortar la hierba, y cuando las palas no ayudan mucho, entonces meter las manos a la tierra, removerla y sacarla poco a poco. «Siempre de pie y cuando las piernas se cansan, nos hincamos para seguir con el trabajo, porque es mucho el cansancio, pero son más las ganas de recuperar a alguien de la oscuridad».
Con lágrimas en los ojos reflexiona, «pensar en lo oscuro de una fosa nos estremece. Ver que en una sola fueron depositadas hasta cinco personas, nos aterra. En un momento pasamos de la sorpresa a la tristeza y después a la rabia. La impotencia ahoga cuando somos testigos de lo que alguien es capaz de hacer contra una persona».
E insistió que cuando un cuerpo es recuperado de una fosa clandestina, no se trata sólo de un proceso forense, se trata de darle luz a un alma. Es además la oportunidad que tiene una familia de poder tener de regreso a su ser amado, luego de meses o años de no saber de él.
Todas las personas que han sido inhumadas clandestinamente en este sitio, deben ser regresadas a casa, ¡lo exigimos! Es nuestro deber, como compañeros de lucha, lograr que este campo vuelva a ser de siembra y deje de ser un cementerio.
«Hemos demostrado que somos incansables, que buscamos hasta encontrar y que no pararemos hasta que todos los desaparecidos regresen, ¡No más fosas clandestinas en Campo Grande! ¡No queremos más Campos Grandes en la zona, ni en el estado (Queremos y debemos encontrarlos a todos!».
AVC